Glucksmann
Se publica ahora en España Cinismo y pasión (Herralde / Anagrama), de André Glucksmann, filósofo muy afín a los novísimos franceses y quizá el más brillante de todos ellos.Su libro viene a ser un elegante alegato contra la democracia, escrito, no ya mediante el silogismo o la dialéctica, sino, retractivamente, por medio de la tautología, lo cual significa un retroceso con buenos modales, una vuelta al pensamiento mágico, primitivo, a lo que mi entrañable y admirado Pániker, que anda estos días por Madrid, llama "pensamiento simbólico".
Anoche veía yo, bajo el Niágara municipal de Colón, al grupo de investigación coreográfica de la Opera de París, con Paul Tylor, Daniel Brochier, Jacques Garnier y un cuidado etcétera. Bueno, pues es lo mismo del filósofo. Estos jóvenes bailarines de la Opera de París -llenos de técnica y cualidades- siguen haciéndoselo como si no hubieran oído hablar nunca de Diaghilev, Stanislavsky, la expresión corporal, el Living Theatre, el Roy Hart y, sobre todo, el expresionismo alemán, traído a sus últimas e inquietantes consecuencias por Lindsay Kemp. André Glucksmann se lo hace como si nunca hubieran escrito Kant / Hegel / Marx. Pero nada es gratuito, por supuesto, y esta vuelta suya a la escritura mágico / tautológica, tan musical, está negando la dialéctica constitutiva, fisiológica incluso, del ser humano, que ya expresó el contiguo / continuo Heráclito.
En este clima tautológico, de rechazo esteticista de la democracia, llegó Mitterrand al poder, y esto explica muchas de sus dificultades. De Francia me piden artículos, relatos, libros, cosas. A lo mejor lo que me están pidiendo es la vieja dialéctica ribereña, cuyo hilo han perdido, y yo sin aclararme.
Digamos que Glucksmann escribe como bailan los jóvenes y las jóvenes bailarinas de la Opera de París. Yo tenía la sensación, anoche, viéndoles bailar, de que seguía leyendo al fascinante / farsante Glucksmann, que ejerce la misma técnica martirizada y la misma modernidad desenfadada al servicio secreto del tutú, el cisne, el lago y el lago de los cisnes. Alguien
que no amase "lo francés" tanto como yo, diría que eso es Francia.
Pero el caso es que, puestos a privatizar la Historia, o huir de ella, Francia ha dado genios de la gran evasión, como Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Proust y, finalmente, André Gide, a cuyo Diario, recomprado, releído, aludí aquí el otro día. O sea, que Francia, que lo ha hecho todo, había hecho también eso, ya, hace mucho, y genialmente, antes que las jóvenes carrozas de la nueva filosofía viejísima. No es el mal gálico, pues, sino el mal europeo de una derechización que segrega crudamente a los obreros españoles en Alemania o inicia una campaña colonial, cruenta, en los mares del Sur (Malvinas), cuando ya Gran Bretaña no tiene un Kipling que cate eso, porque la última patada de tierra sobre la tumba de Kipling la echó Johnn Osborne cuando era joven airado. Bertrand Russell, después, fue el Kimpling de la descolonización, un épico del positivismo. Los chicos de la Opera de París creen que la modernidad está en representar una fábrica, el mundo del trabajo, en jugar a émbolos y pistones con música de bocinas. Lázaro Carreter le diría que la modernidad no está en el qué, sino en el cómo.
Glucksmann no es tan inocente. Sí lo eran, en cambio, los novísimos españoles que passaban de democracia. Gracias a Tejero se han movilizado todos, y no hay más que leerlos. Es lo que el propio Tejero (que sospecho no ha leído a Glucksmann) explicaría como`salirle el tiro por la culata".
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