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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La crisis de la ONU

NO PUEDE decirse que la historia de la ONU, desde su fundación a nuestros días, haya sido especialmente brillante. Lo más que puede decirse a su favor es que quizá sin ella, sin sus resoluciones, condenas, intervenciones o alegatos, todo hubiera ido peor. Pero la historia de lo que no ha sucedido es, todavía, imposible de escribir. El hecho es que apenas fundada sobre un brillante texto -la Carta de San Francisco- de excelente literatura humanitaria, su espíritu comenzó a transformarse. El derecho de veto de los cinco grandes -uno de los cuales ha cambiado de piel: China, que ha sustituido a lo que entonces se llamaba China y ahora es sólo Taiwan- era un mero dictado de los principales vencedores de la guerra, con desprecio de sus aliados menores, muchas veces víctimas destrozadas, y de todos los demás países. Dentro de los cinco grandes, dos de ellos -a los que la historia repartía el papel de superpotencias y enemigos mutuos-, Estados Unidos y la URSS, se apresuraron a acaparar votos para la Asamblea. General. A una cierta satelización de Estados Unidos sobre países de menor poder o colonias disfrazadas, respondió la URSS añadiendo los votos de entes fantasmas, como Bielorusia o Mongolia Exterior, además de los de sus propios satélites. Comenzó la guerra de los vetos. El texto de San Francisco fue convenientemente olvidado, como otros grandes textos jurídicos de la época -como la sentencia de Nuremberg, con sus definiciones de genocidio, de guerra injusta y su definición de libertades-, y así, el Consejo de Seguridad se ha convertido otra vez en campo de batalla, y en vetos arrojadizos, de forma que parece imposible elegir secretario general, y Kurt Waldheim ha tenido que retirarse.Sumariamente, esta crisis de la secretaría general representa la propia crisis de la ONU, paralizada desde hace años. Las relaciones internacionales se han diversificado: hay conferencias paralelas, acuerdos de grupos regionales, y hay un juego de enfrentamiento-negociación, con alternativas clásicas, entre la URSS y Estados Unidos; juego que devalúa o margina continuamente la función de la ONU.

Probablemente, la carta y el espíritu de los padres fundadores estaba dentro del pensamiento utópico, muy parecido al que imperó en la Sociedad de Naciones que naufragó en la segunda guerra europea. Pero era una utopía en la que, en aquel momento, se podía creer. Entonces funcionaba el entusiasmo de la derrota del nazismo y la creencia de que la costosísima guerra, supuestamente ganada, iba a reformar el mundo. La inmediata guerra fría, sin embargo, comenzó a desbaratar muy pronto ese pensamiento utópico.

Con todo, la situación mundial hace pensar que es preciso volver a aquel momento -dentro de lo posible- y recuperar aquellos valores. Habría que reformar la ONU enteramente, hacer olvidar los casos de soborno de delegados, el estancamiento de las grandes resoluciones, la guerra por ocupar su burocracia; habría que luchar por la abolición del veto, que no tiene sentido en el mundo de hoy; forzar a la URSS y a Estados Unidos a acatar las decisiones mayoritarias, e incluso a reforzar con su autoridad al cumplimiento absoluto, por todos, de los principios básicos del mantenimiento de la paz y la seguridad y el establecimiento de condiciones económicas, políticas y sociales con las cuales pudiera cumplirse ese objetivo.

No parece que sea ese el camino que se está siguiendo. La imposibilidad de nombrar secretario general refleja un estado crítico que entrega las decisiones internacionales a la influencia de los dos grandes bloques. No es, naturalmente, un azar ni una casualidad; ni mucho menos la prueba de que el entendimiento global es imposible. Es una situación deseada y promovida porque se erigen impunemente como los amos del mundo.

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