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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

En defensa de la infancia

DEL CUMULO de problemas que abordan los medios de comunicación, uno de los temas que raramente recibe tratamiento informativo es el de la infancia. Unicamente cuando un niño, en singular, protagoniza una tragedia, queda atrapado en un pozo, es asesinado por un padre enloquecido, recibe malos tratos familiares o es víctima de alguna espectacular desgracia salta como tal a las primeras páginas de los periódicos o a las cabeceras de boletines radiados o televisados. Y, sin embargo, de los abundantes y estremecedores dramas que azotan nuestro mundo, el de la infancia es posiblemente el más aterrador de todos. La mayor parte de los niños de los países subdesarrollados componen un fantasmagórico colectivo dolorido, atribulado por penalidades desconocidas, cercado por las enfermedades y azotado por la muerte. Millones de niños de todo el mundo están condenados a no poder serio nunca en sentido humano y a tratar simplemente de sobrevivir en su lucha contra las mil formas de enfermedad, abandono e infortunio que les atacan.Tal vez a consecuencia de la incapacidad moral y emocional de todos para soportar ese diario recordatorio de que este mundo no sólo esta mal hecho, sino que además elige con saña sus víctimas entre los débiles, los mansos y los indefensos, la opinión pública tiende a cerrar los ojos para no contemplar el brutal espectáculo de la mortandad infantil y a taparse los oídos para no escuchar los lamentos y los lloros de quienes no llegarán a la pubertad. La memoria tiene sus propias válvulas de escape y mecanismos de amnesia, y ese horrendo capítulo de la historia universal de la infamia humana suele quedar reservado para filántropos y especialistas.

Los niños son el futuro del mundo, y este porvenir se encuentra gravemente amenazado. Diecisiete millones de niños han muerto gratuitamente el pasado año. Otros tantos millones de seres indefensos van a fallecer en 1982. Gran parte de esos niños dejan de existir por causas derivadas de la contaminación de las aguas, aunque un puñado de sales de Dehydration podría evitar estas muertes. El hambre, la sed, las enfermedades endémicas, la desnutrición, el abandono y la guerra condenan cada día a muerte a millares de niños de todo el mundo o fijan la fecha en la que este plazo vencerá inexorablemente. Frenar esta inhumana espiral de dolor y de muerte es una tarea posible y urgente. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia despliega sus medios, lamentablemente escasos, para hacer posible la vida de los niños en todo nuestro planeta. Es una obligación colectiva apoyar sus iniciativas, exigir a los Gobiernos del mundo la aplicación de programas para desterrar estas muertes, extender el compromiso personal y social con la causa de la defensa de la infancia.

Periodistas de todo el mundo han realizado recientemente un llamamiento a la conciencia mundial para que se rompa esa inercia silenciosa y culpable que convierte a millones de niños muertos, hambrientos, maltratados, desprovistos de hogar y de escuela, obligados a trabajar desde que pueden tenerse de pie, víctimas de éxodos masivos o huérfanos por causa de la guerra, en simples datos para ser introducidos en una computadora y servir de materia prima para una estadística. Los historiadores comienzan a investigar y escribir, hartos de hazañas bélicas o de magnitudes económicas, el drama de la humanidad a través de los sufrimientos y el dolor de la infancia. Escritores como William Golding han atisbado, en novelas como El señor de las moscas, hasta qué punto el futuro de los hombres radica en el pasado de su infancia. Justo es que los periodistas entiendan también que la información no debe reducirse de forma obsesivamente excluyente a la coyuntura política nacional e internacional, a la vida cultural, a los problemas municipales o a los conflictos laborales. El mundo de la infancia, que prefigura en sus dramas, humillaciones y sufrimientos los conflictos y las tragedias del mundo de los adultos, merece y exige de la Prensa algo más que indiferencia y silencio.

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