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Crítica:El cine en la pequeña pantalla
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Apoteosis sentimental

Frank Capra, uno de los directores norteamericanos más renombrados en los años treinta y cuarenta, era en realidad un siciliano nacido en Palermo en 1897 y emigrado a los Estados Unidos en 1903. No es inútil traer aquí este hecho, porque marcó la personalidad de este cineasta, como la de otros. Es el síndrome del emigrado, que, a grandes rasgos, se traduce en un patriotismo a flor de piel, exacerbado, sentimental y casi enfermizo. Un perruno agradecimiento hacia la patria de adopción y sus formas de vida, por parte de quienes onsiguieron un lugar en el sol y habían partido de un pozo en la miseria.El síndrome del emigrado está en todo cuanto hizo Capra. Había comenzado en los primeros años veinte como especialista en gags para los filmes cómicos mudos. Aprendió bien este oficio y se nota en su obra posterior, en la que hay un gran sentido del pequeño formato, auténticos hallazgos de pequeña comicidad, y un admirable arte para la réplica gestual. No hay que olvidar que Capra se formó como director en las películas mudas de Harry Langdon, uno de los grandes del gesto tierno y disparatado, que marcó una época del cine mudo.

El patriotismo americanista es el fondo de la obra adulta de Capra, desde Sucedió una noche, Dama por un día, Horizontes perdidos y Mister Smith en Washington -todas de los años treinta- hasta Estado de la Unión y Qué bello es vivir, posteriores a la segunda guerra mundial y su canto de cisne como director de éxito. Una visión beatífica del estilo de vida norteamericano -ese es el fondo del ojo del síndrome del emigrado- destila en todas estas obras, en las que no faltan unas gotitas endulzadas de crítica social, para dar credibilidad a la fórmula.

La visión rosa de la vida norteamericana era tan transparente y natural en Capra, que en sus películas no surge de una presión forzada, en forma de incrustacióri ideológica. Todo lo contrario, se funde con la historia, con las situaciones y personajes, se diluye en estos sin arficiosidad y con una coherencia sin fisuras. Capra habla de lo que siente y fue siempre un cineasta sincero. Y desde esta sinceridad, y a causa de ella, tiene a veces un extraño poder de convicción.

Tres son las armas esenciales de Capra para alcanzar este grado de autenticídad. La primera es su dominio del humor gestual, al que me he referido. La segunda es su brillantez para crear argumentos, escenas y ambientes de exaltación vitalista. En este sentido sus raices mediterráneas son incontestables, lo que le permitió fundir en una sola a dos tradiciones bien distintas de la comicidad universal: la fria técnica del gag anglosajón y el cálido histrionismo de la sainetería italiana.

Su tercera arma fue una enorme sabiduría en la dirección de actores. Todos cuantos actuan en Que bello es vivir lo hacen como virtuosos que conjuntados para una composición orquestal. Aislemos a uno de ellos, James Stewart, que considera a esta película como su mejor trabajo -véase entrevista con el actor en la primera página del suplemento de Artes- y observaremos que, en efecto, su actuación es insuperable. Pero, más aún, como su otra gran interpretación con Capra, Mister Smith en Wasington, esta actuación es acusadamente distinta de otras memorables interpretaciones suyas. Se diría que Capra extrae de Stewart dimensiones que permanecen ocultas para otros directores. ¿Qué dimensiones?.

Todas se resumen en una sola. Por un lado, Capra acentúa el carácter imposible del físico de Stewart, larguirucho hasta el borde del ridículo, frágil, quebradizo, con sensación de vulnerabilidad, encogido en arco sobre, sí mismo, y propicio para expresar el típico personaje introvertido que Stewart siempre interpretó. Por otro lado, Capra deposita en este marco físico introvertido un carácter diametralmente opuesto, que choca con su apariencia: un extravertido sentimental, desbordado, tocado por una especie de fiebre, de nerviosidad comunicativa.

De esta manera, Capra aplica a las formas evolucionadas de actuación en el cine sonoro una técnica característica del mudo. Y hace que Stewart gesticule hiperbólicamente, como una Gloria Swanson sobre celuloide sin sonidos, pero en medio de un torrente de palabras. El resultado es sorprendente.

Qué bello es vivir se emitirá el domingo en la primera cadena a las 16.05.

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