La RAI perderá el monopolio de la información televisiva
El Parlamento italiano está a punto de aprobar la nueva ley que reglamentará las televisiones privadas. Es una batalla que dura años y que en realidad ha perdido la RAI-TV, que ha tenido en esté país siempre el monopolio de la información radiotelevisiva. La primera brecha se abrió cuando la Corte Constitucional decretó hace unos años que no existían impedimentos constitucionales para que se crearan televisiones privadas en el ámbito regional. Desde ese momento, las antenas privadas se multiplicaron como hongos.
"Me han asegurado que un 20% del tráfico automovilístico se puede atribuir a personas que van a cometer adulterio. Otro 20% se reparte entre quienes vuelven de cometerlo. Finalmente, el otro 20% restante, sin contar transportes públicos, camiones y personas que se trasladan por motivos laborales, corresponde a los vehículos que se encargan de distribuir los videocasetes entre las distintas emisoras locales de televisión. El hecho de que se permitiera la conexión entre emisoras serviría, al menos, para agilizar el tráfico. Esta opinión de Silvio Berlusconi, propietario de la red privada de televisión Canal 5, a la revista italiana Panorama, refleja, en cierta medida, el estado actual del denominado "caso italiano", claro antecedente de lo que quizá pudiera ocurrir en España si la explosión de la televisión privada se adelanta a una coherente y eficaz ordenación legislativa.Todo comenzó cuando, en 1971, en la ciudad de Biella, se montó por vez primera un sistema de televisión por cable ajeno a la sociedad estatal RAI, que adoptó el original nombre de Tele-Biella. A partir de ahí se desencadenó una batalla frontal entre los partidarios del monopolio estatal de televisión y los defensores de la libertad de creación de emisoras. Hasta ese momento, la historia de la radiodifusión en Italia no se había apartado jamás de la tradición europea.
La convención de 1952 se encargó de marcar con claridad la exclusividad del servicio de radiodifusión a través de ondas hertzianas, así como de algún probable servicio de difusión por hilos a escala nacional. Sin embargo, se había quedado una laguna. ¿Qué ocurriría si se instalase una emisora que emitiese por cable sólo a nivel local? En el Plamonte, en la ciudad de Biella, un entusiasta grupo de personas decidió averiguarlo. Faltaba tan sólo un año para que la Convención del 52 terminara su existencia.
La "guerra" ha comenzado
Inmediatamente, las autoridades piensan en su cierre. Sin embargo, ante la sorpresa de muchos, la RAI no consiguió que las autoridades cerraran Tele-Biella. Estos, acogidos al principio constitucional de la libertad de expresión, ganaron el primer litigio. De todas maneras, la pugna quedaba pendiente hasta que la Corte Constitucional se definiese. A partir de aquí todo se precipitó. En 1972, el poder ejecutivo italiano decidió prorrogar la Convención del 52 durante dos años más. Ante el compás de espera marcado comienzan a aparecer nuevas emisoras de televisión por cable. El mercado publicitarlo acudía incondicionalmente y, aunque el canon que debían pagar los telespectadores abonados era caro, la novedad lo compensaba. En 1954 había ya cincuenta repartidas por todo el país.La Democracia Cristiana, que desde su llegada al poder había manejado a su antojo la RAI, conienzó a inquietarse. El 30 de julio de 1974 la Corte Constitucional hizo público su veredicto: la existencia de Tele-Blella era lícita.
El Estatuto de la Radio y la Televisión de 1.975 intentó actualizar la situación. A la vez, la moda parecía decaer. Los espectadores, pasado el primer impacto, se reconciliaron con la RAI. La legislación, además, abogó económicamente a las emisoras, y poco a poco desaparecían. La única solución de supervivencia era abandonar el cable y crear pequeños sistemas de televisión a través de ondas. Teóricamente era ilegal, pero estaba el precedente de la sentencia de la Corte de 1974. Así nacieron las primeras emisoras privadas de ámbito local.
De nuevo la Corte Constitucional falló contra el recurso interpuesto por la RAI. Así, se autorizó la creación de emisoras siempre y cuarido tuvieran carácter local y no entorpecieran la transmisión de las emisiones estatales. Del mismo modo se dio vía libre a las llamadas "emisoras relé", que ya llevaban algún tiempo funcionando. Se trata de reemisoras capaces de transmitir los programas de las televisiones de los países colindantes. Era el año 1976 y todo lo sucedido en estos seis años no ha dejado de sorprender a nadie. Al principio, ni los más optimistas presagiaban tal explotación. Se dice que uno de los grupos económicos que más lucharon en favor de la televisión privada fue la potente industria de fabricación de aparatos receptores, que por aquellos tiempos vivía una aguda crisis. Hoy día es relativamente fácil encontrar en las grandes capitales hogares en los que existen dos o tres televisores con sus respectivos mandos a distancia. Hay que tener en cuenta que en Roma hubo momentos en los que han podido llegar a sintonizarse hasta 66 canales distintos que, eso sí, ofrecían contenidos bastante similares. Dos fueron los géneros que alcanzaron un mayor éxito: el sexo y la política, dos materias raramente abordadas por la democristiana RAI. Así nacieron populares programas con títulos tan sugestivos como Desnudemos todos juntos, y se puede asistir a la proyección de interminables cielos de cine erótico durante la madrugada.
Todo ello entremezclado con larguísimos debates políticos (de costo de producción muy reducido) que permitían a los grupos más radicales explayarse, por una vez, a placer ante una cámara de televisión. Para colmo, pudo comprobarse cómo hasta la información meteorológica se enriquecía formalmente al ser presentada por jovencitas que, a la vez que anunciaban la llegada de una tremenda borrasca, lucían sus más, naturales encantos. Por otro lado, aumentaron notablemente los programas de participación directa de los espectadores y, aquellos que prestaban esencial atención a las minorías marginadas. Asimismo, la dura competencia hizo mejorar ostensiblemente la calidad de los largometrajes que se compraban a las productoras cinematográficas italianas y extranjeras.
Los publicitarios encontraron un mercado absolutamente receptivo. La RAI, por su legislación al respecto, no podía dar cabida más que al 50% del mercado publicitario. Como consecuencia, fue habitual que algunos canales ofreciesen simultáneamente mensajes comerciales como subtítulos a un telefilme.
En 1980 había ya unas cuatrocientas emisoras locales, muchas de las cuales han tenido que desaparecer por dificultades económicas. De todas maneras, las que han logrado mantenerse (casi todas pertenecientes a fuertes grupos económicos) han llegado a "robarle a la RAI entre un 10% y un 20% de la audiencia, según la fuente que se consulte. El poderío económico de la cadena estatal hace aún inalealzable la competencia en lo referente a grandes superproducciones tanto italianas extranjeras.
El pasado año, la red de emisoras que posee el periódico Corriere della Sera se lanzó por vez primera, lo que contravenía las leyes vigentes, a la realización de un informativo en cadena de árnbito nacional. Sin embargo, en esta ocasión, la Corte Constitucional sí que atendió la protesta de la RAI, al entender que las emisoras privadas no pueden rebasar en ningún caso la cobertura local.
Casi todos piensan, pese a ello, que, tarde o temprano, también se alcanzará un acuerdo en esta materia, y, así lo ha afirmado recientemente el propio ministro de Correos. Entre las ideas que se han barajado está la de crear un cuarto canal estatal que sea cedido a una empresa privada con solvencia suficiente, como la CTA, que agrupa a diecisiete periódicos y dos grandes agencias de publicidad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.