El toreo al revés
ENVIADO ESPECIALPlaza de Bilbao. Corrida de feria
Toros de Atanasio Fernández -tercero de Aguirre-, bien presentados, flojos, manejables. Niño de la Capea. Estocada corta (silencio). Pinchazo y estocada (palmas). Julio Robles. Bajonazo (petición y dos vueltas). Media atravesada y descabello (silencio). Emilio Muñoz. Pinchazo, estocada que asoma por un costado y descabello (aplausos y saludos). Estocada baja (aplausos).
Los aficionados quieren que los toreros toreen -como mandan cánones, y como casi nadie lo hace, lo que piden, por favor, es que al menos no toreen al revés. Pero no les hacen caso, hasta ahí podríamos llegar. Casi todas las figuras que los exclusivistas han impuesto durante los últimos años torean al revés. El Niño de la Capea es una de ellas. Lo agrava, pues por afíadidura se escayola y se pone en evidencia.
El escayolado adulto que llaman Niño de la Capea se complace en personificar cada tarde el monumento del toreo al revés. Se planta ante el toro tieso una mano con la muleta la otra queriendo agarrara a la luna, y la pierna que debería adelantar la atrasa, mientras que, la que debería atrasar la adelanta. Así le sale lo que le sale, un desbarajuste de pases mezclados con tirones, de tirones mezcados con volantines.
A mucha gente le gusta, sin embargo.Vizcaínas había en la plaza enardecidas, con los afanes del escayolado mozo y voceaban "¡que bonito Dios!" cuando trapaceaba al aliguí. Tenían todo el derecho del mundo a entusiasmarse, por supuesto, aunque fuera con el toreo al revés, porque también habían pagado su entrada, igualito que el famoso aficionado Toni Perellón, llegado ayer mismo desde su cátedra de Las Ventas para gritar en la de Vista Alegre aquello de "¡Ese torero a su sitio!".
Mas, aunque entusiasme a quien sea, el toreo no es eso. El toreo es el bonito recital de suerles técnicamente bien construídas e interpretadas con arte que dio Julio Robles en el segundo de la tarde. Ese segundo toro, flojo como casi todos, tomó una larguísima vara con desusada codicia y llegó a la muleta muy noble. No le resta méritos a Robles, pues la nobleza de los toros, si es encastada, nor.malmente pone al descubierto los defectos del torero. Y en este caso, no hubo lugar. El salmantino, por el contrario, subrayó su torería, ejecutó relajado y con ritmo una faena completísima, muy bella en los pases que hemos dado en considerar fundamentales -redondo y natural- y honda, de pureza absoluta, cuando abrochaba las series con el de pecho. Dio un molinete emocionante entre los pitones, e hizo desplantes- acariciando los rizos de la testuz.
Con fuerza pidió la oreja el público, que hizo bien la presidencia en no conceder, pues Robles había matado de bajonazo, y ese es chapucero remate para tan acabada obra como había conseguido crear. Con el capote también lució, muy por encima de sus compañeros de terna, y un quite por delantales lo bordó. En el quinto dió un montón de pases, seguramente para no defraudar, pero aquello no tenía sentido porque el toro era un inválido absoluto y lo que procedía era: liquidarlo a la mayor brevedad.
Al lado de Robles, con su madurez, su reposo y su dominio, Emilio Muñoz parecía un principiante. Atraviesa el trianero un momento crucial en su profesión, pues es evidente que se empeña en depurar el toreo y está valiente, pero sospechamos que aún no ha encontrado su estilo. Le sobra pinturería, de la que hace gala, mas le falta arte. En su primer toro, que resultó nobilísimo, tuvo todas las posibilidades de repetir la buena faena que cuajó en Valencia y si embargo los muletazos le salieron tropezados, le faltó inspiración y convirtió el trasteo en una monótona repetición de los consabidos "dos pases". En el sexto, de condición tardo, consintió mucho y templó poco. Sigue Muñoz donde estaba, pero hay fundadas esperanzas de que se convierta en figura.
Babelia
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