_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

En el autobús

"Para mí es difícil imaginar que me tengan odio; yo no hago política contra nadie y, en consecuencia, no me siento amenazado". En su habitual contacto con la Prensa en el autobús, Felipe González contesta así, acaso con un deje de tristeza, al periodista anglosajón que le inquiere sobre su seguridad personal y las posibilidades de un atentado. En cualquier caso, las medidas precautorias en rededor del caballo socialista son notables, por más que discretas. La seguridad interna del PSOE se empleó a fondo en León, para mayor disgusto de seguidores y simpatizantes.Periodistas extranjeros, también, embarcados en el autobús, no acaban de comprender este invento rodante, fuera de la caución de evitar avionetas o helicópteros particulares. Aun así, estimo que Felipe González ha optado por el bus antes por las posibilidades de oficina rodante que le ofrece que por sus dudosas condiciones de seguridad. En su parte trasera, el bus tiene instalada una cama y un área de despacho, veladas de mi radas exteriores por lonetas des cendentes. El bus de los periodistas avanza detrás, aprovechando todos la más mínima recta para pergeñar una entradilla. Entre ambos, o delante, o atrás, siempre serpenteantes, el Peugeot gris azulado, blindado, de Felipe, conducido por sus fieles Juanito Alarcón (Johnny Falcone) o el Galleta, monitor de esquí, más otros dos autos con escoltas. Junto a Carmen Romero revolotea, circunspecta, una mujer con una pistola en el bolso: su escolta gubernativa. Nada aparatoso ni que aísle al líder socialista de su peripatético entorno natural.

Los dos bus se comunican, llega do el caso, mediante radioteléfonos y siempre que es necesario, Felipe, acompañado de Julio Feo -jefe de la campaña-, sube al autobús de la Prensa. Felipe toma el micro, y medio incorporado sobre uno de los asientos delanteros, como un azafato de viaje, va contestando a los periodistas mientras la caravana prosigue su curso a marcha reducida para facilitar la filmación de las televisiones. "Las Fuerzas Armadas", dice, "quieren, como todo el mundo, un Gobierno que sea capaz de gobernar. No creo que una Administración socialista propicie un nuevo golpe de Estado. La democracia se consolida con la alternancia en el poder. Pero, sea como fuere, no me parece posible que este Gobierno investigue hasta sus últimas consecuencias las intentonas de asonada. La verdadera investigación se producirá a partir del próximo 28 de octubre, porque los socialistas tenemos, primero, voluntad democrática y creemos en verdad que sólo el Estado tiene, el privilegio de la fuerza, y en segundo lugar, por un elemental instinto de conservación".

"La democracia tiene derecho a defenderse"

Felipe, pese a las ronqueras, argumenta con un veguero Cohibas entre los dedos, que fuma deficientemente, por cuanto Julio Feo se lo reenciende periódicamente, a escondidas del paciente médico José Luis Moneo. "La democracia tiene derecho a defenderse, y toda la legitimidad para hacerlo. Que Tejero se presente a estas elecciones no es malo para este país. Más vale comprobar el ridículo en el que puede caer y el que tan singular candidato entre por unos caminos de racionalidad, que son los que diferencian a la persona del animal".

Luego, mitin tras mitin. Felipe, día tras día, con los mismos pantalones de franela gris, camisa celeste y jersei azul arremangado. Tras un arengario, a la izquierda de una mesa corrida en la que toman asiento los líderes locales. Y el invariable telón de fondo con el "por el cambio", más el emblema partidario. "No se piden debates al presidente del Gobierno, me los piden a mí, como si yo hubiera estado gobernando España. Me da la impresión de que se están peleando entre ellos por ver quién va a ser el segundo, no por ganar estas elecciones. "Yo no sé si nosotros vamos a ganar, pero me parece bastante probable que los demás no van a triunfar. Pues que se acostumbren a vivir como ciudadanos normales, en la oposición. Y si no, los insolidarios se van a encontrar con el artículo nueve de la Constitución. Nos critican lo que podemos hacer en el futuro y olvidan que no se puede hacer peor lo que ellos han hecho. Nos dicen que no estamos maduros, cuando ellos están podridos. Atacan nuestro programa cuando ellos llevan cien años sin programa. Nos acusan de querer intervenir la economía; me he pasado el verano ha blando con empresarios y trabaja dores que me pedían la intervención del Estado en sus empresas para salvarlas. Ojalá no tuviéramos que intervenir en estas empresas que necesitan del dinero de todos para sobrevivir".No hay, ambiente de campaña

Por lo demás, la campaña está prácticamente hecha de antemano, empedrada sobre los errores, insolidaridades y egoísmos de una derecha que, como el escorpión ante el peligro, se ha terminado envenenando a sí misma. 'Pero si Oscar Alzaga ha estado trabajando de asesor de Calvo Sotelo hasta poco antes de marchar en socorro del partido de Fraga..." Tal como están las cosas, es dudoso el ejercicio intelectual de los ciudadanos inclinados trabajosamente sobre programas electorales. Las grandes opciones políticas fueron echadas al tablero ya antes del 23 de febrero, y ni la mejor y más esforzada de las campañas Landelino, Fraga- las va a enderezar. Nos decía Felipe, y con razón, a la salida de una ciudad gallega en la que los altavoces de AP con la cancioncilla de María Ostiz nos habían retumbado los oídos machaconamente cuando en el hotel cada uno quería trabajar: "Yo esto se lo prohibo a mi partido, que saturen y molesten a los ciudadanos".

Así las cosas, Felipe, probablemente con razón, se siente ganador y trabaja su diseño de Estado. Siempre que los horarios y el trazado de las carreteras lo toleran, regresa a Madrid, por más que sólo pueda pasar unas horas reunido con su cuartel general. En el parador de Ribadeo -feudo de Calvo Sotelo- almuerza la comitiva, casi deliberadamente, mientras el actual presidente inaugura su participación en la campaña visitando un asilo de ancianos. Felipe se coloca la gorra hanseática de Helmut Schmidt. "Solidaridad' con los vencidos", comenta ante las fotos. O con los traicionados, se le aduce. Luego, contra las barandas sobre la ría, posamos todos para que nos vean nuestras mamás en televisión.

Y rápidos, al bus, para seguir cruzando pueblos adormecidos en una campaña -la socialista- que prácticamente ni siquiera reclama el voto, sino ese atrayente y difícil pacto nacional entre el partido socialista y la sociedad. No hay ambiente electoral, es verdad, acaso porque todo se tiene ya resuelto de antemano. Pero dos autobuses mareantes y obsesivos recorren España como un fantasma moralizante y vindicativo. Como no vivimos en el futuro no somos contemporáneos del presente e ignoramos -todavía- el cambio socialista que viene rodando dentro de estos autobuses. Algunos. socialistas utópicos se frotan las manos -"este país, en cuatro años, no lo va a reconocer nadie"-. Otros, más históricos, estiman que lo van a sacudir como a una alfombra. Me parece que la actual dirección socialista se dará con un canto en los dientes si le puede quitar el polvo y eliminar a las polillas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_