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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Constituir la Constitución

La Constitución española, que reúne, como toda Constitución legítima, «las palabras sagradas de la tribu», entra en peligro de profunda reforma y dudoso calafateado si efectivamente se hiciera cierto el rumor de elecciones generales para mayo y Guyana suicida en las Cortes (autodisolución), para empezar de nuevo o terminar de una vez.Del mismo modo que el Ayuntamiento anuncia medidas contra la nieve sin que haya nevado para nada (a lo mejor está nevando ya sobre este periódico, en los quioscos), del mismo modo se previene, aunque no sé cómo, el peligro de un suicidio político colectivo y el reciclaje de la Constitución, con olvido de que las Constituciones no se fortalecen mediante parches, sino mediante hechos. Una Constitución aplicada es una Constitución fuerte. El error no está en el texto, sino en sus posibles lecturas (y en sus falibles lectores). Mas, antes y después del texto constitucional y sus pormenores, me interesa, como ya he hecho otras veces, señalar que entre todos hemos de constituir la Constitución, que todos los ciudadanos, en conjunto e individualmente, constituimos o debemos constituir el texto constitucional. Que sólo hay Constitución cuando una multitud cívica (scalextric, paraninfo) equivale a un papel. La tipografía de lo humano que puede leerse, por ejemplo, desde el ángel de La Unión y el Fénix, desde cualquiera de las torres mil del «Madrid gentil», eso es una Constitución andando, aunque me parece que hay quienes tienden a una Constitución paralizada, secuestrada, momificada, santificada y hermetizada.

Fraga mismo ha hablado mucho de que hay que reformar la Constitución. No. Si a partir de la legislación franquista pudo pagarse el salto transicional, ¿por qué no se va a poder llegar adonde se quiera a partir de una Constitución democrática? Los reformadores /reformistas de la Constitución no son sino sus embalsamadores, que quieren faraonizarse a sí mismos cancelando/ clausurando sacerdotalmente un texto que, sólo está vivo si lo vivimos todos cada día. Tengo escrito que el mero respeto a un papel público e inerme, la fidelidad nada sagrada ni mágica, sino profundamente cívica y laica, a «las palabras de la tribu» es en sí un hecho de civismo colectivo que genera todos los demás. Unos legisladores que comienzan por no respetar lo que trabajosamente han escrito, se están deteriorando a sí mismos, al deteriorar el papel invicto, y se ve que quieren pasar sutilmente de lo legal a lo sacerdotal. Un pueblo no es democrático y avanzado por respetar una Constitución justa, sino, previamente, por el solo hecho de respetarla. El mito de Argos es quizá el único que me fascina entre todos los mitos clásicos: el barco que va recambiando piezas a medida que navega, hasta que, del barco que levó anclas, sólo conserva el nombre. Toda Constitución es Argos, velero de papel, no en el sentido de que haya que estarla calafateando siempre, sino en el de que se renueva, mejora, progresa y navega mediante los hechos, las realidades que genera y las nuevas interpretaciones. Lo intocable es la letra: Argos. Hay quienes no sienten que le han dado una Constitución al pueblo, sino que se la han dado a sí mismos, y quieren hacer de ella la pirámide que les faraonice. Pero la Constitución no está ahí para que unos la cacen al vuelo, de un tiro, como la gaviota de Chejov, ni para que otros se legitimen en ella como en un manto.

El pueblo, el personal, la España peatonal debe rescatar la Constitución del sacerdotalismo de la pomada, debe hacer una sentada en ella, ocupar la Constitución como a veces se ocupa una iglesia. Si otros la redactaron, la gente sabe que a ella le toca constituir la Constitución. Y, si fuera preciso, constituirse en Constitución

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