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La reforma del realismo

El autor despliega en este artículo una fuerte crítica a la izquierda, que, amparada -a su juicio- en la coartada del "realismo" y la moderación, ha sucumbido a la estrategia de la derecha y ha renunciado así a reivindicar con empeño la reforma de numerosas cuestiones políticas, indispensable para que el cambio democrático se plasmara en una verdadera transformación de la sociedad española.

Detrás de toda estrategia que fracasa hay siempre un análisis equivocado o, supuesto mil veces peor, un análisis inexistente.Un importante sector del PSOE en aquellos próximo-lejanos tiempos de la primavera de 1976 preestableció ya unas conclusiones y sobre ellas montó una estrategia, que aderezó luego publicitariamente con un remedo de análisis.

Otro sector no menos importante de la izquierda supervaloró ciertos hechos o estallidos, elevó a contradicciones insalvables lo que eran anécdotas importantes, pero sólo anécdotas de la lucha obrera, y así equivocó su estrategia.

Ambos campos ignoraron -unos, por falta de datos, y otros, por voluntaria ceguera, por la incomodidad que representaba su reconocimiento y la conclusión a que nos conducía- un importante conjunto de circunstancias que el tiempo ha demostrado no eran tan minimizables.

En aquella venturosa primavera de 1976, gran parte de la oposición democrática al franquismo tenía ante sí el dilema reforma-ruptura.

Era inevitable, y bien coherente, que los sectores del régimen prestos a su democratización coincidieren de inmediato en los objetivos con los sectores burgueses de la llamada oposición democrática, y que ello conllevara la inmediata disociación de fuerzas en el seno de las plataformas o uniones de opositores, con el lógico peligro de aislamiento, descolocación y marginación debilitada de las fuerzas realmente de izquierdas.

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Si este proceso conducía a una homologación europea, en el sentido de configurar un país formalmente democrático, en la órbita del llamado mundo capitalista, con serenos Gobiernos de carácter conservador y con una cómoda instalación de la oposición de izquierdas colaborante en el proceso, el objetivo era realmente el sueño de una Europa estabilizada, que de inmediato trataría de colaborar en la total integración en su proceso supranacional en lo político, lo económico y, lo bélico.

Y, en esta línea, el trabajo desde sectores del régimen. y desde las cancillerías no se había dejado de sentir. Embajadores tan variopintos como ciertos miembros de la propia familia del dictador, y embajadas tan opuestas como la yanqui y la rumana valoraban muy positivamente el acuerdo entre las fuerzas del régimen y las de la oposición, y mostraban su recelo ante las posiciones que calificaban de maximalistas por su empecinada insistencia en una ruptura más cualificada y profunda.

Las fuerzas del régimen establecieron por sí y ante sí las leyes del juego, ellas reconocieron o rechazaron la legalidad de las diferentes fuerzas políticas, evaluaron sus posibilidades, paliaron o fabricaron sus competitivos enfrentamientos, fijaron la ley Electoral, señalaron el cómo y el cuándo de las primeras elecciones y configuraron las primeras cámaras legislativas, después de décadas y décadas de dictadura.

Y aprovecharse de ello era lo realista. Pero también había realismo en esos obstinados denunciadores de la reforma, cuando apreciaban los peligros de la integración de la clase obrera en el continuismo y su temor a que el cambio fuere un completo fraude y que la apertura del sistema quedara efectuada con tal clase de límites y de vallas que no pasara de ser una legalización atada y bien atada, por utilizar frases del anterior dictador, que constataban la intención que en los reformistas guiaba ese cambio.

Fustradores e ilusos

El día 15 de junio de 1977,se cambiaron las tomas, y en el reexamen de sus respectivos análisis y estrategias los pragmáticos realistas de la reforma negociada comenzaron paradójicamente un imparable camino de voluntarismo y magnificación de datos, mientras que la catástrofe de los resultados alcanzados por los rupturistas les devolvía a éstos bruscamente a chocar con una realidad que habían ignorado o despreciado.

La izquierda parlamentaria y situada, presente, establecida desmesuró, sin embargo, su triunfo electoral, no lo bastante y suficiente para gobernar, pero sí lo suficiente y bastante para aspirar a ello, y se creyó de pronto que todo ese entramado de banqueros-obispos-capitanes, generales, directores ministeriales, magistrados y gobernadores se habían hecho de la noche a la mañana demócratas y por ello iban a respetar los resultados electorales y a contribuir paulatinamente en un procelo democrático a ir perdiendo sus privilegios y abandonando o liquidando -sus focos de presión, para que las reformas elementales vieran la luz y se corrigieren los desequilibrios.

El 15 de junio hizo a los voluntaristas izquierdosos unos realistas frustrados, pero, a su vez, a los pragmáticos consensuantes les convirtió en unos voluntaristas frustradores e ilusos, que si bien decían un año antes: "Este país no ha cambiado y hay que aprovechar", al año siguiente mal decían: "Esto ha cambiado", para que de esa imagen se aprovecharan los enemigos del cambio.

Y el voluntarismo les hizo creer que si se firmaban unos pactos como los de la Moncloa se iban a cumplir; que si se pactaba o consensuaba una Constitución, ante ésta y su desarrollo, brillaría el sentido de responsabilidad democrática de una derecha modema y occidental; que cabía incluso una colaboración gubernamental con posibles programas de centro izquierda, con los que avanzar todos juntos hacia la consolidación de la democracia.

El objetivo de la derecha está conseguido

Estaban ya deslumbrados y encegados en el apetitoso bocado de la alternativa de poder, para no darse cuenta de que el objetivo de la derecha estaba ya conseguido:

- Integrar en su cambio a una oposición descafeinada, o como dicen otros, desideologizada e institucional.

- Servirle el cebo de su posible e improbable triunfo electoral, para desvincularla de actitudes más firmes y coherentes con su pensamiento, impidiendo, so pretexto del permanente peligro involucionista, su proceso unitario.

- Utilizarla precisamente para frenar posibles anhelos más revolucionarios de clase, o de autogobierno nacionalista, con el señuelo de que en su moderación y desautentificación estaba su posible triunfo.

- Reducir su acción política a la simple presencia institucional, pero sin que esta situación pudiera comportar jamás para la izquierda ninguno de los siguientes logros:

a) Posible poder económico. (No al patrimonio sindical, no al cooperativismo, reducción de la financiación sindical a las limosnas del Estado, no a la democratización de cajas de ahorro y cauces financieros.)

b) Posible influencia educacional (Véase el Estatuto de Centros Docentes, lucha por el control de Televisión Española, concesión de las nuevas emisoras de frecuencia modulada, destino final de los periódicos de la antigua cadena del Movimiento, monopolio de los centros de formación profesional, ley de Autonomía Universitaria, ateneos domesticados.)

c) Posible poder político sectorial (No a la reforma de la administración local, reducción del proceso de las autonomías a una descentralización vigilada; control central de los funcionarios autonomizados; control de los medios de financiación de ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas, y hasta manipulación de los fondos del empleo comunitario.)

d) Posible influencia en las estructuras de defensa del sistema. (No a la integración de los militares expulsados de la UMD; no a la sindicación de jueces y magistrados; permanencia del control político y social en el acceso a los altos cuerpos y permanencia de su elitismo; aislamiento del Ejército, de la Guardia Civil; apoliticismo formal y sólo formal del anterior aparato del Estado para preservar sus constantes reaccionarias.)

e) Posible penetración en movimientos populares, sindicales, asociativos, etcétera. (Reducción de la democracia representativa a elecciones periódicas, y vaciado de contenido de toda participación popular política, con censura y represión política mal disimulada a través del control del ejercicio de los derechos para la libertad; no a la huelga; no a la acción sindical; no al ejercicio de la acción popular; no al jurado propiamente dicho; no a los referendos en temas importantes; no a las asociaciones de parados, consumidores, etcétera.)

j) Posible actuación en la lucha y la denuncia de la corrupción. (Control del defensor del pueblo; continuismo del burocratismo en el ministerio fiscal; no reforma de la actual Administración de Justicia; no democratización de los colegios profesionales; permanencia real en la práctica de la legislación sobre secretos oficiales, y depuración inocultable de los "traidores rojos en la Administración".)

Las vallas y las cercas que la reforma defensiva exigían están ya hasta constitucionalizadas; la corresponsabilidad en el Estado de lo que se llama el pluralismo político se ha desarrollado hábilmente de modo tal que la izquierda está en casi todas las plataformas en que se necesita su presencia, para así aparentar esa corresponsabilidad, pero sin que nunca pueda medir ni pesar, informarse, dirigir, controlar, incidir ni denunciar.

Las comisiones parlamentarias sobre RTVE, sobre el síndrome tóxico, sobre la situación de los establecimientos carcelarios, sobre la política represiva de los derechos humanos son la más evidente prueba de cómo se puede jugar con el perrito hasta que se canse.

Lo grave es que el ilusionismo, nacido de análisis voluntaristas, ambiciosos y equivocados, ya no se puede tildar de ingenuidad.

Ingenuidad e irresponsabilidad

Ingenuidad pudieron ser, por ser la primera vez, los pactos de la Moncloa. Irresponsabilidad han podido ser el consenso constitucional y la colaboración en la aprobación de la ley de Defensa de la Democracia, de la legislación antiterrorista, y de la reforma del Código de Justicia Militar.

Hoy se ha de llamar complicidad el mantener a este Gobierno y su política de parón democrático, el mantener esta situación de no oposición o de oposición cercada, este silencio o paralización, este injustificable abandono de la obligación de una izquierda firme, coherente, sensata y rigurosa, que es la de no contribuir bajo ningún concepto a que el cambio político haya sido un timo.

En el pragmatismo de los políticos que buscaban aprovechar "del lobo un pelo", no todos se han comportado igual, y hora es ya de denunciar a los que de verdad con lo que ha ocurrido ya tenían bastante, pues realmente su modelo de sociedad ya se ha alcanzado, al haber alcanzado ellos el escaño, al haber situado a sus amigos, a sus colaboradores, y poder prepararse un grato porvenir en este reparto del poder que justifican hasta con literatura variada sobre la ética, con la que disfrazar su caciquismo.

Otros, es evidente que sin mala fe, aún creen que con esta derecha y desde el Gobierno se va a poder encontrar un campo común de modernización.

Tendrán que tropezar de nuevo en la misma piedra para volver a reconocer la realidad, y a lo mejor así, aunque no es probable, cambien de estrategia.

Pablo Castellano es diputado del Partido Socialista Obrero Español por la provincia de Cáceres.

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