Las consecuencias del monetarismo en el Reino Unido y Estados Unidos / y 3
Tanto el monetarismo anglosajón como otras experiencias menos rigurosas muestran que, en la actualidad, el problema principal a afrontar y a resolver por las autoridades económicas es el elevado nivel alcanzado por los tipos de interés, que, por una parte, alimenta la inflación y, por otra, prolonga la recesión y frena la recuperación económica prevista para 1982.Por eso no deja de sorprender que sea el sistema financiero internacional el que esté tomando la delantera a los sistemas de cooperación política y administre un bien productivo (el crédito), tan importante como el petróleo, con criterios similares a los de la OPEP: reducción de la producción (liquidez) y elevación del precio (tipos de interés). La última reunión del Fondo Monetario Internacional en Helsinki ha sancionado la firme voluntad de los bancos centrales de limitar el crecimiento monetario y -por otra parte, la cada vez más contestada opinión- de mantener elevados los tipos de interés hasta que la inflación no descienda sensiblemente.
Este comportamiento de las autoridades monetarias manifiesta su determinación de conservar a niveles positivos la remuneración real del crédito con los mismos argumentos con que la OPEP ha rechazado siempre cualquier empeoramiento de su relación real de intercambio.
Ahora bien, si el problema del crédito está sustituyendo al problema de la escasez y del encarecimiento del petróleo como el principal factor condicionante del desarrollo a corto y medio plazo de la economía internacional, hasta el punto de que algún autor ha comentado que nos encontramos ante una auténtica revolución de los tipos de interés, no es menos cierto que el enfrentamiento entre los países europeos y Estados Unidos respecto de las estrategias económicas a seguir durante los próximos meses amenaza la cohesión del mundo occidental.
Si en un principio todos los países industrializados coincidían en la prioridad otorgada al control de la inflación como objetivo previo básico de toda la estrategia de saneamiento y reajuste de los aparatos productivos, el rápido agravamiento de los mercados laborales, motivado por la rigurosa y persistente política de control monetario y de elevados tipos de interés, está provocando la condena y la desconfianza europeas sobre los objetivos últimos de la Administración Reagan.
La hegemonía del dólar
Ciertamente, el peso asignado a la política monetaria en la lucha contra la inflación puede ser interpretado como una consecuencia del fallo inicial de la política de oferta; sin embargo, ¿quién podría sostener seriamente que se habría aceptado el mantenimiento de tipos de interés tan elevados y por un período de tiempo tan largo si no estuviese en perfecta sintonía con objetivos más amplios de política internacional?
Traducido a la compleja realidad mundial de 1982, no es aventurado el juicio de que la Administración Reagan haya provocado la escalada de los tipos de interés para restaurar la hegemonía del dólar como moneda de reserva, y que la fuerza relativa del comercio exterior estadounidense se había mostrado incapaz de restablecer desde la segunda mitad de los años sesenta. Los resultados obtenidos, sobre todo en términos de reforzamiento de la posición del dólar respecto del oro, con sus inevitables reflejos negativos -de gran importancia estratégica- sobre la capacidad de compra de la Unión Soviética en los mercados exteriores, confirman que la persistencia de elevados tipos de interés no es un simple accidente técnico, sino la continuación de una línea de acción política que, en sus implicaciones internacionales, aparece mucho más coherente que los resultados alcanzados en el ámbito interno.
Lo cierto es que, en sus orígenes más recientes, el escenario internacional aparece dominado por la política monetaria restrictiva de Estados Unidos, lo que ha motivado la escalada de los tipos de interés a niveles inusitados en los mercados financieros americanos, ha exportado inflación mediante la meteórica y artificiosa revaluación del dólar y, de este modo, ha obligado al resto de los países a adoptar políticas monetarias mucho más severas que las que requerían las propias condiciones internas, frenando de paso cualquier posibilidad de reactivación de las economías europeas.
Exigencias europeas sobre los tipos de interés
Si tenemos en cuenta que. entre 1980 y 1981 el desempleo en los países europeos ha crecido en un 25%, lo que en términos absolutos significa tres millones más de parados -es decir, una tasa de media de paro del 8,8% en 1981 frente al 7% en 1980-, y que las previsiones no dejan mucho margen a la esperanza, ya que, según las es timaciones de la OCDE, a media dos de 1982 el desempleo afectará a 16,5 millones de europeos, se comprenderán las exigencias de los Gobiernos europeos para que la Administración Reagan imprima a los mercados señales inequívocas relativas a la futura evolución de los tipos de interés. Además los efectos depresivos sobre la inversión ligados a los altos tipos de interés están obstaculizando la reasignación de recursos y el ajuste estructural de las economías europeas a los nuevos precios relativos de la energía, del trabajo y del capital, proceso de reconversión absolutamente imprescindible para que el aparato industrial europeo pueda resistir la endurecida competencia en los mercados internacionales.
Para colmo de males, las bruscas fluctuaciones de los tipos de interés inducen a que los agentes económicos extraigan conclusiones erróneas de la orientación gelneral que el Gobierno trata de imprimir a la política monetaria, lo que indiscutiblemente ocasiona considerables problemas de gestión a los intermediarios financieros y agrava aún más el clima de incertidumbre que ya de por sí rodea a la evolución a largo plazo de los tipos de interés durante un período prolongado de inflación.
Las dificultades motivadas por las fluctuaciones a corto plazo de los tipos de interés en los mercados financieros norteamericanos tienen otras derivaciones no menos negativas. En concreto, estos movimientos también son responsables de la fuerte inestabilidad del tipo de cambio del dólar respecto de las monedas europeas, y solamente la libra y el yen se han sustraído en cierta medida a esta influencia, pues en ambos casos han prevalecido factores específicos de naturaleza interna.
Resulta a todas luces evidente que los movimientos de los tipos de cambio inducidos por las amplias oscilaciones de los tipos de interés constituyen una nueva fuente de problemas, ya que, como es bien sabido, pueden disfrazar temporalmente la acción de factores fundamentales, y, en primer lugar, de las tasas relativas de inflación. En razón de los argumentos expuestos, la artificiosa y espectacular apreciación del dólar respecto de las monedas europeas ha ampliado los diferenciales de inflación y de eficacia productiva de los países del viejo continente, llegando a debilitar la precaria cohesión del sistema monetario europeo y favoreciendo la reaparición de las prácticas proteccionistas.
La recuperación económica
Ante este preocupante panorama, los Gobiernos europeos no disponen de mucha capacidad de maniobra. Si persiguen la constante estabilidad del tipo de cambio de sus monedas con el dólar, esta política conlleva elevados tipos de interés en Europa y, en consecuencia, mayor recesión y mayor desempleo. Si intentan una recuperación económica autónoma sin el apoyo de Estados Unidos -mediante el adecuado soporte monetario a un programa de aumento del empleo que asimismo refuerce el proceso de adaptación estructural de sus aparatos productivos-, las acciones a emprender implicarían la relajación de la política de control monetario, tipos de interés más bajos y una posterior depreciación de las monedas europeas.
Una tercera vía de actuación podría consistir en coordinar las intervenciones sobre los mercados de cambios actuando con medidas de control sobre los movimientos de capitales, con el objetivo de aislar los mercados financieros europeos de lo que ocurra en los mercados americanos. Sin embargo, también esta última vía arroja elevados costes, puesto que quita a la esperada recuperación económica mundial el soporte de un sistema financiero internacional verdaderamente integrado y eficiente.
A la postre, y por todas las razones anteriores, las medidas de política económica que la Administración Reagan adopte durante las próximas semanas serán cruciales si se quiere sacar a las economías europeas de la recesión actual sin proyectarlas en una nueva espiral inflacionista.
La experiencia de la crisis económica de los años treinta nos enseñó que la cooperación es el baluarte más importante contra situaciones análogas que llevan a la disgregación de la economía mundial. El mundo occidental ya está pagando un precio muy alto por haber tolerado un largo período temporal con inflación y tipos de interés demasiado elevados. Y este precio aún sería mayor si en la decisiva fase de ajuste y superación de la crisis se viese amenazada la confianza en la eficacia de la cooperación económica internacional.
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