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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Banca Catalana, una historia que se repite

Por lo pronto, la suspensión de pagos del Banco de Barcelona -en la práctica, una verdadera quiebra- fue también un acontecimiento extraordinario que, como diría Amadeo Hurtado, "a molta gent, i mes encara la de cabals modestos, els va fer l'efecte de la mort d'algú de la familia". No en vano esta entidad bancaria, la más antigua de la plaza, fundada en 1844, gozaba de la máxima confianza y era considerada "gloria y honor de la economía catalana".Un inquietante precedente

Pero hay más. Hoy es, asimismo, pertinente recordar algunas de las causas que jalonaron el camino que desembocó en el desenlace final del Banco de Barcelona en 1920. Entre otras, deben destacarse las siguientes:

1. La absoluta falta de adaptación de la actividad del banco, tras la excepcional coyuntura de la primera guerra mundial, a las exigencias impuestas por la generalizada crisis económica de la posguerra, durante la cual, imprudentemente, se mantiene la política de crecimiento, se acometen nuevas inversiones especulativas (por ejemplo, en moneda extranjera) y se afrontan cuantiosos riesgos que ponen en peligro el negocio bancario.

2. La brusca caída de los depósitos que se registra a raíz de los problemas financieros previos del Banco de Tarrasa, lo que obliga a una creciente intervención del Banco de España, traducida en cuantiosas ayudas que llegaron a rebasar límites difícilmente justificables.

3. Las hipotecas derivadas de pretender constituirse el Banco de Barcelona -víctima, a la postre, de lo que los líderes nacionalistas de la Lliga creían que sería su mayor timbre de gloria- en un gran banco de Cataluña, en y para Cataluña ("Todo fue una ilusión envejecida / como la maquinaria de sus fábricas...", se lee en un hermoso poema de Jaime Gil de Biedma).

Pues bien, como se ha afirmado al comienzo de estas líneas, circunstancias muy similares a las descritas han vuelto a manifestarse en la crisis actual de Banca Catalana. En particular, las coincidencias son evidentes, al menos en lo relativo a tres cuestiones fundamentales.

Las raíces de un fracaso

En primer lugar, Banca Catalana tiene su origen en un pequeño banco que en un corto espacio de tiempo llega a ocupar el undécimo lugar del ranking bancario nacional. Su desarrollo es espectacular en el decenio de los años sesenta y en los primeros años setenta, en el marco de un sistema financiero de corte corporativista y muy cerrado, que sólo favorece la expansión de los bancos locales y regionales en su exclusivo ámbito de actuación. Todo podía inducir a pensar que el viejo sueño de Cambó, de Rahola, de Ventosa, de Pugés y de tantos otros prohombres catalanes podía hacerse realidad; así parecen, creerlo los dirigentes de Banca Catalana, hasta el punto de que, a pesar de la crisis económica de los últimos años, continúan promoviendo la estrategia expansiva de los años anteriores. Y las 44 sucursales de 1974 se convierten en 233 en 1980, y los 1.535 empleados de 1974, en 3.432 en 1980, todo lo cual, dadas las desfavorables condiciones del negocio bancario en los últimos años, se traduce en un fuerte crecimiento de los costes y en una brusca caída de la productividad.

En segundo término, hay que prestar atención a la política de absorciones de otras entidades financieras, que se realiza en las coordenadas de dicha estrategia expansiva. Baste recordar cómo Banca Catalana se hace cargo, entre otros, de los cuantiosos pasivos del Banco Industrial del Mediterráneo, del Banco de Barcelona y del Banco de Gerona: una pesada carga, de la que ya difícilmente en el futuro podrá desprenderse.

Un tercer punto merece aún subrayarse. Todas las dificultades que tienen su origen en los factores antedichos habrían podido tal vez superarse de no entrar en juego un factor adicional de mayor trascendencia: la firme decisión de Banca Catalana de crear un poderoso grupo industrial, filial del Banco Industrial de Cataluña y adaptado al modelo de gran banca mixta, que tantos éxitos ha proporcionado en el pasado a los bancos de Madrid y del País Vasco (Banesto, Central, Hispano, Bilbao, Vizcaya ... ). Decisión tan ambiciosa como inoportuna, al ponerse en práctica en vísperas de la más grave crisis industrial que ha conocido la economía española en los últimos cuarenta años. El resultado, pues, no es la neutralización, sino el agravamiento de los problemas de Banca Catalana, obligada a partir de ese momento a absorber los cuantiosos y crecientes pasivos de sus múltiples y variados negocios industriales e inmobiliarios. Y, en la medida en que las empresas vinculadas son también sus principales clientes, una concatenación circular y fatal acaba por producirse: su actuación -la de Banca Catalana- como intermediario financiero, que impone altos tipos de interés, recorta los márgenes de maniobra de las propias empresas, lo que repercute en el deterioro paulatino de las posibilidades del banco mismo.

Estamos, pues, ante un desastre que no por previsible resulta menos dramático. Lo lamentable es que se haya hecho público con evidente retraso, contribuyendo de esta forma a que las pérdidas se multipliquen hasta alcanzar una cifra que supera los 120.000 millones de pesetas. ¿Se dará también publicidad ahora a la cuantía y al calendario de las ayudas que le han sido otorgadas hasta la fecha por el Banco de España? Es algo muy recomendable si se quiere contribuir de verdad a dotar de transparencia a la administración de los recursos públicos y a una intervención estatal que muchas veces es denostada, sobre todo por quienes son sus principales beneficiarios, de forma directa o indirecta.

¿Otra muerte anunciada?

Digamos, finalmente, que no pueden extraerse simplistas conclusiones, no obstante la machacona repetición de los hechos en esta trayectoria secular de la banca de Cataluña, respecto a la mayor o menor aptitud financiera de la burguesía catalana. No faltan ejemplos de entidades bancarias de la región con itinerarios sólidos y amplia credibilidad antes y ahora (piénsese, sin ir más lejos, en el Banco de Sabadell). Pero lo que sí parece, en cualquier caso, deducirse del repaso de la historia bancaria catalana es la difícil compatibilidad entre las aspiraciones políticas de autogobierno -por cuya continuidad y profundización hacernos votos desde aquí- y el ejercicio de una actividad financiera sometida necesariamente a la lógica de un mercado de compradores y vendedores ideológicamerte aséptico y carente de sentimientos piadosos.

Arturo López Muñoz es el seudónimo colectivo de J. L. García Delgado, Juan Muñoz y Santiago Roldán, catedráticos de Estructura Económica.

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