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Milka Planinc, una mujer para enderezar la Yugoslavia de Tito

La designación de Milka Planinc (58 años) al cargo de primera ministra de la Federación yugoslava no es el fin del secular imperio del macho en los Balcanes, sino el imperativo de que una persona de las características de esta mujer se ponga al timón de la nave que dejó Tito hace dos años en un mar de crisis. Entre las biografías de los prohombres del postitismo no había una que calzara mejor con las necesidades del momento. Si Margaret Thatcher surge en un país de reinas, aupada por un partido contra otro, en el caso de esta mujer sureslava son los hombres del partido único (comunista) los que han decidido que sea Milka Planinc la que intente ponerle el cascabel al gato de una crisis que avanza sigilosa.

Corre el año 1971 y en Croacia los estudiantes están en huelga. Los sectores más separatistas del nacionalismo croata piden el ingreso de Croacia en Naciones Unidas (Croacia es una de las seis Repúblicas-Estados que forman la Federación yugoslava) y la formación de un ejército nacional. El Partido Comunista de Croacia está dirigido por una elegante doctora en Economía, Savka Dabcevic-Kucar, blanda y contemporizante del movimiento de masas del nacionalismo croata. En una reunión convocada de urgencia por Tito, en su sitio de caza preferido, el discreto paraje de Karadjordjevo, aquel inapelable croata dice que hay que cortarle las alas al nacionalismo de su República natal en nombre de la Yugoslavia de un pueblo-clase, los trabajadores.La primera persona en romper la capa de hielo de varios segundos de espesor que se formó tras las palabras de Tito fue Milka Planinc, que se solidarizó abiertamente con el presidente yugoslavo. Tito nunca lo olvidaría. Milka Planinc reemplaza entonces a Savka al frente de los comunistas croatas y excluye de las filas del partido a 741 personas, dimite de sus funciones a 131 dirigentes y acepta las dimisiones de 280 más. Desde un discreto anonimato pasaría a ser la lugarteniente de Tito en la represión del separatismo y el clericalismo croatas.

La analogía se ha impuesto ahora entre los hombres de Tito. Quien logró apaciguar la revuelta nacionalista croata de hace diez años bien podrá servir para devolverle la confianza a los atónitos consumidores yugoslavos, que cada vez tienen menos cosas que consumir. Por otra parte, en una Yugoslavia crispada tras un bienio sin Tito, árbitro supremo durante 35 años, con el nacionalismo serbio irritado por la revuelta albanesa de Kosovo, conviene salvar las formas ante los celosos croatas y designar a un o una croata al puesto de primer ministro. La situación en Croacia es también muy delicada. La Iglesia quiere más protagonismo que el grado de tolerancia de que disfruta, y en los últimos dos años van tres condenas contra nacionalistas de primera plana: Veselica, Gotovac y el ex general partisano Franjo Tudjman.

Dice Milka Planinc que lo que más miedo le da en la vida es esa clase de gente que quiere dar la impresión de estar de vuelta de todo. Pero su propia mirada, que se expresa a través de una voz pastosa que no sabe de titubeos, parece estar en la verdad de todo. Baja de estatura para ser croata del litoral, defensora del derecho a la vida privada de los funcionarios, nadie consigue romper, block o cámara en mano, la tranquilidad de sus vacaciones a la orilla del mar. Tiene un hijo arquitecto y una hija escultora. Su marido, Slavko Planinc, es ingeniero y jefe de una empresa.

El puritanismo de los viejos partisanos y el conservadurismo de las cumbres británicas podrían acercar a Thatcher y Planinc. Pero poca cosa más. Milka Planinc parece ser más enérgica que la dama de hierro. Eso sí, en sus primeras alocuciones al frente del Gobierno, Milka Planinc ha prometido, como Churchill, "sudor y lágrimas" a los pueblos yugoslavos durante cuatro años de recuperación económica.

A los diecisiete años formaba ya parte de la resistencia antifascista, y a los diecinueve era partisana a las órdenes de Tito. Termina la guerra con el rango de comisaria de brigada. Siguen años de alcalde de barrio en Zagreb, hasta que llega a la cumbre de la Liga de los Comunistas de Croacia. Los observadores más freudianos verían en todo esto que cuando hombres de un medio patriarcal como los Balcanes están en franco desacuerdo frente a una empresa común, sólo el recurso a una madre firme y segura puede impulsarlos rumbo a la meta. "No se ponen de acuerdo ni para sacarse una foto", titulaba un diario belgradense la fotografía de los diputados de la anterior legislatura, al pie de la Asamblea. Faltaban varios. Unos habían dicho que no les convenía a las dos; otros, que a las tres. Lo primero que ha hecho Milka Planinc ha sido reunir a los diputados de la legislatura entrante en una foto con el Gobierno. "Para mojar al nuevo Gobierno con la Asamblea, y viceversa", comentaba entonces una revista. Desde ahora, en Yugoslavia se exigirá más responsabilidad por lo que se decida.

Sí Milka Planinc quiere rehabilitar al Gobierno en su tarea de ejecutivo y brazo derecho de la Asamblea, lo hace desde la autoridad que le confiere ser uno de los elementos más seguros y ortodoxos de la línea clásica del partido único yugoslavo. Quiere acabar con esas conferencias telefónicas, previas a las votaciones federales, en las que los diputados buscan la inspiración de sus diversos centros locales de patria chica. Para tranquilizar a quienes en el país y en el extranjero (los banqueros norteamericanos, por ejemplo) ven una vuelta al centralismo con las velas hinchadas por una creciente influencia económica soviética en Yugoslavia, Milka Planinc asegura que su mandato de cuatro años abre un período de cierre de fábricas políticas productoras de pérdidas.

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