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Sí a los aviones de la OTAN, no a las hortalizas españolas

Soledad Gallego-Díaz

La adhesión de España a la Comunidad Económica Europea (CEE) no ha quedado pospuesta ad calendas graecas, pero sí a la segunda mitad de esta década. La cumbre europea ha dado el paso que quería París y ha institucionalizado una posición que hasta ahora era sólo la francesa, al menos públicamente. A partir de ahora no será justo descargar todas las iras en el Gobierno de Mitterrand. Ayer nadie de quienes podían haber levantado su voz para oponerse se tomó la molestia de hacerlo. Son los diez, en su conjunto, los responsables del ritmo agónico que tendrán las negociaciones con España hasta, al menos, la primavera de 1983.Los jefes de Gobierno y de Estado mantienen que no hay veto político a la integración de España, y es cierto. No hay dudas sobre la "voluntad política de aceptar en el seno de la CEE a un país democrático que es tan europeo como la propia Francia", dijo Mitterrand. El problema reside en que esa voluntad política exige una inversión en pesetas contantes y sonantes, y que claramente no habrá negociación real mientras que la RFA no acepte pagar la agricultura mediterránea y aumentar el techo del 1. % del IVA que se dedica actualmente a sufragar las políticas comunitarias.

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Lo más notable ayer, en el hotel en el que se instaló el centro de Prensa de la cumbre, era la absoluta inocencia con la que los responsables de la Comisión afirmaban que van a ponerse inmediatamente al trabajo y a elaborar en cuanto se pueda el catálogo de problemas que causa la ampliación. Parecía como si España acabara de presentar su demanda de adhesión al tratado de Roma o que los cinco largos años transcurridos desde entonces no han sido suficientes para permitir a los 12.000 burócratas de Bruselas calcular sobre un papel lo que cuesta mantener el consumo de aceite de oliva o el precio al que se van a vender las hortalizas españolas en el midi francés. Lo cierto es que todo está calculado y superestudiado y que los diez han hecho una hábil maniobra para ganar tiempo.

Tiempo que no les falta, porque, en el fondo, nadie tiene prisa. Cuando todavía no éramos miembros de la OTAN, todos, menos Francia, callaban. Ahora que somos socios a la hora de pagar los carísimos aviones AWACS, los diez se toman, en bloque, un respiro.

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