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Siete soviéticos, en huelga de hambre para poder reunirse con sus esposas

Dos manos a punto de unirse sobre un mapa de la Unión Soviética y un lema de resonancias cercanas: "Familias divididas del mundo, uníos". Este ha sido el símbolo de un pequeño y fugaz grupo de soviéticos casados con occidentales que, desde la pasada primavera, reivindican colectivamente ante las autoridades de la URSS el derecho a emigrar a Occidente para encontrarse con sus maridos, esposas o hijos.Yuri BalovIenkov, 33 años, es el único de ése grupo inicial de siete personas que sigue sin obtener ninguna garantía de que le será concedido el visado de salida. El es, pues, el último resistente, y todavía ayer se mantenía en huelga de hambre.

BalovIenkov se debate ya entre la vida y la muerte. El 10 de mayo comenzó su primera protesta, que prolongó hasta el 21 de junio, fecha en la que, según él, recibió ciertas garantías de que le sería dado el permiso para emigrar.

En aquella ocasión, Yuri Balovlenkov perdió veintidós kilos y tuvo que estar hospitalizado durante diez días al final de su huelga. Nuevamente el 5 de julio BalovIenkov inició una nueva protesta, que aún sigue manteniendo.

Su esposa, Elena, de nacionalidad estadounidense, consiguió por fin un visado de entrada a la URSS y llegó a Moscú el pasado viernes para acompañar a su marido. Elena afirma que Yuri ha superado ya el límite de sus fuerzas. Ella sabe bien que Yuri no conseguirá su visado, pero a pesar de ello le da ciertas esperanzas para animarle a que ponga fin a su huelga de hambre. También le suministra inyecciones intravenosas para hacerle recuperar fuerzas. Pero Yuri parece ahora tan convencido de sus propósitos como el 5 de julio, cuando hizo público su proyecto definitivo: o la emigración o la muerte.

El OVIR (organismo encargado de conceder los visados de salida al extranjero) ha sido terminante: no concederá el permiso de emigración a Yuri porque, en su trabajo como ingeniero, ha estado en contacto con informaciones clasificadas como secretas.

Sin embargo, no hay que pensar que Balovlenkov posea la llave de grandes misterios. Este tipo de observaciones las suele hacer el Estado soviético con ciudadanos que en algún momento de su vida trabajaron en alguna ciudad cerrada o en la industria de armamentos.

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El caso del físico Andrei Sajarov -premio Nobel de la Paz, confinado en Gorki desde hace más de treinta meses- resulta ilustrativo a este respecto.

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