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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Francia y el terrorismo internacional

FRANCIA, QUE tiene una honrosa tendencia histórica a conceder el derecho de asilo a los perseguidos en sus países por razones políticas, tiene también unos intereses propios y unas medidas peculiares pará la interpretación del delito político: a veces rechaza o entrega a reclamados; a veces ampara a otros -como en el caso de terroristas vascos- cuyo delito, alegado aun con un móvil político, entra de lleno en el bandidaje que ninguna generosidad debía amparar. Sin embargo, Francia sufre a su vez del terrorismo: unas veces, propio, y otras, ajeno. París es una encrucijada, y lo que ello tiene muchas veces de riqueza y creación, sobre todo en lo cultural, lo paga también con esa delincuencia peculiar. El atentado que costó la vida a un diplomático israelí el sábado pasado viene a continuación de la explosión en el tren de Tou louse y de los disparos contra cuatro policías en su propio País Vasco. Hacer aparecer la mítica figura de Carlos, como lo han hecho algunas informaciones sensacíonalistas, en el caso del tren es apenas una proyección del inconsciente colectivo que busca poner un rostro y un nombre que den al terrorismo un aspecto personal y casi profesional a lo que se trata de imaginar como una abstracción o una fuerza del destino.Probablemente, ningún país del mundo está libre hoy del terrorismo en cualquiera de sus manifestaciones, y los atentados contra el Papa y contra Reagan tratan de mostrar que nadíe es invulnerable y que la muerte por esa aberración política puede alcanzar desde al más anónimo transeúnte hasta a las figuras más destacadas del mundo. La misma pluralidad del terrorismo, su presencia en todos los terrenos y en todos los países, permiten considerarlo como una actitud que convierte cualquier forma ideológica en asesinato. Sin perder de vista las causas subjetivas, las circunstancias que en cada caso dan aliento y estímulo a la breve pero irreductible casta de los asesinos, parece preciso aceptar la idea de que el terrorismo es algo a lo que hay que combatir internacionalmente sin tener en cuenta nacionalidades, religiones, etnias o alianzas. Probablemente, la idea de que el terrorismo forma una internacional es más sensacionalista que real. Si acaso puede haber pactos y ayudas circunstanciales. Tampoco parece enteramente verosímil que haya países y dineros dedicados a fabricar terroristas con el fin general de desestabilizar el mundo de Occidente, aunque no se pueda negar que haya casos en los que estos activistas reciban ayudas de servicios, agencias o ministerios oscuros de otros países. Pero haya o no haya internacional terrorista, debe haber una internacional antiterrorista.

El problema que impide un acuerdo general sobre el terrorismo, a pesar de algunas reuniones y de algunos comunicados de gran énfasis verbal, es que todavía hay una forma selectiva de contemplarlo; algunos Gobiernos aceptan -y pueden, como queda dicho, fomentar- algún terrorismo que convenga a su política exterior o, por lo menos, amparar más o menos clandestinamente a aquellos que concuerdan con su doctrina general. Cuando se ve aparecer algunas veces a terroristas reconocidos como jefes de Gobierno o como ministros en países relativamente menores se comprende la dificultad de definir el terrorismo como tal y de diferenciarlo de lo que se pueden llamar "luchas de liberación". Habría una precisión absoluta de definir los actos de terrorismo fuera de su motivación simplemente por sus métodos y por sus actuaciones, y exigir de todos los países que los condenaran reprimieran o por lo menos les negasen todo amparo, de la misma forma que los delitos comunes son condenados sin tener en cuenta más que relativamente las presiones de la sociedad que los impulsan. Pero simultáneamente a esta condena uníversal, militante y activa, de las manifestaciones del terrorismo habría que acrecentar la presión para que algunas formas de Estado no practicaran, a su vez, el terrorismo desde arriba; no cerraran las situaciones sociales y políticas por el uso de la fuerza. Parece utópico, pero hubo un momento que definió y sentó jurisprudencia sobre estas materias en documentos que están en vigor, como la Carta de San Francisco y la sentencia de Nuremberg. El terrorismo, que en cualquier caso es inadmisible y que por ninguna razón puede ser justificado o consentido, es aquel que se desarrolla en regímenes abiertos, en democracias, en sistemas que tienen previstas las suficientes posibilidades políticas como para canalizar cualquier opinión, y un sistema que acepta el principio de separación de poderes y de justicia independiente y democrática capaz de atender todas las demandas y castigar todos los delitos. La recuperación de la conciencia mundial de 1945 en lo que se refiere a los derechos humanos parece imprescindible para que los Estados unifiquen sus esfuerzos en este terreno.

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