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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El bache de Miterrand

A LOS DIECISEIS meses de su elección, el presidente so cialista de Francia, Mitterrand, está pasando por un ba che que puede considerarse como clásico: el plan de austeridad, reforma económica y social y cambio de la sociedad comienza a hacer daño en algunos estamentos, que protestan. Es el tiempo del final de la luna de miel, cuando a la pasión sucede la prosa de la economía do méstica y los finales de mes apretados. El Gobierno de Francia pierde su novedad y la brillantez de las esperanzas, y comienza a aparecer como el administrador de lo difícil, agarrado por esa misma ola que en toda Europa está tratando de culpar a los poderes establecidos: la que invierte el poder en la República Federal de Alemania, en Suecia, en Dinamarca; la que acelera la descomposición de la clase política italiana y mantiene en vilo a Margaret Thatcher. Independientemente de que los Gobiernos tengan forma y vocabulario de izquierda o de derecha, la tensión pública protesta de ellos, les hace protagonistas de sus males. Las grandes -y no sólo por su tamaño, sino por su tradición y su doctrina- democracias europeas sufren con bastante unanimidad de un problema de difícil solución, la opinión pública reclama cambios profundos, pero cada clase, cada sector gremial, cada individuo, pretende que la dureza del cambio alcance a los demás y lo evite para sí mismo. Es posible (que las 30.000 personas calificadas con el vocabulario actual de profesionales (como si los demás fueran aficionados o reducidos a la condición de proletarios), o sea abogados, médicos, catedráticos o arquitectos, que se manifestaron en París para protestar contra el aplastamiento económico de su condición, acogiesen en un principio muy, bien a Mitterrand y a su Gobierno socialista y que muchos de ellos le votaran; pero no aceptan ahora que la elevación de impuestos, la congelación de salarios, la reducción de costes en los gastos públicos (de los que esos profesionales vienen disfrutando abundamemente), formen parte de su esfuerzo personal. Cultivan un malentendido. Junto a las furiosas protestas de los propietarios agrícolas, que en Francia forman un cuerpo aguerrido y montaraz, recuerdan vagamente el ardor de las clases medias chilenas a partir del primer año de poder legítimo de Allende, Francia es un gran elefante tendido. No es fácil ponerlo en pie. El conservadurismo forma un patrimonio común que se expande por encima de las clasificaciones de izquierda o derecha. Como en la inmensa mayoría de Europa, ese conservadurismo se ha solidificado en años -o aun en siglos- de prosperidad, de una compatibilidad en la doblez del sistema que permitía la apertura de la democracia interior al mismo tiempo que el imperialismo colonial en el exterior, con el que se ha formado una burguesía inalterable. Las grandes catástrofes del siglo, y aun de antes -las guerras asoladoras-, han tenido el valor de un paréntesis, tras el cual ganaron hasta los que perdieron, se reconstruyeron, se aseguraron. Le es difícil a Francia, donde desde la escuela se aprende que el país es infinitamente rico como un don de Dios, aceptar que hay que repartir ahora una escasez y unas dificultades, porque la hegemonía y el centro de decisión están fuera de Europa; porque ciertas bases y premisas que sentó la Revolución de 1789 han terminado por llegar a otros países que antes fueron explotados y colonizados; porque el consumismo ha terminado; porque la demografía galopa por el mundo. El mismo elector que votaba por el cambio propuesto por Mitterrand y su partido termina por no comprender que el cambio le afecte a él, aun a pesar de que los programas iniciales del partido estén quedando reaucidos al contacto con la realidad. Por esta brecha entra decididamente la oposición. Chirac -el RPR- difunde en sus discursos públicos la tríada de "debilidad, aislamiento y decadencia" que, según él, Francia sufre bajo el socialismo. Griscard -UDR- trata de popularizarse, de hacer suyas algunas de las promesas socialistas que no cree cumplidas: fue su último intento para no perder el poder. Pero le desborda el que fue su primer ministro, Barre, quien debe suponer que Giscard no es más que un cadáver levemente animado y que él debe tomar su sucesión. UDR y RPR tratan de buscar un frente unido para las elecciones municipales -en primavera-, que podrían constituir, según las auscultaciones, una grave derrota socialista; no lo consiguen. Están todavía anclados en "dogmas, prejuicios y presunciones", según el observador Raymond Aron (derecha). Como en España, son más vivos en combatir el socialismo que en ofrecer soluciones y encontrar un programa presentable y, sobre todo, unificado. Pueden más las personalidades y las ambiciones propias que la eficacia y el posibilismo. No hay doctrina; no hay más que protesta. Pero el pueblo francés es legendariamente fanático de la protesta.

Por ahora,y por primera vez, las auscultaciones de opinión pública sitúan a Mitterrand y a su Gobierno por debajo de la media; pero, aun así, favorecido con respecto a los demás partidos. A la presidencia de Mitterrand le quedan cinco años y medio; a su mayoría parlamentaría, casi tres años antes de acudir a las urnas. No hay, por el momento, ningún riesgo de disolución anticipada, y todavía es muy probable que, si la hubiera, volviese a ganar el partido socialista. Como en todas partes, la base francesa es mucho más numerosa que lo que deja ver la organización de la protesta por canales que domina. En el tiempo que le queda a Mitterrand podrá conducir más a fondo su programa y, sobre todo, intentar dernostrar que el estancamiento conservador es todavía mucho más grave para todos que las penetraciones de cambio que pueden hacerse en una sociedad espesa y resistente.

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