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Autoridades y habitantes de La Línea critican la apertura 'de goteo' de la verja de Gibraltar

Decenas de linenses se agolpaban el domingo y el lunes ante la verja que separa el peñón de Gibraltar del territorio español. Algunas niñas, antes de acudir a los festejos del lugar, subieron a las vallas, vestidas con traje flamenco, para saludar a sus familiares que continúan al otro lado de la verja, en la zona de la Roca, y que no han podido todavía acogerse a los contados permisos de tránsito que desde hace dos semanas expide el subgobernador civil del Campo de Gibraltar, dentro de una política de manga ancha, anunciada oficiosamente el 4 de julio. Nadie parece satisfecho de este goteo en el paso de la verja, aunque el alcalde, que lleva años luchando por el deshielo, dice que "menos es nada".

El ritual se repite día a día, con excepción de los festivos, desde hace dos semanas. Un sargento lee la lista ante el grupo de personas que, cargadas de paquetes y bolsas de mano, se encaraman a la caseta contigua a la verja. Al oír su nombre, se encaminan a través del pasillo enlosado y desfilan de uno en uno hacia unas dependencias situadas a mano derecha, donde se sellan los pasaportes.Atrás quedan sus acompañantes y los vendedores, que no faltan en rincón alguno de la localidad de día o de noche, en domingos o días de diario. "Si no se ve no se cree", dice una señora de unos cincuenta años que ha acompañado a su hijo de vuelta a la Roca, tras dos días pasados en familia. "Lo tendrán que abrir poco a poco", apunta junto a ella su esposo, porque, si después de este rayo de esperanza vuelven a lo de antes, es como para matarlos".

La opinión es compartida por el alcalde socialista de La Línea, Juan Carmona, que lleva años intentando arrancar soluciones que contribuyan al deshielo entre las poblaciones de ambas partes de la verja. "Los pases individuales no son, ni mucho menos, lo ideal. Pero menos es nada". Juan Carmona viene insistiendo ante el Ministerio de Asuntos Exteriores para que se arbitren soluciones menos vergonzantes, "como podría ser abrir un pasillo para que puedan conversar las familias que ahora dialogan a distancia y a gritos". Sus peticiones han tenido poco eco entre las autoridades centrales, pero no entre la población de La Línea. "Lo peor de la fórmula actual", dice Juan Carmona, "es que, al ser totalmente arbitraria, deja en manos del subgobernador la concesión de los visados de modo discrecional".

Lo que comenzó como un caso excepcional, ideado para resolver la situación de una mujer mayor que se quedó sola en La Línea y pidió reunirse con sus únicos familiares que habitan en la Roca, se extendió a los pocos días a otros casos igualmente únicos. Ahora las peticiones, presentadas en un formulario confeccionado a su aire por el Ayuntamiento de la localidad, son una avalancha y unas 7.000 personas han desfilado por las oficinas del subgobernador del Campo de Gibraltar para obtener el pase.

Derecho a buscar la vida

Quince minutos después de atravesar el pasillo los españoles, son los llanitos quienes cubren el mismo camino en sentido inverso, entre los saludos de sus parientes de uno y otro lado de las vallas. Las mismas caras emocionadas, los mismos trámites en la aduana y los mismos abrazos con quienes corren a su encuentro en la parte de acá. Unos trabajadores desocupados comentan a nuestras espaldas: "Esto no es salida. Que abran de una vez, porque yo tengo el mismo derecho a buscarme la vida en el Peñón que estos paisanos a ver a sus familiares".Nadie en La Línea ni en las localidades circundantes se considera satisfecho de estas autorizaciones, distribuidas con cuentagotas desde que el 25 de junio se cancelaron las conversaciones oficiales sobre Gibraltar, acordadas por los Gobiernos español y británico. "Desde luego, más vale esto que nada", comenta uno de los hombres que acudieron un domingo más a otear a sus seres queridos. "El desastre del aplazamiento de las negociaciones y de la apertura completa de la verja no hay quien lo repare", continúan, mientras pliegan los binoculares, comprados seguramente pocos metros más allá, entre el amplio muestrario de contrabando gibraltareño que ofrecen los buscavidas, "pero al menos ahora tenemos la esperanza de poder pasar unas horas con los parientes cuando más lo necesitemos".

La población de La Línea sabe poco sobre los nuevos permisos establecidos, y ni los mismos carabineros que cubren la vigilancia del paso fronterizo tienen una idea clara de su duración. "Hay quien ha conseguido un pase para varios días y hasta dicen que indefinido, pero lo cierto es que hasta ahora no deben pasar de trescientas las personas que han cruzado la frontera", dice uno de los linenses curiosos que cubren a pie el trayecto todos los domingos, casi por rutina. "Hace sólo un mes tuve necesidad de pasar al Peñón", tercia un anciano, "porque se murió mi cuñado, y no hubo forma de hacerse con una autorización. Por pocos días hubiera podido reunirme con la familia, porque desde el 4 de julio parece que la cosa resulta más fácil".

La vía del transbordador

Queda, desde luego, la otra vía, más cara y laboriosa: tomar el hidrofoil hasta Tánger y luego regresar hasta Gibraltar, para repetir el procedimiento a la hora de la vuelta. Pero el hecho de que los miles de trabajadores marroquíes emigrados en Francia aprovechen las vacaciones veraniegas para pasar unas semanas en su tierra hace impracticable esta fórmula.Una larga caravana, con la que el viajero tropieza bastante antes de llegar a Algeciras, no se interrumpe hasta la boca del transbordador y el amasijo multicolor de las familias africanas, acampadas en los pocos espacios verdes, en las inmediaciones de los hoteles de lujo, en el mismo muelle, hace intransitables las vías de acceso a los transbordadores.

El único recurso que quedaba el pasado domingo, de sol africano y despiadado, era encaminarse a la verja y situarse ante los letreros de "zona militar y fiscal. Prohibido el paso", para para sacar de ellos el único beneficio posible utilizarlos como plataformas desde las que asomarse, prismáticos en ristre, y escrutar cualquier signo en la parte opuesta. "Creo que es el abuelo", dice una niña, después de observar el territorio de la colonia durante un buen rato. "Trae pa cá", le responde su madre, mientras comienza a hacer señales aun antes de aplicarse los prismáticos a los ojos.

En una de las vallas blancas que flanquean la vía de acceso a la verja, los militantes de la ultraderecha linense o los venidos de otras latitudes han escrito con letras inseguras: "Dimición del alcalde y de Palomino (parlamentario andaluz del PSOE) por pasar ilegal al Gibraltar Español", irritados, sin duda, por el empeño de Juan Carmona en tender puentes de diálogo con los llanitos.

"Los permisos parece que van ahora con ligereza", nos dice un número de la Guardia Civil en el puesto fronterizo. Desde luego, serían, quizá, los ecos festivos traídos entre jirones musicales del recinto de la feria o sería la alegría del domingo, los linenses desean creer, y para creerles basta el menor pretexto. Sólo ver movimiento en el paso fronterizo ha hecho volver a renacer las ilusiones de que "todo vuelva a ser como antes".

A las 21.30 horas una banda militar, con un sargento al frente, entona marchas marciales a lo largo de la avenida y se encamina hacia las casetas del paso fronterizo. El pelotón de soldadós que compone la guardia que custodia la enseña española forma apresuradamente a toque de corneta, y los curiosos agolpados ante la. verja despejan el camino, los familiares ceden por un momento en su griterio desenfrenado, dejan caer la mano con los anteojos y las cancelas que fueron horas antes el telón de fondo de encuentros emocionados, se deslizan sobre sus carriles por un instante. A las 21.45 horas en punto la ceremonia militar del arriado de la bandera se inicia, mientras suena el himno nacional, incrustado de aires de fandango que vienen de las cercanías del circo Bruxelas. El policía británico, impecable, saluda a la bandera, mientras los soldados presentan armas con guantes blancos, un día más.

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