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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cataluña y el País Vasco

EL PAÍS Vasco y Cataluña han sido los únicos ámbitos electorales donde la presencia de partidos nacionalistas moderados, homologables al centrismo democrático, ha trabado la bipolarización entre el PSOE y Alianza Popular. Estos resultados y el naufragio del PSA en Andalucía confirman de paso la evidencia de que Cataluña y el País Vasco son los únicos territorios donde existen sentimientos nacionalistas arraigados y unas clases medias -burguesías industriales y comerciales- capaces de apoyar a partidos, políticos que combinan el nacionalismo con la moderación. Paradójicamente, el 28 de octubre ha resultado, tanto en Cataluña como en el País Vasco, más equilibrado y acorde con la estructura de la sociedad civil que en el resto de España, donde la ausencia de una oferta de centro progresista ha distorsionado, en favor de Alianza Popular, los resultados. Mientras en el País Vascó el PNV ha conseguido un 32% de los sufragios y ocho diputados, CiU, en Cataluña, ha obtenido tres escaños más que en 1979 y se instala en su área como el segundo partido -el primero en las elecciones autonómicas- en los comicios generales, beneficiándose del hundimiento de UCD en menor medida que Alianza Popular, que ha obtenido ocho diputados frente al solitario escaño logrado en 1979.La comparación entre los resultados de estos comicios y la convocatoria de 1980 al Parlamento autonómico de ambos territorios debe hacerse con cuidado, ya que no es improbable que los catalanes y los vascos sigan diferentes criterios según cual sea el alcance de las elecciones a las que son convocados. En el caso del País Vasco, los resultados de los comicios autonómicos reflejaron defor madamente el pluralismo realmente existente en la sociedad vasca, como ha demostrado el espectacular aumen to de los votos socialistas en la consulta del 28 de octubre. En lo que respecta a Cataluña, la victoria de CiU en 1980 constrasta con el triunfo del PSC-PSOE en las elecciones generales en 1979, que le devuelve ese primer lugar perdido en los comicios autonómicos, tal vez gracias a los sufragios procedentes del PSUC, que ha perdido siete de sus ocho diputados de 1979.

En el País Vasco, la victoria sobre el abstencionismo ha mejorado también el número de votos de otros partidos, pero ha permitido, sobre todo a los socialistas, dar un gigantesco salto, que les instala en el segundo puesto de las fuerzas políticas vascas, casi doblando a Herri Batasuna (29,1 % frente aun 15,3%) y con el Mismo número de diputados que el PNV. La dramatización de la vida cotidiana por la violencia y una excesiva ideologicación había lanzado desde 1979 a un importante sector de la población vasca, en buena parte formada por trabajadores industriales inmigrantes, a engrosar el ejército de los abstencionistas, probablemente como protesta pasiva ante la falta de esperanza de que sus voces fueran escuchadas en un marco político extraño y carente de ofertas esclarecedoras. El mensaje de paz, de apoyo y de solidaridad lanzado por Felipe González a toda la sociedad vasca, nacionalista y no nacionalista, durante la campaña ha logrado no sólo recuperar los 150.000 votos perdidos por el PSOE desde 1977, sino aumentarlos, como consecuencia de la apertura de un horizonte posible de diálogo y entendimiento.

El nacionalismo vasco moderado, que ha ganado un nuevo diputado y ha incrementado sus sufragios, dismi nuye su porcentaje sobre el total de votos emitidos en relación con los comicios autonómicos como consecuen cia de ese ascenso socialista. Si a los votos socialistas (29,1 %) en las tres provincias se unen los sufragios obte nidos por la coalición UCD-AP (11,5%), se llega a la conclusión de que al menos un 4 1 05,0 del electorado vasco del 28 de octubre se mueve dentro de coordenadas aje nas al abertzalismo, mientras que fuerzas nacionalistas de diverso signo ocupan el resto del espectro. Pero sería aberrante suponer que esa división constituye la única línea de fisura en la sociedad vasca y que el PNV, Herri Batasuna y Euskadiko Ezkerra forman un bloque monolítico enfrentado con los llamados españolistas. Tanto el PNV como Euskadiko Ezkerra tienen muchos más pun tos en común con las fuerzas democráticas vascas no na cionalistas que con Herri Batasuna. Euskadiko Ezkerra, que consideraba el triunfo del PSOE en toda España -en palabras de Mario Onaindía- como "una victoria propia", ha mantenido sus posiciones porcentuales y su escaño por Guipúzcoa, tras una campaña honestamente orientada a la condena de la violencia, la defensa de la democracia y el llamamiento a superar, dentro de la izquierda vasca, la tradicional división entre nacionalistas y no nacionalistas.

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Comparando las elecciones de 1979 con las de 1982, Herri Batasuna ha perdido un diputado en el Congreso y su único senador, pero ha incrementado el número de sufragios como consecuencia del aumento general de participación ciudadana. Sin embargo, al nacionalismo radical y violento le resultará difícil explicar a sus bases los resultados de las urnas y la desaparición de esa tendencia al crecimiento sostenido y espectacular que necesitan los movimientos populistas para sentirse justificados. Los porcentajes sobre votos emitidos conseguidos por Herri Batasuna en Guipúzcoa (18,20%), Vizcaya (13,70%), Alava (9,68%) y Navarra (10,50%) siguen ha ciendo meditar sobre la visceralidad de un sector significativo de población, mucha de ella católica practicante, todavía traumatizada por 14 violencia y el odio, pero también pone de relieve el carácter irremediablemente minoritario de su influencia.

La redistribución de los votos en Cataluña, pese a la, clara y reforzada presencia del centrismo nacionalista, no es en absoluto distinta, desde un punto de vista sociológico, de lo ocurrido en el resto de España. La desaparición de la UCD y la nula implantación del CDS del ex presidente Suárez han dísparado unos cientos de miles de sufragios hacia partidos ideológicamente afmes, sin que, aparentemente, cambiaran de campo. Así, la herencia de Centristes de Catalunya ha ido mayoritariamente a parar a las urnas de AP, completando los restos de CiU. No es ocioso citar aquí el amago de polémica en el partido del presidente Pujol entre los que creen que Miquel Roca, número uno de las listas convergentes, no hizo lo suficiente para atraerse el voto que a la postre ha sido para el partido de Fraga, y los que piensan que se difuminó demasiado el contenido nacionalista de la oferta de CiU precisamente para chupar votos no nacionalistas.

Los votos comunistas,por su parte, han desertado del PSUC, sin que beneficiara por ello a su Suárez la esci sión del PCC, que no obtiene ningun escaño, para resi tuarse, siempre dentro del campo de la izquierda, en las listas del PSC. La polémica en el seno del comunismo catalán tiende a culpar a los errores de la dirección por tan precario resultado, pero nuevamente puede pensarse que el factor fundamental para el trasvase del voto ha sido, como en el resto de España, la aplicación del voto útil, la recompensa de la espera socialista, el deseo de dar una oportunidad al cambio y el punto final a la llamada transición. La diferencia estriba en Cataluña en que, si la traslación de votos por la izquierda estaba clara para sentar a un nuevo Gobierno en Madrid, el votante no izquierdista tenía distintas opciones a las que encomendar la utilidad de su voto. Esa es la gran virtud del nacionalismo moderado en Cataluña, mayoritariamente representado por CiU: la de que, aun no pudiendo decir a sus votantes que iba a formar Gobierno en Madrid, como el PSC-PSOE, retiene y acrecienta la lealtad de una fracción importante del electorado para que lo represente en las Cortes de toda España.

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