Temor a la energía nuclear
Deseo responder a la pregunta de su editorial del día 16 de agosto: ¿Quién teme a la energía nuclear? Pues bien, yo. Una ciudadana no especialista en el tema, pero ni ignorante, ni inculta, ni propensa a temores de fin de milenio. Y no sólo por las posibles averías de las centrales, que provocarían una hecatombe (el tercio de los reactores nucleares americanos está parado en este momento por problemas técnicos), ni por la pesadilla de los desechos, de la basura nuclear, activa y mortal durante miles de años, y que no hay donde almacenar (está en las páginas de los periódicos el problemas estos días), sino también por razones mucho menos divulgadas como que el kilovatio hora sale más caro producido por central nuclear que por centrales tradicionales (Francia acaba de aplazar por tiempo indefinido la prometida rebaja del kilovatio hora nuclear y el programa nuclear francés arroja un déficit, actualmente, de 120.000 millones de francos), que las inversiones (ruinosas) en producir energía nuclear quitan fondos a la puesta en funcionamiento de energías limpias, que la construcción de centrales nucleares no alivia el desempleo, como nos quieren hacer creer, más que a muy corto plazo y lo incrementarán a largo plazo y, finalmente, que un Estado o un continente cuya vida económica y social pase a depender de centrales nucleares, tan peligrosas como vulnerables, tendrá que convertirse forzosamente en un estado policíaco para poder garantizar la seguridad de tales fuentes de energía. Sin contar que esa energía, cara y sofisticada, será prohibitiva siempre para buena parte del Tercer Mundo, que se verá abocado a la dependencia actual de forma indefinida. ¿Quién teme a la energía nuclear? Yo. Muchísimo, y con toda la razón del mundo, por hoy, por mañana, por mí, por nosotros, por nuestros hijos, por nuestros nietos... /Madrid.
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