Hasta dónde llega la OTAN
La discusión entre Grecia y Turquía a propósito de la seguridad griega ha ocultado tal vez, ante los ojos de la opinión pública europea, la auténtica e importante discusión que ha tenido lugar en Bruselas durante cuatro días, con participación de veintiocho ministros de Defensa y de Asuntos Exteriores. Una discusión que es de una gran importancia para Europa occidental y en la que las opiniones son discrepantes a uno y otro lado del Atlántico: hasta dónde llega la organización para el Tratado del Atlántico Norte. Es decir, hasta qué punto los países europeos aliados están obligados a sostener la política exterior norteamericana fuera del marco estricto que fija el propio Tratado de Washington.La polémica es antigua, pero probablemente nunca ha tenido tanta fuerza e importancia como ahora, en que los dos grandes bloques parecen decididos a repartirse las zonas de influencia en el llamado Tercer Mundo.
Los europeos, con la razón que les da la experiencia y la historia, temen los arranques norteamericanos y la excesiva tendencia de Washington de colocar a sus aliados frente a hechos consumados. Ahí está, para tomar un ejemplo cercano en el tiempo, la crisis de Irán o las sanciones contra la Unión Soviética a raíz de la invasión de Afganistán.
La dificultad principal estriba en hacer comprender a Estados Unidos que los intereses norteamericanos y europeos pueden ser, a veces, divergentes. Lo son, por ejemplo, en el conflicto del Próximo Oriente, o, al menos, su intensidad se siente de distinta forma en el viejo continente (sin recursos energéticos propios) que en el nuevo.
Hasta el momento -la reunión de Bruselas y el comunicado final del Consejo Atlántico son buena prueba-, los aliados han sido capaces de resistir las presiones de Washington como conjunto. Otra cosa será la capacidad de cada país de oponerse, en sus relaciones bilaterales, a los deseos del animoso Ronald Reagan.
La ocasión para demostrar esta coherencia interna europea la ha proporcionado esta vez la escalada en la tensión entre Estados Unidos y Libia. Haig ha dicho en Bruselas que no ha pedido ninguna cooperación a los aliados, sino, simplemente, comprensión. De una forma o de otra, parece que los europeos no han querido ser demasiado comprensivos y que, capitaneados por Francia y por Italia, han hecho saber al ex general norteamericano que no secundarán -ni ante hechos consumados- una nueva aventura estadounidense.
La colaboración europea en los frentes de influencia realizados por Reagan debe enfocarse -afirman los diplomáticos europeos- en un plano económico y político, nunca en el militar. El Tratado de Washington sigue ahí, delimitando una zona geográfica en la que la OTAN, en cuanto tal, puede actuar. Todo lo demás pertenece al campo bilateral. Allá el país europeo -el Reino Unido o la República Federal de Alemania- que se muestre dispuesto a colaborar de otra forma. Sus socios europeos no quieren verse incluidos en un único saco, e incluso los ministros europeos han querido que el comunicado final -que recoge ese compromiso aliado de actuar en un plano político y económico-, para animar a los países del Tercer Mundo a defender su estabilidad e integridad soberana", aluda también a un movimiento muy querido por ciertos europeos: los no alineados. "La estabilidad internacional es vital para los intereses de Occidente. Las crisis y conflictos deben encontrar soluciones políticas. El no alineamiento auténtico puede aportar en este sentido una contribución importante", afirman.
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