El balón en la moneda
Mi sobrino y mi ex consuegro se han quedado meneando las cholas y chasqueándome las lenguas por eso de que, a propósito de foot-ball y del negociazo de los Mundiales,, me pusiera a largarles todo aquello del capital y del Estado y de su consorcio progresivo. Mi sobrino dice que de Estado y de capital, que él pasa. Mi consuegro, que es bastante culto para hombre del comercio, opina que eso son abstracciones, esto es, que no son realidades, como las que él maneja, en la caja de su establecimiento verbi gracia. ¿Qué?, y a ustedes ¿les parece que el Estado y el capital son entes metafísicos, inventos de ingenios desocupados, y que no tienen que ver con lo que les pasa a ustedes cada día? Abstractos y metafísicos sí que lo son, los pobres; pero ¿no les convenzo mucho si les digo que la realidad es también abstracta, que las mercancías que nos venden son cada vez más ideales y metafísicas? ¿Quieren ver cómo esas ideas, capital, Estado, aparecen en la realidad y en la realidad celebran su matrimonio?Pues no tienen más que echar, mano al bolso o al bolsillo y sacar unas cuantas monedas, de ésas que ellos han hecho que se llamen fraccionarias, de la emisión del corriente año. Vean, señores, por el haz y por el envés una de esas moneditas: en el haz está la faz del Rey, como en las normales; en el envés hay un balón.
¿Qué tiene esto de raro, que a cualquiera que se pare a mirarlo lo deja vagamente inquieto? Bueno, desde luego, le rompe a uno la imagen que tenía de lo que es moneda; porque ¿qué solía aparecer en el envés de las monedas? Eran símbolos diversos: en las que venían circulando aquí estaban el escudo o la corona. Y cuando en sustitución de tales símbolos aparece un balón, no puede menos de sentirse que algo se nos ha escamoteado, que eso no es una moneda como Dios manda, que tiende a parecerse a cosas como las medallas conmemorativas, de las que de ordinario se distinguían las monedas de curso legal celosamente: pues así como en los sellos de correos era ya viejo que figuraran conmemoraciones de toda laya y hasta con ello se organizara un gran negocio de emisiones ornamentales, la moneda en cambio, cara visible de la patria y ley de los valores, se sentía obligada todavía a guardar otros respetos. Y no es que a uno le importe demasiado que las monedas empiecen a parecerse a las medallitas de los PP Escolapios o a los chapetes de mejunjes gaseosos con premio bajo la cápsula; pero tampoco puede tomarse tan a broma. Porque ¿qué cosa hay más seria que el dinero?
Me advierten aquí quienes entienden más que yo de numismática que no me pierda ni extrapole: que también era tradición que en el envés de las monedas aparecieran símbolos de la producción y la riqueza. Es verdad: había muchas en que figuraban un haz de trigo y un ramo de olivo, por ejemplo, como representantes de la forma más antigua y venerable de la producción, y al mismo tiempo de la paz, en que el trigo y la oliva granan; y aún más: las había, más progresadas, pero ya de hace muchos años, que tenían en el envés hasta símbolos de la industria, una rueda dentada sobre todo, y yo creo que incluso al caduceo de Mercurio, símbolo del comercio. Ah, sí, y ya en época de desmadre del progreso, recuerdo una horrenda moneda de diez francos que salió bajo un presidente tecnocrático (como si no lo fueran todos), en cuyo envés figuraba descaradamente, ya más que símbolo, la imagen de un área de construcción de esas para el mañana, con sus armazones metálicas para torres y sus grúas sublimes alzando el brazo hacia los cielos. Sí, es cierto que era tradición de la moneda reservar el envés para imágenes de la producción y la riqueza que se suponía que sostenían al dinero; y, claro, si aquí este año lo que se producía mayormente era un Campeonato Mundial de foot-ball, ¿qué cosa más lógica que colocar un balón en ese sitio?
Más aún: parece bastante claro que la moneda ha venido queriendo desde siempre, revelando en su estructura misma la esencia del dinero, destinar su haz y su envés a las dos caras que esa esencia del dinero tiene: el haz, para aquella mitad de su valor que consiste en la garantía del poder constituido que la acuña, efigie del magistrado, emperador o alegoría de la república; el envés, para el fundamento primero de su valor, que consiste en ser el dinero sustituto de las cosas, que en el origen se creía que eran las que valían (¡adónde hemos llegado, Señor, con el progreso de tu capital!) y que así le daban al dinero su fundamento, aunque desde ese momento, lo que les pasaba a las pobres es que empezaban a valer dinero. Así se distribuye el haz y el envés de la moneda para símbolos adecuados de esas dos entidades, el Estado (llamando Estado a la forma más perfecta del. poder constituido) y al capital (llamando capital a la forma más avanzada de la producción, que: es la del dinero vivo, el que produce no otra cosa sino dinero); y todo el mundo sabe que el haz y el envés de una moneda son absolutamente inseparables (o, si no, no es moneda), de modo que bien pudiera ser que estuviera dentro de tal tendencia simbolizante y de su progreso esto de que en el envés de éstas aparezca, apenas velado bajo pretexto de deporte y fiesta, el símbolo del negocio fastuoso en que el capital en marcha se aúna con el Estado progresivo para su organización y sus provechos, hasta el punto de no poderse separar ni distinguir lo que en el negocio haya de capitalístico y privado y lo que haya de estatal y de todo el mundo (porque Hacienda son ustedes: ¿no se habían enterado?).
Y todavía: recordando que las monedas más primitivas solían tener acuñada una imagen de la mercancía premonetaria, ya casi moneda, a la que venían a reemplazar, preferentemente un pellejo de becerro, podría verse (esta observación se la debo a una niña de bachillerato de Toro que después de una. exposición sobre el dinero, me la sugirió tímidamente), que esta novísima aparición de la pelota o campeonato (esto es, la mercancía) en el envés de la moneda significa así una regresión a las formas más primitivas de dinero, sea lo que sea de las transformaciones que entre tanto haya sufrido el pellejo de becerro para convertirse en el balón (que probablemente ya ni se fabrica en cuero, sino en algo de eso que se hace por síntesis desde arriba), una resurgencia de lo más arcaico en lo más progresado, a la que nos tienen acostumbrados otros análisis de fenómenos de este mundo.
Pero no. Me temo que nos ha divertido un tanto del análisis esto de hacer como si este balón fuera de veras un símbolo de producción y de riqueza: porque está claro que el Mundial 82 no era un bien que se tuviera ya depositado en las arcas (las del Estado o las de la banca, que más da, si cada vez son más las mismas) y que, por ende, pudiera de algún modo respaldar la solvencia de la nación emisora de la moneda y darle a su dinero su sustancia; no, sino que estas monedas se adelantaron en su emisión meses y meses al advenimiento del Mundial-82; y aunque sabemos que hoy día el dinero es tiempo, esto es, futuro y crédito, más prudente será decir que venían estas monedas anunciándole al mundo el Mundial 82, y por tanto...
¡"Anunciando" he dicho! Sí, ahí está la cosa: verdad más honda de esta moneda empelotada será que se trataba de un recurso publicitario; y en seguida se le vienen a uno a las mientes anuncios con balón que ha visto en otros sitios, más o menos oficiales también y serios, como por ejemplo, en los vagones de la Renfe, que se han puesto una pintadita que dice Transportista, oficial del Mundial-82 o algo por el estilo; así que, por tanto, todo eso debe de formar parte de una campaña publicitaria, montada por algún órgano oficial o agencia privada a su servicio (¿ustedes notan la diferencia?); y dejemos de lado la cuestión, que seguramente se les ha ocurrido a ustedes, de qué es lo que ahí se anuncia y para quiénes y para qué: porque, en efecto, a primera vista, no se podría idear publicidad más tonta y sin provecho (¡y con lo que eso sólo les habrá costado a los contribuyentes!), pero ¿qué importa?: una vez decidido el Estado, de consuno con el capital, a montar este negocio, la primera idea que al ejecutivo paraestatal encargado de ello hubo de venirle fue publicidad, como en cualquier negocio a la moda, y la máquina se puso en marcha: ¿qué más da la inutilidad de la
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campaña, si con ello se pone en juego dinero (y de paso, horas de trabajo para, funcionarios), que es lo que al dinero le hace falta para vivir en nuestros años?; y así fue el balón pasando de los sellos de correos a las vallas de los bloques en construcción, de las vallas a los trenes, de los trenes a los membretes semioficiales, y al fin fue a encajarse en la moneda misma, en el símbolo sagrado del poder y de los bienes.
Pero lo que hay que anotar aquí es que, al avenirse la moneda a ser un medio de publicidad, deja de ser propiamente dinero para convertirse en cosa (no dirán que los productos de la publicidad no son cosas, cuando casi ya no hay otras en nuestro mundo); de manera que, así como los periódicos no venden ya noticias, sino que las noticias son una cobertura y aliciente para la publicidad que de hecho los sostiene, así también la moneda con balón no vale ya veinticinco pesetas, por ejemplo, sino que, las veinticinco pesetas son más bien un pretexto para sostener el anuncio del Mundial-82, anuncio que será el verdadero valor de la moneda, en cuanto se suponga que contribuye en tal tanto al éxito del negocio capitalístico-estatal del Mundial-82.
Así es como culminan a la par los dos procesos de progreso del dinero y del poder: que, en la medida en que, habiéndose vuelto las cosas todas dinero, el dinero se vuelve cada vez más materialmente cosa, y no ya símbolo, en la misma medida vienen a confundirse las dos instancias de poder, Estado y capital, al principio separadas y culo contra culo en el haz y el envés de la moneda, pero que vienen en el término del proceso a ser ambas una misma. Y lo mismo da para el caso, por supuesto, que al Estado lo llamen capitalista los socialistas o lo llamen totalitario los liberales.
Pero, en fin, atentos también, en lo tocante a la relación de dinero y cosas, a eso de que, como buena relación dialéctica, no puede menos de funcionar también en el sentido inverso: que cuando se llega al extremo de que el balón se mete en la moneda, en el mismo instante la moneda se habrá metido en el balón; y si estas monedas son balones, los balones no serán más que monedas, aunque se sigan llamando, para más inri, deporte, juego y emoción. No saben esos jugadores (esos muchachotes cuyos nombres las directivas de los clubes se venden unas a otras por millonadas: otra manera de darle al capital la marcha que necesita), no saben ellos que a lo que le están dando patadas por el campo y haciéndole trazar parábolas por los aires es al dinero mismo, encarnado en el esférico. ¡Cuidado, muchachos, no se os vaya fuera de la raya, por encima de la valla, a los graderíos, a las tribunas presidenciales!
EL PAIS, nº 1.911. Por cierto, errata grave: el punto final eran puntos suspensivos. ¡Pobre de la retórica que depende de la tipografía!
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