El ganso feo de Brooklyn
Daniel Komirisky, hijo de un sastre ruso, judío inmigrante en los Estados Unidos, nació en Brooklyn, Nueva York, en enero de 1913. Era un muchacho de aspecto disparatado: pelirrojo, narigudo, el pellejo sobre los huesos, largirucho como un mal día, blanco como la manteca, pecoso, pies planos y aspecto general de gallo desplumado. Era tan hazmerreir en su colegio, que decidió resolver su ridículo aumentando voluntariamente la dosis de disparate de su pinta. Y cuentan que el irrisorio muchacho de Brooklyn creció burlándose de sí mismo, hasta el punto de que la gente, entre carcajadas, comenzó a tomarle en serio. Así fue el largo aprendizaje de Danny Kaye del duro oficio de la bufonería.De gracioso de barrio a ganso de tugurio hay solo un pequeño salto, que Danny dio en edad temprana. Por las mañanas era ascensorista, vendedor de helados o colocador a domicilio de pólizas de seguros; por las tardes estudiaba arte dramático; y por las noches fabricaba gesticulantes sketchs en cabarets de mala nota. Así pasó casi diez años de su vida, pero en ellos escaló los peldaños que conducen de la taberna al teatrillo de burlesque, y de este al gran espectáculo de revista.
En los primeros años cuarenta, cuando los Estados Unidos, ya en guerra, demandaban todo tipo de graciosos y entretenedores profesionales, le llegó su oportunidad al pelirrojo y esperpéntico joven Kominsky. Su fama creció rápidamente y el cine le llamó. En 1943 interpretó a las órdenes de Elliot Nuggent Rumbo a Oriente. No era este un buen filme, pero algunos números de Kaye crearon paroxismo en las salas, lo que provocó inmediatamente un nuevo rodaje.
Un cómico eficaz
En 1944 interpretó Un hombre fenómeno, dirigida por Bruce Humberstone. Mucho mejor película que la anterior, le encarriló en la fama, que fue consolidada y aumentada por las tres películas siguientes: El asombro de Brooklyn, rodada por Norman Z. McLeo,d en 1945,- La vida secreta de Walter Mitty, del mismo director, al año siguiente; y Nace una canción, de Howard Hawks, en 1948. Para esta fecha, Danny Kaye era ya universalmente conocido como un cómico algo tosco, pero de singular eficacia.
Refritos de refritos
Pero, paradójicamente, a partir de entonces, la calidad de los filmes de Kaye se estancó o incluso comenzó a descender, hasta adquirir un acentuado manierismo: refritos de refritos. Kaye se institucionalizó y, qué duda cabe, esa es una sentencia de muerte para cualquier cómico de casta, que jamás debe perder de vista que su oficio debe ser necesariamente incómodo. La poltrona acabó con él. Hoy, Kaye es la sombra de una sombra, con algunos, muy escasos, destellos de luz en Yo y el coronel, de Peter Glenville, y en algunos otros filmes. No mucho para quien soñó convertirse en el Stan Laurel del cine sonoro.
El asombro de Brooklyn está lejanamente inspirada, con exageraciones y variantes rocambolescas, en la propia vida de Kaye. No es, como filme, nada del otro mundo, pero tiene sencillez y sirve con mimo a los propósitos de exhibición de las hilarantes gansadas de Kaye. El director Norman Z. McLeod, un pionero de los filmes cómicos mudos, muerto en 1964, adquirió cierto prestigio de director competente en los primeros filmes cómicos del sonoro, sobre todo a causa de Plumas de Caballo y Pistoleros de agua dulce, dos de las buenas películas de los hermanos Marx, especialmente la primera. Más tarde, y tras dirigir algunos filmes sonoros, no afortunados, de Harold Lloyd, se especializó en sacarle partido a Bob Hope, tarea obviamente imposible.
El asombro de Brooklyn se emite hoy a las 22.05 por la segunda cadena.
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