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Prohibido suicidarse en verano

Tal vez el mérito mayor de los miles de muchachos/as que aclamaron a los Rolling Stones consista en su desprecio por el falso rigor, el despojamiento total de los tics, el abandono de los temblores del alma capaces de transformar esta hermosa vida en una basura. Una juventud saludable, harta de restricciones y de simbolismos, puede que se equivoque en cosas, para unos importantísimas y para otros nimias, pero me merece respeto y admiración. Y, ¡ay!, envidia.Que un bonzo oriental de esquelético torso y cráneo rapado se rocíe con gasolina para convertirse en tea cabe en mi imaginación. Que en la áurea Praga lo haga un estudiante de filosofía, espigado y bello como un bailarín de ballet, un muchacho con todo su amor a la vida, al mundo y a los hombres, eso desborda mi entendimiento y me pone a hervir la sangre.

Lo hizo un día de enero de 1969 Jan Palach, nombre que su pueblo no ha olvidado y que nosotros debemos recordar: Jan Palach. Debemos rememorarlo, a no ser que los malditos mitos económicos de nuestro tiempo devoren hasta las entrañas el heroísmo.

Eran una docena y pico. Habían llegado a Praga de todos los pueblos de Checoslovaquia y se reunían en sótanos y criptas. Discutían y soñaban; la patria ha sido avasallada; la dignidad, postrada, y la libertad, perdida. ¿Por cuánto tiempo, amigos? Analizemos: ¿qué sentido tiene nuestra vida metidos en estas catacumbas? ¿Es posible vivir así? No, no lo es. De ninguna manera. Si todos estamos de acuerdo en que no queremos vivir como gusanos, entonces más vale morir para que la patria y la libertad renazcan. Joseph, fumemos el último cigarrillo.

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Dios mío, estaban jovialmente equivocados. La juventud no puede suicidarse, no tiene derecho a hacerlo. Eso está bien para los héroes y los mártires, no para quien apenas ha cumplido veinte años. Los pueblos que sobreviven son los que ante la adversidad se muerden las tripas y hacen un pacto con su conciencia y el tiempo.

Veamos el sacrificio desde otro ángulo: si eso'' muchachos insisten en cumplir su terrible y definitivo plan, dos millones de jóvenes checos también pueden incinerarse, y es cuando uno puede, por lo menos, preguntar: ¿cuándo y cómo resurgirá Checoslovaquia?

Es un fascinante pueblo de eruditos, bellísimas mujeres, investigadores, músicos, escritores, labriegos y artesanos. Un país que se propuso la prometeica misión de redimirse de las taras y locuras que generan los impulsos y las fobias más inconfesables del hombre. Una pelea desesperada entre David y Goliat, el grito contra el tanque, el agua hirviendo intentando derretir los cañones.

Muchachos, seamos honestos: ¿quién puede afrontar esa tarea? ¿Nuestros temblorosos politicos o nuestro ejército paralizado? Hemos golpeado todas las puertas del mundo libre y, nadie nos ha hecho caso. ¿Pod.emos ganar esta guerra? ¿Podemos sobrepujar?

La experiencia, la tradición, la historia y la normativa dicen que no, que tenemos que ceder o postrarnos. La juventud proclamó otra cosa bien distinta.

Jan Palach decidió Su decisión vale más que cualquier experiencia, tradición, historia o normativa. El ideal echará un pulso con la resignación, la paloma irá en busca del halcón en una pelea imposible. Y lo imposible dejará de serlo, porque Jan Palach, en la veta más pura de su determinación, así lo quiere.

Los checos están solos frente a los rusos. Pero nadie, el 20 de agosto de 1969, levantó un dedo para defenderlos, y es muy posible que esa pasividad cobarde encuentre justificación en algunas mentes podridas, ya que la comodidad se valora más que la dignidad, y la vida. no hay que jugársela a las canicas, especialmente si uno está apoltronado en el secretariado general. El mano a mano entre el viejo Gustav Husak, torturado por las mazmorras del régimen, y el emotivo Alexander Dubcek no sirve para nada. Los comunistas rusos se ríen a carcajadas de unos dirigentes que quieren liberar a Checoslovaquia usando los manuales de la historia.

Jan Palach tenía veintiún años y era un brillantísimo estudiante. El círculo de suicidas comenzó a sacar los números y a él le tocó el primero. Después, cada cinco días, le seguirían sus compañeros, para que el pueblo, hasta ese momento indiferente, comenzara a mirarse la entrepierna. El día señalado, Jan absorbió una dosis de éter para dominar el dolor, empuñó dos banderas checoslovacas y se convirtió en cenizas.

La gente desfiló en silencio por el lugar donde el estudiante se había inmolado, por la plaza de San Wenceslao, frente al monumento del monje Jan Huss, también quemado, aunque por manos que no eran las suyas. En un cartel que portaba una muchacha podía leerse: "¿Qué se puede decir de un período en que la luz del futuro es emitida por un cuerpo que arde?".

¿Qué se puede decir? No lo sé; pero si se lo preguntamos a la juventud es posible que obtengamos alguna respuesta decente.

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