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Crítica:Opera: 'El barbero de Sevilla'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El asalto al balcón

El melodramma buffo en dos actos estrenado en el teatro Argentina, de Roma, el 20 de febrero de 1816, con el título Almaviva, ovvero l?inutile pretensione y conocido como Il barbiere di Siviglia, señala el tránsito de la escala al esbozo de la sociedad industrial. Hoy presenta TVE una versión de ese espectáculo de Rossini.El siglo XVIII es pródigo en muchachas destinadas, condenadas, a casarse con ancianos. Viejos achacosos que ven mal cuando cae la tarde y niñas aburridísimas que acechan, tras una cortina, lo que aletea más allá, más abajo del balcón, el caballero apuesto (ha de serlo si suma cincuenta años menos que el padrino-pretendiente).

La relación entre el noble que contrata al amanecer una ruidosa orquestina y la mujercita que se pudre en el momento de fijarse la fecha de la boda, de la catástrofe, se presenta muy ardua. El remedio más expedito, definitivo, es la escala. Que puede ser, como en otra ópera de Rossini, de seda, o de esparto, o improvisada con cortinas, o lograda a base de enlazar sábanas, tules, cordeles y cordones de las más diversas procedencias. No hay otro medio: la huida, concertada mediante la complicidad de uno o más sirvientes fieles.

Fígaro, cuando irrumpe en escena después de un famoso tarareo para mostrar el minucioso acabado de su cavatina, advierte ya que las cosas se han complicado mucho últimamente y no basta con un papelillo que pasa de mano en mano fijando el día y la hora de un rapto. Es preciso actuar de otra manera.

Fígaro se proclama como el paso siguiente de la evolución del correveidile, como el eslabón inmediato al criado: el funcionario público. No vende, no sólo vende, también organiza. No surte una única mercancía, ofrece pericias simultáneas, contradictorias. No presta un servicio, está a punto de crear una red de sucursales. Ha dado un paso de gigante entornando de un patadón el sótano donde se vislumbra la sociedad moderna. Entra contentísimo, anunciando un descubrimiento de importancia incalculable: ha dejado de mendigar propinas para dedicarse a maquinar sobornos.

Bartolo, tirano caduco, y Basilio, su decrépito compinche, defendían con éxito sus arcas, su vajilla y su pupila Rosina cuando la casa, bastión inexpugnable, vivía protegida por un sencillo título de propiedad y por un voluminoso manojo de llaves.

Los viejos son, eran, astutos. Aplican las armas que conocen: una concepción meteorológica de la calumnia (la calumnia es el leve vientecillo que acaba convirtiéndose en tempestad) y el empeño de mirar la mentira con el rigor que se reserva a las piedras preciosas. Fracasarán. La calumnia ha abandonado su costumbre de engordar como una bola de nieve que aplasta al calumniador para instalarse, sobre el cielo de la ciudad, como una nube inmóvil y también decorativa. Las mentiras ya no se miden según sus quilates, sino que han sido asimiladas por la prosperidad con tanto provecho que ya resulta difícil aislarlas, identificarlas.

El barbero de Sevilla se emite esta noche a las 21.55 por la segunda cadena.

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