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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
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De la fecundación a la vida

Llama la atención el artículo sobre el aborto publicado por el profesor y sacerdote jesuita Javier Gafo, en EL PAIS del 13 de diciembre. Por una vez, el debate sobre este tema se aborda desde el lado de los contrarios a la despenalización, con criterios biológicos, éticos y sociales exentos de la carga de demagogia y violencia verbal habitual. Todo ello es, desde luego, muy positivo y por desgracia bastante excepcional en el conjunto de las opiniones de los miembros de la Iglesia sobre este tema.Así las cosas, hay realmente posibilidades de debate.

El profesor Gafo mantiene la inaceptación del aborto partiendo del respeto a la vida humana, cuyo inicio él sitúa «desde la concepción» o «en el momento del embarazo». Afirma además que a partir de este momento «se pone en marcha un proceso que llevará, de forma lineal, continua y sin saltos, a la formación del niño que nacerá». Todo ello son afirmaciones que parecen de sentido común, pero a las que se pueden hacer numerosas objeciones examinándolas detenidamente. En primer lugar habría que señalar que la consideración del momento de la concepción o del embarazo como punto de partida de la vida del nuevo ser podría ser aceptada a efectos prácticos de poner un límite (y un antes y un después) al nuevo ser biológico, pero nunca a efectos de obtener de ella corolarios éticos como el que afirma que el que destruye un óvulo fecundado mata a una persona. Me explico: un momento antes de que el óvulo y el espermio fusionen sus membranas citoplásmicas, y luego su material genético, estamos también ante un algo en el que «están programados los rasgos característicos» de un ser humano. Es decir, la única diferencia entre el antes y el después de la fecundación es que el material genético que dará lugar a la nueva persona esté separado por una membrana celular formada por fosfolípidos y proteínas o reunido en un mismo núcleo. Imaginémonos una placa de cristal en la que colocamos un óvulo y un espermio vivos sobre una cierta cantidad de líquido similar al tubárico (es en la trompa o tuba donde se da habitualmente la fecundación). En estas condiciones podrá darse perfectamente la fusión de ambas células y con ello la formación de un huevo. ¿Es lógico pensar que se comete un homicidio si la preparación se elimina por un desagüe momentos después, mientras que no habría ilicitud si lo mismo se hace poco antes? No creo que sea lógico pensar así, y si lo fuera, la aneticidad debería extenderse a todo método anticonceptivo que impidiera la fusión de óvulos y espermios, desde los preservativos y diafragmas al Ogino: todos ellos serían homicidios en potencia. La relatividad de la fecundación considerada como «inicio de una nueva vida humana» impide, a mi juicio, obteiler consecuencias éticas como las que deduce el profesor Gafo. Nadie se extrañe, por otra parte, de que sea difícil o casi imposible precisar el momento en el que se inicia la vida do un ser humano. Unos dicen que cuando hay actividad en el electroencefalograma (EEG); otros, que en el nacimiento; otros, que en la fécundación... ¿Es que no está claro que de lo que se trata es de un proceso a lo largo del cual un hombre llega a ser? ¿No choca el intento de buscar ese momento de inicio de la nueva vida con obstáculos similares a los que forenses y tanatólogos han encontrado a la hora de determinar el momento exacto de la muerte? Ninguno de los signos, tales como parada respiratoria, cardiaca, EEG plano (ha habido muchos casos de resurrección tras uno de ellos), etcétera, es hoy considerado como criterio absoluto de muerte. La muerte es un proceso, y otro tanto ocurre con la gestación de una nueva vida. Pero no es cierto que dicho proceso sitúe su inicio en la fecundación (¿por qué no en el momento en que quedan formadas las dos células sexuales que habrán de fusionarse, o cuando el nuevo ser es viable desde el punto de vista ginecológico, es decir, susceptible de vida extrauterina, o en otro momento?) y lleve «de forma lineal, continua y sin saltos» a la formación del niño que nacerá, como dice el profesor Gafo. No es tal proceso lineal el que transcurre en nueve meses, a lo largo de los cuales el huevo fecundado anida en el endometrio (es entonces cuando comienza la gestación propiamente dicha), se divide sucesivamente pasando desde el estadio unicelular al pluricelular, se diferencia en dos capas embrionarias (endodermo y ectodermo), y luego, en tres (mesodermo); comienza á haber actividad cardiocirculatoria y nerviosa, etcétera, y finalmente el producto de todos estos pasos indispensables se hace susceptible de vida diferenciada e independiente por el tremendo salto desde la matriz materna al exterior que constituye el parto.

Aseverar, como hace el profesor ,Gafo, que la eliminación de un embrión en sus primeras semanas de desarrollo es la eliminación de un ser humano es comparable a considerar como homicidio la desconexión de los aparatos que pueden mantener «vivo» tras años a un enfermo comatoso, o a tomar como «homicidios accidentales» (o algo así) los casos en los que un óvulo fecundado no anidara en el útero y pereciera al eliminarse por la cavidad vaginal. Considerar cuál es «el momento» de «inicio de una nueva vida humana» puede ser una discusión académica y bizantina (similar a la de dos biólogos que discutieran cuándo dos individuos animales procedentes de un tronco común constituyen, por sus diferencias más o menos acusadas, elementos pertenecientes a dos especies distintas), pero dogmatizar sobre ello fijando el comienzo de la vida en un momento tal que deja por homicidas a muchos miles de mujeres (y de hombres que han colaborado con ellas), y que permite el mantenimiento de una situación en la que muchas vidas humanas -reales, de las que nadie discute si lo son o no-, son puestas en peligro por actuaciones clandestinas, generándose además numerosos casos de hipocresía e injusticia -me refiero a los famosos viajes, que no están al alcance de cualquiera-, puede ser grave y excesivo.

Javier Gafo explica, por otra parte, que argumentar sobre la «incomplección» o «falta de plena humanidad» del ser que se está gestando lleva su lógica interna a la discusión sobre la «plería humanidad» del recién nacido; y ello es cierto, como lo es también el que la persona humana nunca está del todo terminada. Pero ¿es que acaso esta lógica interna, profesor Gafo, ha llevado a algún partidario de la despenalización del aborto a abogar por la despenalización del infanticidio? Yo no conozco a ninguno.

El argumento principal del profesor Gafo queda en cierta forma cuestionado por él mismo cuando plantea su acuerdo con la modificación de las leyes actualmente vigentes (sólo puede ser en el sentido de despenalización) en los casos de aborto «por embarazo que pone en peligro la vida de la madre» y «quizá en caso de violación».

Quisiera haber puesto de manifiesto con este escrito cómo se pueden tener actitudes contradictorias «en el binomio aborto-pena de muerte».

José A. Tapia es estudiante de Medicina.

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