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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Por qué no bajan de precio la gasolina

Los PRODUCTORES de petróleo están pasando un mal rato. En sus sueños de desarrollo casi infinito y continuado han tenido, por lo pronto, una imprevista pesadilla: el mercado se encuentra sobresaturado, y los precios bajan continuamente. Los saudíes, principales cuidadores del mercado de crudos, temen que la gran vulnerabilidad de algunos productores se traduzca en cesiones ante los consumidores y se rompa el frente unitario de los países de la OPEP. Si esto llega a producirse, la caída de los precios ya iniciada podría resultar meteórica, hasta los doce dólares el barril, es decir, el coste de producción de petróleo del mar del Norte. Además las dificultades no se limitan a los países productores, sino que también se extienden a las grandes compañías petroleras. Entre marzo de 1981 y marzo de 1982 las cotizaciones bursátiles de las que integran Aramco (Arabian American Oil Co.), nada menos que Exxon, Mobil, Texano y Standard Oil de California, han descendido un 50%. La Standard Oil de Indiana, uno de los valores favoritos de Wall Street, ha visto descender su cotización desde 73,75 a 36,50 dólares por acción. La razón está precisamente en una agresiva política de prospecciones petroleras frente a un panorama de precios de los crudos a la baja.Los miedos saudíes se agravan, así, porque las compañías, ante nuevas perspectivas de baja de precios y coste creciente del dinero para financiar sus stocks, los descarguen en el mercado y hagan todavía más patente la abundancia de petróleo. Por otro lado, el temor se aumenta ante la posibilidad de que países con dificultades financieras, como Nigeria, Irak, Irán, Indonesia, e incluso Libia y la URSS, se vean obligados a reducir sus precios como procedimiento para asegurar la venta de su petróleo y evitar de esta manera que se quede dentro de los pozos. La caída de los precios de los crudos se ha traducido incluso, a pesar de la apreciación del dólar frente a la mayor parte de las monedas, en un descenso de los precios al consumidor, en especial en aquellos países en los que el mercado funciona sin las restricciones de un organismo estatal. En España no ha sido así, e incluso se ha especulado con una nueva subida de la gasolina, aduciendo que lo que se ganaba con la baja de precio de los crudos se perdía con la depreciación de la peseta frente al dólar. Sin embargo, países como Bélgica, con una depreciación de su moneda frente al dólar equivalente o superior a la nuestra, se han podido permitir el lujo de reducir los precios de los carburantes. Asímismo, en otros países consumidores se registran precios diferenciales de la gasolina más favorables para el consumidor cuando la adquiere cerca de los centros de refino. La gasolina transportada desde Galicia, desde Tarragona, Cartagena o Huelva a un punto central tiene un coste de transporte que no debería repercutir en el usuario próximo a la refinería. Pero si se tienen en cuenta los costes de funcionamiento de Campsa, aquejada de los mismos males de despilfarro y prepotencia que la gran mayoría de las empresas públicas -y más aún si son monopolísticas- en España, el consumidor comprenderá enseguida las dificultades que tiene este organismo para contribuir a una reducción de los precios. Campsa nació de la mano de José Calvo Sotelo para proteger al consumidor español de las garras de las compañías multinacionales que ya empezaban a formarse por los años treinta. Sin embargo, en España se da la paradoja de que cuando los precios del petróleo aumentan se sigue esta tendencia, pero no ocurre lo mismo cuando los precios bajan.

No obstante no se puede olvidar que la abundancia de petróleo es en gran parte el resultado de la recesión económica generalizada, como tampoco se pueden olvidar los escasos esfuerzos de ahorro de energía que se han hecho en España. Ahora bien, al menos sería preciso que el gobierno reconociera paladinamente que por razones de ahorro energético y tributarias se sigue manteniendo un fuerte gravamen en la gasolina, cuyo precio en gran parte no es sino un impuesto añadido más para los españoles.

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