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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Elecciones en Andalucía

LOS RESULTADOS de la consulta popular de hoy van a establecer la lista de vencedores y derrotados, tanto en términos absolutos como relativos, en la confrontación electoral para designar a los 109 diputados del Parlamento andaluz. Pero otro aspecto de esa pugna, de importancia nada desdeñable, se refiere a la participación ciudadana en las urnas y al volumen de abstención electoral.Para que el sistema parlamentario funcione y exprese fidedignamente la voluntad popular es indispensable que los hombres y mujeres con capacidad de sufragio utilicen ese derecho. Al ejercerlo, demuestran que no les resulta indiferente que los gobernantes sean elegidos cada cuatro años por los ciudadanos o se autodesignen con carácter vitalicio mediante la fuerza. El alejamiento de las urnas en un sistema representativo de reciente creación, y amenazado desde dos frentes por el golpismo y el terrorismo, puede convertirse en una carcoma del edificio de libertades públicas.

La pretensión ultraderechista de que la abstención electoral debe ser considerada como un apoyo implícito a los proyectos anticonstitucionales e involucionistas pertenece a ese estrafalario planeta de construcciones absurdas en los que ya habitan el estado de necesidad y la obediencia debida. Desde 1977, la ultraderecha española, bajo el liderazgo de los dos notarios que capitanean Fuerza Nueva y Falange Española y de las JONS, se ha presentado ante las urnas, pese a sus expresos deseos de romperlas, para proponer sus programas y sus ofertas a los ciudadanos. En la hemeroteca de los periódicos están cumplidamente registrados los sucesivos naufragios electorales de sus candidaturas. La argucia de enmascarar esas catástrofes con el argumento de que la abstención sería la forma pasiva de manifestar simpatías idénticas a las expresadas activamente por los votantes de la derecha ultramontana no puede convencer ni al más fanático de sus seguidores.

La abstención no es sólo el indicio de una escasa conciencia cívica, sino también un recordatorio de que nuestra clase política, excesivamente preocupada por sus intereses corporativos, y enzarzada en oscuras polémicas gremiales expresadas en una jerga únicamente comprensible para los iniciados, ha descuidado sus deberes hacia amplios sectores del electorado. Junto a las ausencias ante las urnas que puedan explicarse por razones técnicas, el resto de la abstención se distribuye en votantes potenciales de derecha, de centro y de izquierda que no encuentran estímulos suficientes para acercarse al colegio electoral o que no se deciden a favor de ninguna de las siglas por encontrar insatisfactorias todas las ofertas. Aunque el voto en blanco sería el instrumento adecuado para los descontentos y perfeccionistas, la combinación de indiferencia hacia la vida pública y de amurallamiento de los confines de la vida privada ni siquiera llega, en la mayoría de los casos, a esa fórmula neutral de participación.

El nuevo censo de 1980 impide las comparaciones seguras entre la abstención que se produzca hoy y la falta de participación en anteriores comicios. La abstención andaluza alcanzó el 31,26%. en las últimas elecciones generales y el 43,97% en las municipales, pero estas primeras elecciones al Parlamento autonómico no son equiparables, en función de lo que los ciudadanos se juegan en el envite, ni con las legislativas ni con las locales. Tampoco serían procedentes las comparaciones con la abstención -recomendada por UCD- en el referéndum del 28 de febrero de 1980, que alcanzó el 35,82%, -o en la consulta de ratificación del Estatuto del 20 de noviembre de 1981, que ascendió al 46,51%. De añadidura, queda todavía por saber si la celebración de las votaciones en un día festivo aumenta o disminuye la participación respecto a los días laborables.

La campaña ha sido dura y agresiva, prefigurando probablemente la fea manera en que van a ser buscados los votos para las Cortes Generales; ha carecido de altura ideológica y ha ofrecido como novedad la belicosa propaganda de la CEOE, orientada a descalificar al PSOE por mentiroso e hipócrita y a caricaturizar, con rasgos orientales y colmillos canibalescos, a los dirigentes socialistas. Ninguna originalidad, en cambio, ha representado la información sesgada y parcial de Televisión Española, volcada en el subliminal apoyo a los candidatos del Gobierno.

Frente a la convocatoria andaluza de hoy, la única orientación que un periódico independiente puede pro poner a sus lectores es, precisamente, la participación electoral y el rechazo de la tentación abstencionista. El intento de comparar los sufragios efectivos del 23 de mayo con las expectativas de voto creadas por los sondeos o por el voluntarismo de los partidos sería una treta tal vez idónea para encubrir fracasos, pero entorpecedora para el análisis político. En marzo de 1979, el 33,04% de los votos fue para el PSOE; el 31,33%, para UCD; el 13,13%, para el PCE; el 10,93%, para el PSA, y el 6,79%, para AP. Estos son los términos de comparación menos inapropiados. Pero es preciso no perder de vista que estas elecciones se plantean, quizá inadecuada pero inevitablemente, como unas auténticas primarias de los próximos comicios generales. Y que tanto la fecha de éstos como el futuro del partido del Gobierno dependerá en buena parte de lo que suceda hoy en Andalucía, de cuáles sean los resultados definitivo s de los comicios y los porcentajes obtenidos por cada partido. La sensación de que se puede estar cometiendo un fraude con los andaluces al extrapolar a todo el país los planteamientos y las consecuencias de sus primeras eleccciones autonómicas se halla cada día más generalizada. Porque la jornada de hoy no servirá tanto para resolver los problemas de Andalucía como para tratar de aclarar -aunque quizá el imprevisto resultado sea una mayor confusión- las actuales incertidumbres y dudas del panorama político nacional. Un juego peligroso de cuyo desenlace sólo podrá dar razón el paso del tiempo.

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