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Mi recuerdo de Cajal

Siendo yo bibliotecario del Ateneo de Madrid, bajo la presidencia del conde de Romanones, me encontré con el problema de reorganizar la biblioteca. Pensé que el Ateneo cumplía un deber al proporcionar libros modernos de las diversas materias, que muchas veces faltaban en las bibliotecas del Estado y aun en los centros docentes.En el Ateneo se compraban los libros, generalmente, utilizando un cuaderno de pedidos y en él los socios indicaban los títulos que deseaban, pero a mí se me planteaba el problema de que había libros sobre temas que me eran ajenos y no sabía si el pedido debía ser servido o no. Por esto y para completar la biblioteca en las diversas ramas culturales de modo competente, organicé una especie de junta de profesores y técnicos de los distintos conocimientos científicos, para que me informasen sobre los pedidos y me asesorasen en la producción moderna que debería comprarse en el Ateneo para que su biblioteca reflejase con exactitud y eficacia el movimiento de la cultura. Esta junta contaba, entre otros, con la colaboración de Blas Cabrera, Luis de Hoyo Sainz, Odón de Buen, Eduardo Torroja, Julio Palacios y Santiago Ramón y Cajal, que siempre me atendió y respondió a las consultas con verdadero interés.

Aquel fue mi primer contacto con don Santiago. Años después, en 1924, pronuncié yo el discurso de apertura en la Universidad de Madrid: Evolución de las ideas sobre la decadencia española. No voy a recordar ahora que este discurso, por algunos párrafos de su contenido, produjo un escándalo político; se me dio un banquete y, por asistir a él, fue castigado y preso Dámaso Berenguer. Ocurría esto bajo la dictadura de Miguel Primo de Rivera.

Mandé ese discurso a don Santiago no sé en qué fecha, pero, desde luego, tiempo después de ser pronunciado y de todo el escándalo a que acabo de aludir. El hecho es que tengo en mi poder un libro y una carta de Cajal que creo merece la pena se conozcan. El libro se titula: Reglas y consejos sobre investigación científica. Los tónicos de la voluntad, dedicado a la juventud española. El ejemplar que poseo es de la sexta edición, publicada en 1923. Este libro es un precioso manual de reglas que valen para todo investigador y, en dos de sus capítulos, se preocupa Cajal del problema de la ciencia española, de cómo se debe impulsar por el Estado y la manera de que la juventud se interese por ella y llenemos una laguna que ha sido objeto de muchísimas polémicas, sobre la existencia o no de la ciencia española en diversas ramas.

La carta, fechada el 19 de abril de 1929, dice así:

"Mi ilustre compañero:

Muchas gracias por el regalo de su libro, que deseaba adquirir por si mis achaques y mi edad me permiten ocuparme nuevamente del tema del atraso en España. Su libro de usted es un arsenal precioso de datos importantísimos y de juicios atinados. Lástima que no exponga usted, de un modo rotundo y explícito, los remedios...

Ahí le envío a usted un librito que examina el asunto desde otro punto de vista y que apunta algunos paliativos posibles. Puede usted leer los capítulos X y XI pertinentes al tema. Acaso encuentre usted en ellos, para un trabajo ulterior, alguna idea aprovechable.

Sabe le quiere y le admira su amigo y compañero

S. Ramón Cajal".

Acompañaba a la carta el ejemplar del libro que ya he indicado, con la siguiente dedicatoria:

"Al eminente profesor Sainz Rodríguez, mensaje respetuoso de S. R. Cajal. Madrid, 20 de abril de 1929".

En tan cariñosos términos se expresaba un hombre que poseía la mayor autoridad científica en España, el respeto y la veneración de todos los españoles, pues Cajal nunca tuvo eclipse en la atención nacional y puede decirse que, desde que se dio a conocer con sus grandes triunfos en la investigación, fue la figura más respetada: una especie de símbolo de la gloria científica de España. Es de observar que esta carta, escrita por un hombre en el pináculo de la fama y dirigida a un joven e insignificante profesor, está concebida en términos que estimulen y no abrumen con su personalidad al que bondadosamente llama "compañero". Lo mismo cabe decir de la dedicatoria.

Y es que Cajal, que estuvo siempre al margen de la política y no tuvo más preocupación pública que la del desarrollo científico de España, era un hombre de una categoría moral, de una delicadeza tan elevada, que su obra y su persona están a la misma altura.

A los pocos días de recibir el libro y la carta, don Santiago -debía flaquearle la memoria, pues era ya de edad muy avanzada- olvidó que me había mandado el libro y me remitió otro ejemplar con nueva dedicatoria, que decía así:

"Al eminente profesor don Pedro Sainz Rodríguez, homenaje de admiración y afecto de Santiago Ramón Cajal".

Esto demuestra el interés que tenía en que ese libro llegase a mis manos, obsesionado por la idea de que se estudiase el tema de la regeneración de la investigación científica en España. Con respeto y emoción conservé cuidadosamente este libro en medio de las vicisitudes por las que ha pasado mi biblioteca y, cuidadosamente encuadernado, ocupa un lugar de honor en la vitrina donde guardo recuerdos íntimos y algunos libros curiosos por circunstancias diversas.

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