Las viviendas trogloditas, presentes en la mayor parte de la Península Ibérica
Mas lo cierto y verdad es que el 95% de tales reportajes tienen como centro y mira de su atención a una ciudad: Granada y su célebre barrio del Sacromonte. A lo más también se nos da cuenta de las viviendas troglodíticas de la también granadina ciudad de Guadix. El primer ejemplo ha quedado bastante en desuso por cuanto en el Sacromonte muchas de esas cuevas no son más que tablaos para mostrar al turismo lo más típico de nuestros usos, costumbres y folklore. En Guadix el tema es diferente; allí la pureza de lo que es vivir en una barriada de cuevas -donde en alguna ocasión las bestias (mulos, modestos pollinos o alguna cabra) comparten la vivienda con la familia humana- da pie a la denuncia social.Los adjetivos y búsqueda de nombres más o menos llamativos para designar a este tipo de viviendas y a sus moradores se suceden con muy escasas variantes: topos, hormigueros, etc. En realidad, no se trata más que de un arcaísmo, de una reliquia o supervivencia de viviendas primitivas que -según climas y terrenos- se han ido conservando en zonas dispersas de la Península como una amplia y significativa muestra de aquellas viviendas prehistóricas, casi neolíticas, que el ser humano se inventó para salir de las cuevas naturales que le sirvieron de cobijo y refugio antes de que la construcción de la casa -de piedra, madera o ladrillo-, diese lugar a las viviendas más actuales.
No, no sólo son viviendas primitivas las cuevas o viviendas troglodíticas: igual consideración y antigüedad merecen viviendas hoy habitadas tales como las barracas, los chozos, las chozas y las viviendas palafíticas: hórreos y pallazas, etcétera. Lo que sucede es que, por ejemplo, muchas de estas construcciones ya estaban siendo abandonadas (casos de las pallozas o pallazas típicas de la sierra de los Ancares, entre Lugo y León) y que algunos pueblos, como Piornedo y otros de la zona, hayan caído bajo la protección de Bellas Artes y sus dueños reciban algún dinero por conservarlas en calidad de monumentos histórico-artísticos.
Los hórreos
Idéntico caso representan las distintas clases de hórreos (el horreum y el granarium), que no eran antes viviendas, sino lugares para conservar los granos ventilados y sin peligro de ser comidos por los ratones. El hórreo, hasta época reciente silo, granero y almacén, estaba siendo abandonado en todas las regiones donde existió y aún existe: Galicia, Asturias, Santander (Cantabria), León y Euskadi. Son de muy distintas clases y formas, y aun sus materiales de construcción difieren notablemente. Los gallegos, en general de piedra, estrechos y alargados, no sirven para habilitar en ellos viviendas. Los hórreos astur-montañeses-leoneses y vascos, aunque diferentes, tienen una mayor amplitud y, dada su planta cuadrangular o rectangular, pero con un ancho notable, así como la existencia en muchos de ellos de corredores o balcones que les circundan, están dando lugar a que se estén habilitando muchos de ellos como viviendas fin de semana, aprovechando su piso bajo -que antes sólo presentaba sus pilares- para cerrarlos y ganar así una o dos habitaciones. Dado el plan para la conservación del hórreo, también reciben ayuda económica para conservarlos.
Las pallozas o pallazas son de forma circular u ovalada, con muros de pizarra muy bajos y alto y cónico techo de paja. Se dividen en dos partes, una como cuadra y otra como vivienda.
Las chozas o majadas todavía son hoy empleadas por los pastores, en especial en tierras extremeñas. No suelen ser viviendas permanentes, aunque sí han pasado y pasan en ellas los pastores larguísimas temporadas. Suelen ser harto miserables. Y poco mejores las todavía existentes en la zona de Las Hurdes, denominadas alquerías, que aún se extienden con sus techos de pizarras como verdaderas tortugas al sol.
Así también las barracas valencianas, en trance de desaparición, que también se extendieron por Murcia, hechas con adobe y cubiertas con cañas, cañizo. Los animales tenían un cobertizo junto a ella y la cocina era al aire libre, protegida por un tejadillo. Si en Murcia y Valencia quedan pocas, ya han debido desaparecer del delta del Ebro o estar a punto de extinción. Si las barracas (y la vida de sus moradores) dieron lugar a la célebre novela de Blasco Ibáñez Cañas y barro, también el extremeño Gabriel y Galán escribió sobre los misérrimos chozos extremeños: "He dormido en la majada, sobre un lecho de lentiscos".
En resumen, este tipo y otros de viviendas primitivas, que aún pueden verse y admirarse por los puntos más variados de nuestra geografía peninsular e insular (no olvidemos los auténticos hormigueros que constituían las viviendas guanches, de las que quedan numerosos y bien conservados restos), vienen a demostrarnos que tan rústicas construcciones siguen vigentes en nuestro suelo.
Sólo un brevísimo paréntesis para indicar que no se puede ni debe confundir la pervivencia de este primitivismo, constructor con lo que se puede denominar la casa popular española.
La casa Popular
Ese es otro tema igualmente atractivo, pero de un signo muy distinto, aunque en muchos casos también la casa popular -el estilo regional de esas viviendas- se encuentre en nuestros días en franca regresión y, en ciertas zonas, francamente abandonado. Pero el caserío vasco-navarro, la casona solariega y blasonada montañesa, los pazos galaicos, la casa pinariega soriana, el más o la masía catalana, la alquería levantina, la casa ibicenca, el adobe de Tierra de Campos, el cortijo andaluz, la casa alpujarreña, las casas con terrado andaluzas, los patios sureños, etcétera, tienen un carácter y un estilo modernos y responden a un tipo de necesidades más avanzadas.
Los aparceros
Antes de entrar más pormenorizadamente en materia, a mí me gustaría recordar algunos casos de la España de nuestros días en los que se ha dado un salto atávico obligando a ciertas personas a llevar durante varios meses al año unas condiciones de vida, de habitabilidad, total y absolutamente anacrónicas, y sólo determinadas por el trabajo que se ven obligados a desempeñar, así como la total indiferencia que quienes sólo tienen puesto su punto de mira en la maximación de los beneficios, sin importarles el que para que los campesinos o alcancen un mínimo de ingresos han de hacerlo viviendo largos meses en las más precarias condiciones. Me refiero al caso de los aparceros. El régimen medieval de aparcería -absolutamente prohibido, por esclavizante, en la Europa occidental- se da en nuestro país de manera más grave en dos regiones: Extremadura y Canarias. En Extremadura, concretamente en su fértil zona de La Vera, que produce el 80% del tabaco español, y en Canarias, sobre todo en Las Palmas, imperio de la aparcería del tomate. En ambos casos -durante varios meses-, los aparceros y sus familias se trasladan a vivir sobre el terreno en improvisadas chozas de paja o de caña. A lo más, y en los últimos tiempos, los dueños permiten que esas familias habiliten rincón de los vacíos secaderos de tabaco como vivienda. Tampoco debe olvidarse que, aunque la trashumancia del ganado, en especial ovino y caprino, pierde fuerza, todavía por los valles bajos de Extremadura, pastores y gañanes viven durante meses en miserables chozos mejor o peor habilitados cada año por ellos mismos para pasar en las dehesas los meses que duran los pastos para el ganado.
La España troglodita
Dicho cuanto antecede, es ya hora de dar una primera y más puntual noticia sobre la pervivencia de la vivienda troglodítica en la España de nuestros días.
Empezaremos por situar dónde existen hoy esas viviendas troglodíticas en el suelo ibérico e intentar explicar las razones por las cuales se encuentran situadas en esas tierras y no en otras.
Aunque se encuentran algunas pequeñas excepciones, lo cierto es que este tipo de viviendas se suelen situar muy cercanas a las márgenes, a las riberas de los ríos, pero, ¡ojo!, jamás en aquellas tierras donde el agua de esas corrientes fluviales -de mayor o menor porte- puedan irrigar los suelos. De ahí puede obtenerse acaso la razón principal de su ubicación: la vivienda troglodita se sitúa cercana a los ríos, pero en tierras secas, resecas, absolutamente estériles si no pueden regarse. Por ello, desde tiempos inmemoriales, las viviendas han sido excavadas en los cerros, pequeños acantilados, promontorios, etcétera, que son como murallas que marcan los límites de las mayores o menores vegas -fértiles y lujuriantes de vegetación y cultivos hortofrutícolas-, los más o menos extensos valles por donde el río abona y da vida a los suelos. Desde tiempos remotos sus habitantes se vieron acaso en la necesidad de no restar ni un metro cuadrado de terreno a las vegas, a las tierras que podían ser huerta, y no encontraron mejor manera de procurarse techo que realizando esas excavaciones troglodíticas a fin de aprovechar al máximo posible la tierra potencialmente fértil.
Si observamos esa tierra a vista de pájaro nos podemos dar perfecta cuenta de que, salvo aquellos lugares donde llega el agua, todo el terreno circundante es total y absolutamente estéril, yermo, carente de vegetación, misérrimo, desértico. Sirvan como ejemplos los valles del Tajuña y del Henares, el valle del Jalón, el valle del Ebro -a partir de Logroño hacía Aragón-, las riberas del Júcar próximas ya a la capital valenciana, las hoyas de Guadix y Granada, los casos de la Chanca almeriense y de toda la parte suroeste de la provincia, algunas zonas murcianas -en especial en Caravaca-, sin olvidarnos de casos ya más aislados e infrecuentes en Cuenca (Tarancón) y en la mismísíma Cataluña, en Tortosa (en el pueblo de Campedró) y en Abella de la Conca (Lérida), así como en las Coves de Avinromá, en Castellón de la Plana. También podríamos citar varios pueblos toledanos (Villacañas, Quero, Romeral, La Guardia, Ontígola), y aun el caso de una mixtura entre casa y cueva que se da por Campo de Criptana.
Si una parte de esas viviendas troglodíticas están desapareciendo se debe sin duda, en primer lugar, al más alto nivel de vida logrado por nuestro país, pero más principalmente a que los nuevos métodos de regadío, el bombeo de las aguas, las nuevas técnicas agrarias que permiten una mayor intensificación de los cultivos, etcétera, han hecho que ya no constituya un problema sustancial robar unos pocos metros cuadrados de terreno a la huerta para levantar una casa. También a que la construcción con ladrillo, etcétera, permite ubicar la vivienda en tierras antes no aptas para hacerlo así, como el de poder situarlas algo más lejos de los terrenos a cultivar por la sencilla razón de que en toda zona huertana es excepción y no regla, quien no cuenta con un tractor o con una moto, con los que allegarse diariamente hasta el lugar de trabajo.
El trogloditismo cristiano
Acaso otro antecedente de las viviendas o cuevas trogloditas lo podamos encontrar en las que utilizaban los religiosos y monjes en la época de la Reconquista. Construían monjes y ermitaños sus miniiglesias en las rocas, como, por ejemplo, las iglesias rupestres de San Martín de Elines, o aquellas zonas cercanas a lo que denominamos Campoo (de Yuso y de Suso: es decir, de arriba y de abajo), por tierras montañesas que corren junto al recién nacido río Ebro. Son las iglesias campurrianas de Valderredible o las que se extienden por tierras de Arroyuelos y Las Presillas, sin olvidar las que utilizaron los monjes de Albelda por tierras hoy de Logroño. Tampoco hay que echar en falta una extensa comarca de España, hoy leonesa y limítrofe con Galicia: la gran comarca natural de El Bierzo, conocida por La Tebaida. En fin, lo cierto y verdad es que iglesias, ermitas y lugares más o menos santos situados en zonas escarpadas y casi inaccesibles se pueden encontrar en toda la España donde se extendieron y aposentaron los primeros conquistadores. Y la explicación de tan singulares monumentos fue impuesta porque durante lustros, aunque la tierra había sido ya reconquistada por los cristianos, las incursiones y operaciones de castigo de los musulmanes volvían a asolar aquellos territorios.
Del Duero para abajo ya es casi imposible encontrar este tipo de trogloditismo religioso. Posiblemente la última avanzada la constituya la ermita que se encuentra frente por frente del monasterio de San Pedro de Arlanza, a orillas mismo del río Arlanza, a unos cincuenta kilómetros al norte del río Duero.
Pero el trogloditismo es mucho más antiguo en España. Ya existía antes de la llegada de los musulmanes, y así Tito Livio nos da cuenta de su existencia en tierras hoy madrileñas de Carabaña. De esa Carabaña cuyas aguas tenían aún tanta fama en épocas relativamente recientes -tras nuestra guerra civil-, y que cuando éramos niños los que hoy somos cuarentones cantábamos al corro aquello de: "A los tontos de Carabaña, se les engaña con una caña".
Otra prueba de la antigüedad del trogloditismo nos da la toponimia, el nombre, de tantos y tantos pueblos de nuestra geografía, denominados Cuevas de...: Cuevas de Reillo, Cuevas de Ayllón, Cuevas de Vera, Cuevas del Becuro, Cuevas de Velasco, Cuevas de Avinromá y tantos y tantos otros.
'Payos' y gitanos
No todas las viviendas troglodíticas son de una factura uniforme. Podemos decir que en cada territorio o región donde aún perviven estas auténticas reliquias de viviendas primitivas presentan unas características plenamente diferenciadas.
Igualmente, y como veremos en otro capítulo sucesivo, es totalmente falso que este tipo de cuevas estén ocupadas solamente por gitanos. Las hay, en efecto, que en su mayoría pertenecen a gitanos, pero esto sucede tan sólo o preferentemente en ciertos lugares de Andalucía, más concretamente en Granada (capital), a las orillas de los ríos Darro y Genil: desde el Albaicín al Sacromonte.
Mas es un auténtico estereotipo atribuir el uso de tales viviendas en exclusiva a los miembros de la raza gitana.
Como tantos otros tópicos de la España de pandereta, se confunde las partes con el todo, y a ello ha contribuido y sigue contribuyendo algo que indicaba al inicio de este capítulo: las juergas -perfectamente serializadas- del folklorisno para turistas que se han hecho con la conversión en night club typical spanish de las cuevas del Sacromonte granadino. Pero poco tieaen que ver hoy con esas cuevas las situadas en la provincia de Granada, y más señaladamente en la extensa comarca del Marquesado, que tiene nombre y notoriedad por las ricas minas de hierro que allí se ubican, cuyo mineral se exportaba para los Altos Hornos de Vizcaya transportándolo en ferrocarril minero hasta el mismísimo puerto de Huelva, y desde allí en barco hasta Bilbao.
Racismo
Por otra parte, hay que señalar que en cada una de las barriadas, por denominarlo de algún modo, qlue forman ese conglomerado de viviendas o cuevas trogloditas, aun en la propia provincia de Gra nada hay una división clara y concreta entre sus moradores. Hay barriadas donde sólo viven gitanos, otras donde pueden habitar entre ellos algún payo y otras donde sólo viven los payos, sin mezcla de gitano alguno. Una muestra de racismo -más o menos edulcorado- aun en la tierra -Andalucía- donde se asientan más gitanos y donde (oficialmente) se dice que allí no hay distinción entre unos y otros. Así, en días aún muy recientes -poco antes de las elecciones andaluzas del pasado 23 de mayo-, al visitar Guadix giré, una vez más, una detenida visita a su amplísimo barrio de Santiago. En uno de sus innumerables recovecos se encuentra un pequeño y estrecho pasadizo. Me acompañaban dos mozalbetes para servirme de guías. Al llegar al citado lugar, el mayor de ellos me dijo: "Nosotros de aquí pallá no pasamos". "Y eso, ¿por qué?", le pregunté. "Es que ese es el barrio de los gitanos", me contestó.
Recordé entonces algo que tenía semiolvidado o en lo que no había vuelto a pensar desde las épocas en que hice reportajes tanto sobre la recogida de la aceituna, por Jaén, y en Jódar concretamente -donde también existen viviendas trogloditas, por cierto-, y en la recolección del tomate en las vegas del Guadiana, en parcelas del Plan Badajoz: se me quejaban entonces las cuadrillas de gitanos. (La recogida se hace con una serie de personas, hombres o mujeres, a los que se denomina cuadrillas; no tiene, por tanto, su uso aquí afán peyorativo alguno.) Me acordé, digo, de que los gitanos se quejaban de que a ellos les pagaban menos que a los payos, aunque su producción por cabeza fuese igual o superior.
Por estas tierras trogloditas también sólo los gitanos de tronío y postín, que suelen ser bailaores, guitarristas, cantaores, toreros o artistas, son los únicos que se codean con la sociedad paya, y, por cierto, con la más alta sociedad. No sólo los gitanos están discriminados en el Norte, en Euskadi, etcétera. En pueblos murcianos hubo el año pasado manifestaciones contra su ubicación en una barriada, y ya vemos que en la propia Andalucía, aun en estas barriadas primitivas, trogloditas, también hay una raya, invisible, pero actuante, que separa y divide la sociedad paya de la gitana, al igual que los barrios residenciales de las ciudades tienen otra raya que les separa de los barrios suburbiales, de las colmenas humanas. Así, pues, aun entre los topos, también se hacen notar las razas o las clases.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.