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Concluye en Madrid el Congreso Internacional de la Familia sin la pretendida Declaración Universal de principios

Fijar un ideal común sobre la familia era el objetivo de este Congreso Internacional sobre la Familia, según explicaba ayer en el acto de clausura el catedrático Luis Sánchez Agesta. Sin embargo, los congresistas se van a casa sin la pretendida Declaración Universal de los Derechos Familiares, a pesar de que toda la organización del encuentro iba encaminada a esa carta magna sobre la familia cuyo, anteproyecto había sido cuidadosamente redactado.

Los organizadores del congreso siguen, sin embargo, en el empeño. La comisión encargada originariamente de redactar la citada declaración se ha puesto de acuerdo en un documento cuyos principios fueron dados a conocer, aunque no votados, en el acto de clausura. Consisten éstos en la afirmación de la dignidad de la persona humana; de la tradición y continuidad de la vida, condenando el aborto en nombre del derecho del no nacido; de que el consentimiento recíproco es parte fundamental del matrimonio; de la protección del niño; de la responsabilidad como principio rector en las relaciones familiares; de la necesidad de una política global y no sólo sectorial de la familia; de que los Estados deben reconocer el asociacionismo familiar y que hay que llegar a una nueva declaración universal sobre deberes y derechos de la familiaCon estos principios, y el voto de confianza de los presentes al secretariado internacional allí creado, debe el equipo formado por Luis Alberto Petit, Pran Nath Luthra, Gabrial Guijosa y Rosina Santa Olalla, recoger y valorar las sugerencias del congreso y llegar al texto definitivo de la pretendida Declaración Universal.

Pese a las declaraciones de los organizadores en el sentido de que el congreso estaba abierto a todos los planteamientos -"siempre que se salve la raíz natural de la familia", decian-, no han podido sacudir el fantasma de que allí predominaba un modelo específico, el conocido como occidental y cristiano. La verdad es que en las intervenciones que se producían en las comisiones abundaban los matices, que iban de la consideración de los modelos matriarcales africanos, donde el padre no forma parte de la misma, a la intransigencia del cura irlandés que estaba dispuesto a marcharse y borrar su nombre de entre los asistentes sino se sancionaba la doctrina católica y romana sobre la misma.

El acto de clausura, al que estaba invitado el rey pero quien excusó su ausencia por un telegrama, con todos los congresistas presentes, vibró particularmente con la intervención de un representante mejicano en la que no faltó la crítica al feminismo, a la educación sexual y al aborto. "Si esas pobres madres que abortan quisieran de verdad para sus hijos la vida que ellas tienen ¿abortarían?". Los calurosos aplausos de los presentes indicaban en qué sentido entendían ellos la respuesta al interrogante.

Tanto la fijación de la sede del secretariado en la llamada Casa de la Iglesia, es decir, en la sede de los servicios de la Conferencia Episcopal Española, como la presencia del nuncio y dos obispos más en el acto de clausura y la carta semanal del cardenal Tarancón, motivada en este congreso, no parecen que ayuden a la imagen aconfesional e intercultural que dicen los organizadores.

Miembros del clero diocesano llamaron la atención, a este respecto, que en mayo de 1981 tuvo lugar en Madrid un congreso diocesano sobre la familia, cuyo tenor dista de coincidir con muchas de las ideas barajadas en este encuentro.

En sus conclusiones se dice, por ejemplo, "que la crisis familiar no debe ser mirada con negatividad; se están desmontando modelos de familia verticalista, patriarcales, cerrados y autoritarios que favorecen el desarrollo de ámbitos familiares mucho más positivos". Y en otro momento sé recuerda que la fe cristiana no impone un único modelo de familia, "por tanto, es un abuso utilizar el nombre de católico para defender un determinado modelo de familia que puede encubrir intereses ideológicos, económicos y políticos".

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