_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

14 de abril y 28 de octubre

Conversaba yo hace pocos días con un excelente historiador de la España contemporánea. Pesaba sobre nosotros la sombra de un golpe militar heredero del que fracasó el año pasado y mejor articulado que él. ¿Qué sería necesario, nos preguntábamos, para que en España se asiente con firmeza definitivamente, dentro de la esencial contingencia de las cosas futuras, si la catástrofe de una guerra exterior no rompe toda previsión y todo esquema un régimen político verdaderamente basado en la democracia y la libertad? Pronto llegamos a un acuerdo. Sería necesaria la conjunción de tres eventos: una sentencia firme que liquide decorosamente el todavía no muerto fantasma de ese 23 de febrero; unas elecciones limpias, en las que todos, vencedores y vencidos, seriamente se comprometiesen a respetar su resultado; una etapa de gobierno socialista.La primera de esas tres condiciones no ha sido cumplida; aún no hay sentencia firme para los sublevados del 23 de febrero y, por lo que se oye, éstos la esperan con la falta de prisa de los que viven en una Capua apenas vigilada. Las otras dos, en cambio, sí. Salvados los inevitables desahogos verbales -nunca excesivamente graves, hay que decirlo-, la campaña electoral ha sido correcta. Más que correcta, ejemplar, ha sido una vez más la conducta de la Corona. Contra los agoreros de la abstención, la gran afluencia de electores a las urnas, electores sin jactancia y sin miedo, altamente satistactoria hay que considerarla. Y como coronación del período electoral, una victoria socialista más que suficiente para la formación de un Gobierno homogéneo y estable. España, en suma, ha optado por un Gobierno socialista. Se trata ahora de que ese Gobierno y España -el pueblo español- sepan obrar en serena e inteligente consecuencia.

Gobierno socialista en democrática libertad. Dispuesto, como es obvio, a cumplir el programa que electoralmente ha ofrecido, pero no menos dispuesto a ser relevado por un Gobierno distinto, si dentro de cuatro años así lo deciden los votantes españoles. Tal es la regla. La seguridad de advertir que ella va a regir normalmente el destino político de España no es, pienso, el menor fruto de la jornada electoral que acabamos de vivir.

¿Qué nos ha movido a muchos a votar la candidatura socialista? ¿Por qué tantos y tantos que en 1931 no hubiesen votado al PSOE, aunque su personal actitud ante el problema económico y social de España y de Europa fuese socializante, lo han hecho con buen ánimo en el día 28? No, por supuesto, por la esperanza de que el próximo Gobierno socialista vaya a curarnos en dos o tres años de la lacra del paro, aunque muchos tengamos la certidumbre de que, respecto de ella, su ahínco y sus métodos van a ser aquí y ahora los mejores entre los posibles. Tampoco porque el partido socialista vaya a sacarnos de un tirón de la crisis económica; en relación con ella, por fuerza habremos de correr la suerte de los restantes países de Europa. ¿Por qué, entonces, esos nueve millones de votos al PSOE?

La sociedad española ha cambiado, y su cambio ha venido a ser algo así como el tiro por la culata del famoso todo queda atado y bien atado. La actitud de los partidos políticos no es tampoco la que fue: un acto como el del día 27 de octubre en la Zarzuela hubiese sido impensable en 1931, en 1933 y en 1936. La situación europea, sin fascismos agresivos y con un comunismo regresivo o acantonado, dista mucho de ser la que entre 1931 y 1936 rodeó a España. Consecuentemente, el socialismo español, aun sin renunciar a sus constantes ideales históricos, no solamente no es, sino que no puede ser el de Largo Caballero, Araquistain, Alvarez del Vayo y González Peña. Una locura como la de octubre de 1934 es hoy absolutamente inimaginable.

Pues bien, dentro de este cuádruple marco hay que situar los motivos concretos de quienes, sin carné del PSOE, al PSOE votamos ayer. Que cada cual declare los suyos. Movido yo por mi oficio, mi educación y mi carácter, los míos podrían ser notariescamente enunciados, así lo diría Unamuno, en los siguientes puntos:

1. El PSOE es el partido que con más claridad y más insistencia ha proclamado la necesidad de asentar la dcción política -con la reforma de la Administración, de la sanidad pública y de la enseñanza como contenidos concretos- sobre un enérgico cambio de nuestra ética civil.

2. Del PSOE ha salido la más clara denuncia de nuestro más profundo e inveterado menester: un proyecto de vida nacional resueltamente orientado hacia el futuro, en el que la hermosa definición orteguiana de la nación -"Un sugestivo proyecto de vida en común"- cobre la actualidad correspondiente a este cabo del siglo XX en que vivimos. La llamada a todos como base social de un Gobierno para -todos ha sido constante leit motiv de su campaña electoral.

3. Heredero de su propia tradición, una firme y progresiva reforma de las estructuras y los hábitos económicos y sociales -sin la presión del viejo partido socialista, el de Pablo Iglesias, ¿cómo hubiera seguido siendo el trabajo de nuestros obreros?-, en el PSOE hay que ver la mejor garantía del avance hacia la extinción de nuestras arraigadas injusticias sociales.

4. Si para movernos eficazmente hacia el futuro es preciso que la terrible herida de nuestra última guerra civil no cicatrice en falso -que eso y no otra cosa llevaría consigo la costumbre de dividir a los españoles en vencedores y vencidos y la sistemática ocultación de la otra mitad sombría de esa guerra-, la victoria del PSOE es el mejor camino para lograrlo. "Edificar sobre nuestra verdadera historia y nuestra verdadera realidad, después de haberlas conocido"; tal es una de las consignas que muchos hemos creído oír a los más conspicuos portavoces del partido socialista.

5. Si la monarquía de Alfonso XIII se hundió por no haber sabido hacer suya la savia nueva que le ofrecían las tres únicas fuerzas renovadoras de aquella España -el movimiento obrero, el estamento intelectual, los nacientes autonomismos, a su cabeza el catalán-, el PSOE es el único partido político actual que puede ofrecer a la actual Monarquía y a España tal garantía de futuro.

"Esto es un 14 de abril coronado", dijo alguien de la recién nacida monarquía de Juan Carlos l. Una España que recogiera lo mejor del 14 de abril y lo mejor de toda nuestra historia han entrevisto muchos españoles en la victoria del PSOE este 28 de octubre.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_