30.000 personas intentan rehacer sus vidas en el País Valenciano, entre escombros, barro y agua
"Nos hemos quedado en la calle, sin casa, sin hacienda. Sólo tenemos lo que llevamos puesto", gritaba entre sollozos y llantos Pepica, una de las vecinas de Benejida, un pueblo a escasos kilómetros de la presa de Tous y uno de los más afectados por las inundaciones de las pasadas horas en el País Valenciano. En medio de un desolador panorama de pueblos invadidos por las aguas del Júcar, viviendas destruidas, campos anegados, árboles caídos, coches empotrados contra las paredes, postes eléctricos destrozados y miles de millones de pesetas de pérdidas materiales, los habitantes de las poblaciones de Alberique, Cárcer, Sumacárcer, Benejida, Gabarda, Antella y otras de las inmediaciones del pantano acudían a lo largo de la mañana de ayer a sus puntos de origen, tras una larga noche de tensión y sufrimientos fuera de sus domicilios.
Más de mil personas de Antella y Gabarda continuaban rodeadas de agua a primeras horas de la tarde de ayer, tras veinticuatro horas sin recibir ningún tipo de auxilio, alimentos o ropa. Alcaldes y vecinos protestaban también por la desorganización y falta de respuesta de los servicios de protección civil ante la catástrofe de estas comarcas valencianas. Cerca de 30.000 personas intentaban ayer rehacer sus vidas y sus propiedades entre un mar de escombros, barre, y agua. Algunos, como el anciano Vicente García Carbonell, de Cárcer, se disponía a enterrar en el cementerio de la citada localidad a su esposa, Adelaida, una de las víctimas de la catástrofe, y relatabajos pormenores de la tragedia, mientras esperaba la llegada de algún albañil que pudiera construir un nicho: "A primeras horas de la mañana del miércoles, una impresionante tromba de agua entró en nuestra vivienda y comenzó a inundarlo todo. No pudimos subir al primer piso de la casa y durante tres horas traté inútilmente de salvar la vida de mi esposa. El nivel de agua subió muy rápidamente, y mi mujer, que contaba 68 años de edad y padecía de problemas respiratorios y de corazón, no pudo resistir más".El alcalde de Cárcer recordaba que la última gran riada que asoló la población se remonta a 1864, y explicaba que ni los más viejos del lugar habían vivido una avalancha de lluvia y agua de estas características. "Tuvimos suerte, porque el primer embate del agua se produjo poco después de las seis de la mañana del miércoles y los niños todavía no habían acudido a la escuela ni los trabajadores a las fábricas. Afortunadamente, la gente permanecía en sus domicilios a esas horas".
Tras una angustiosa espera de varias horas, los poco más de 2.000 vecinos de Cárcer comenzaron a evacuar la población, hacia las siete de la tarde, en autobuses, vehículos particulares, e incluso algunos centenares, por su propio pie hacia otros pueblos seguros y los montes cercanos. Como a varios miles de personas más procedentes de las localidades próximas, la oscuridad de la noche y el colapso de la mayoría de carreteras de la comarca fueron obstáculos añadidos a la magnitud de la tragedia.
Un inmenso campo de refugiados
Algunos pueblos tuvieron que ser incluso evacuados por medio de helicópteros de los servicios de, rescate ante la altura que habían alcanzado las aguas a primeras horas de la tarde del miércoles y la inexistencia de montes cercanos donde pudieran refugiarse los afectados. "No nos dejaron llevar ni medicinas, ni leche, ni objetos personales", comenta con amargura un vecino de Benejida, y "sólo pudimos salir con lo que llevábamos encima y unas cuantas mantas".Durante la madrugada del jueves, las escuelas de LLosa de Ranes, uno de los puntos de concentración de los evacuados, ofrecían el terrible aspecto de un inmenso campo de refugiados. Miles de niños, ancianos, hombres y mujeres ocupaban las aulas e intentaban conciliar un sueño imposible con la música de fondo de los llantos de los más pequeños, las llamadas de socorro a las emisoras de radio y el continuo ir y venir de autobuses que transportaban evacuados. Los gritos de familias divididas que ignoraban el paradero de sus parientes rompían de tanto en tanto la tensa calma.
Pero muchos no tuvieron la suerte de poder ser evacuados a tiempo e incluso algunos centenares de personas se negaron al traslado a zonas más seguras, en un intento desesperado de aferrarse a sus casas y sus bienes. Desde tejados y techos observaron cómo el nivel de las aguas del Júcar alcanzaba en las calles alturas de dos, tres y hasta cuatro metros y destrozaba fincas, viviendas y cultivos. Alrededor de mil habitantes de Antella y unos trescientos de Gabarda esperaban todavía a primeras horas de la tarde de ayer la llegada de helicópteros portadores de agua y alimentos desde Valencia, situada a unos cincuenta kilómetros.
En los pueblos-islas siniestrados se piden desesperadamente víveres y ropa. "Los vecinos que permanecían incomunicados estaban bien, pero no han recibido ningún tipo de auxilio en las últimas veinticuatro horas", confesaba el jefe de un equipo de socorristas que había acudido a la zona .
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