Los votantes
En la cola del voto, de mi voto, en el barrio (sociólogo de colas, como es uno), veía yo, ayer, el alma de los votantes a través del cheviot, la intención de voto, como Pitita nos ve el aura a usted o a mí.El caballero, el maduro caballero, el viejo señor, el elegante señor con sombrero de caza (el sombrero de quien ya nunca sale a cazar) y el bigote aún belicoso, blanco, como si se le hubiera quedado en él, heroica, toda la nieve de Brunete. Era el que, más que a Fraga o Alianza, estaba votando a la nostalgia, era de los que confunden la Historia de España con su Historia personal y piensan que si volviera el general Saliquet ellos volverían a ser jóvenes. La intención de voto, ya digo, que más que un partido, una sigla, una cara, una idea, la gente votaba, ayer por la mañana, su proyecto de vida no sé si en común y su interés no sé si desinteresado. El estudiante, el joven estudiante, entre opositor y acratilla, con un entredorado de Malasaña y un tirón evidente de la novia y la familia, "las oposiciones, si sacase las oposiciones: a lo mejor, si gana Felipe, quita las oposiciones". Las monjas, las dos monjas, una joven y otra vieja que se les veía que iban a votar la enseñanza privada, su colegio, esos colegios donde trabaja a bajo precio, qué remedio, todo el lumpem docente de España. Las monjitas, decía la gente, "que pasen las monjitas". Los poceros, también el joven y el viejo, el joven con melena debajo del casco (dice Cela que ya sólo se dejan melena los peones de albañil), el viejo de la colilla pegada al cáncer de labio.
"Yo voto comisiones, macho", decía el joven. "Que eso es en las sindicales, capullo". Anoche, por la radio, oí a la sáfico/hertziana que entrevistó a Adolfo Suárez, poniéndole delante un alambre espinoso de llamadas fascistas, de teléfonos injuriantes, de oyentes ágrafo/caudillistas que hablaban de la democracia como de "una falsa religión en nombre de la cual ya se ha matado a mucha gente". Suárez, que no sé cómo anda en el recuento, mientras hago esta columna, estuvo sereno y razonador con quienes le lapidaban marcando el dos delante, En qué casas de lenocinio político te meten, Adolfo.
El matrimonio, el joven rnatrimonio, que él va a votar PSOE, sin ser socialista, claro, yo creo que más que nada por deslumbrar/ asustar un poco a su mujer, ya que no tiene edad, él, para haber estado en Brunete, como el viejo señor, el digno y preocupado señor, o el viejo pocero, que quizá también estuvo en Brunete, pero del otro lado. Ahora se realiza el milagro -"el milagro español"- de que estén todos aquí, en la cola, como les he visto esta mañana, teniendo resumido en ellos el espectro de España bajo un sol iniparcial y un día que ha salido distinto de los días. Las viejas forzajonsistas, la muchacha que no está empadronada en Las Matas ni en Madrid, los caballerazos de Pantoja y la basca psoesperanzada de los chicos, los de las relaciones prematrimoniales, las generaciones post/lucecita del Pardo, que van a mayor verdad y libertad, con un balón debajo del brazo, un libro de García Márquez, "ese rojo del Nobel", los empleados que lo tienen muy crudo en la empresa si. la empresa no se amplía, no invierte, y las santas esposas del consejo de administración siempre en vilo, y tan en vilo, a quince mil metros de altura, con todo el joyamen y el cinturón de seguridad echado, hacia Suiza. "Yo voto Peces-Barba", me dice un empleado algo incoherente.
Tierno me pedía presentar el show municipal de la votación madrileña. No he podido. También hubiera querido estar con Guido Bruner, el embajador alemán, ahora que ellos "ya no son socialistas". Después de votar me fui al parque de Berlín. Había fútbol en las zonas verdes. Se estaba bien en la democracia, como en una costumbre.
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