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Visita de Juan Pablo II a España

El Papa recuerda la reforma carmelitana y la actualidad de la vida contemplativa

En la espaciosa huerta del convento de la Encarnación, Juan Pablo II preguntaba a las 3.000 monjas de clausura, sentadas en unos improvisados rústicos bancos, si le entendían cuando él se refería críticamente a la sociedad de consumo, cuyo contrapunto más espectacular lo constituye el sistema de vida contemplativa, que en España practican más de 15.000 mujeres. Las monjas reían felices. Y, sin embargo, ese contraste entre contemplación y consumismo está en la base del respeto con que todos los grupos católicos, de izquierda y de derecha, legitiman la actualidad de la vida contemplativa.

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El obispo de Avila decía en la presentación del encuentro de las contemplativas españolas con el sucesor de Pedro, que santa Teresa, a la que no faltaba fantasía -"la loca de la casa", la llamaba la escritora castellana- nunca hubiera imaginado al Papa en el convento en donde ella pasó casi treinta años de su vida. Y su razón tenía, ya que a esta inquieta mujer la acompañó durante toda su vida la sospecha, cultivada en altas esferas eclesiásticas, de que su reforma podría estar contaminada por los aires renovadores que circulaban a gran escala desde la Holanda de Erasmo hasta la centroeuropea Alemania. Por eso su grito final, "soy hija de la Iglesia", era un acto de afirmación frente a quienes dudaban de su obra.

Nuevas organizaciones

Si hoy todos los católicos están de acuerdo en la vigencia de la vida contemplativa, no todos lo entienden de la misma manera. Juan Pablo II ha situado su sentido en la fidelidad a la Iglesia y a las enseñanzas del Vaticano Il. Un prelado cercano al Papa explicaba la predilección del Papa por el Opus Dei, recordando que quienes llevaron a cabo las directrices del concilio de Trento fueron las órdenes religiosas, sobre todo los jesuitas. Y hoy, quienes pueden ser sus mejores valederos son el Opus, Communio y Liberazione y los Focolarinis, las nuevas organizaciones religiosas. De las monjas de clausura espera otro tanto.Los sectores católicos críticos, sin embargo, prefieren recordar el impulso innovador con que surgen casi todas las órdenes religiosas. Los mendicantes de la Edad Media nacen expresamente con un ideal de pobreza y acercamiento al pueblo, al burgo, que provocó las mayores reticencias en los círculos altos de la Iglesia, incluidos los cistercienses que habían pasado de servidores a señores. Por lo que hace a la obra teresiana, las últimas investigaciones, han puesto en evidencia su relación con las corrientes reformistas de la época, hartas de tópicos como los del cristiano viejo, honor de linaje u otras consideraciones a las que tan aficionados eran aquellos hijosdalgos con los que coqueteaban las monjas del monasterio de la Encarnación. La avispada mujer que era Teresa Sánchez recurrió a un modo de expresión pretendidamente popular, para no provocar recelos entre los grandes varones de la Iglesia a la vista de una mujer que tanto y también sabía hablar de su experiencia religiosa.

La actualidad de la vida contemplativa tiene el significado, bien señalado por la teología más progresista, de una negación del mito moderno del trueque: todo se mide con la vara del do ut des, de tal manera que lo que no vale o es gratuito como el sacrificio, el agradecimiento o el duelo, queda relegado a lo socialmente irrelevante.

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No es lo mismo hablar de fidelidad a la Iglesia desde una experiencia innovadora (como le ocurrió a Santa Teresa), siempre sospechosa de heterodoxia, que desde la cómoda posición de quien repite la ortodoxia. Cuando hoy los teólogos críticos invocan la importancia de la vida contemplativa es con el ánimo de recuperar el impulso imaginativo de quienes en su tiempo rompieron moldes establecidos, apostando por un traslado del centro de gravedad de la vida religiosa a la periferia y a los marginados del tiempo. Esa es la inspiración que latía en los jesuitas centroamericanos que se concretó en la sustitución del General Pedro Arrupe, provocada por Juan Pablo II. Siempre se podrá decir que la interpretación que da el Papa está legitimada por el aplauso enfervorecido de las propias protagonistas, las monjas que le han recibido en la Encarnación, en San José y los fieles que le han escuchado la homilía al pie de la murallas. Sólo que la historia está ahí para todos y también forman parte de ella las voces que por distintas causas prefieren el silencio.

Este día de recuerdos carmelitanos se cerró con la clausura del IV centenario de la muerte de Teresa de Jesús. Si los salmantinos piensan que del teresianismo Salamanca se ha quedado con el legado intelectual y Avila con el más claramente espiritual, el Papa optó por el género lírico para clausurar el motivo que se buscó para venir a España: el centenario teresiano.

En un alegato de prosa poética, salpicado de citas teresianas, Juan Pablo II evocó la personalidad de quien ha hecho valer como una fuente suya de espiritualidad. "Pongo en sus manos", decía, "la causa de los pobres que tú tanto amaste. Haz que se cumplan sus ideales de justicia, en una fraterna comunión de bienes: porque todos los bienes son de Dios y él los reparte a algunos como administradores suyos, para que los repartan con los pobres".

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