Aumenta el número de ancianos solitarios que mueren sin atención alguna en las grandes ciudades
Durante veinte minutos largos, un día de septiembre de 1976, Clinton Collins, de 77 años, mantuvo una dolorosa lucha entre la vida y la muerte, tendido en una acera de la ciudad norteamericana de Oklahoma. Hasta que al final los curiosos que se arremolinaban en el lugar comprobaron que el anciano había muerto, y se dispersaron sin más. La única ayuda que se le prestó fue el envío de una ambulancia para el traslado del cuerpo a la morgue más cercana. La "sociedad galopante", a la que acusó un psicólogo consultado en Oklahoma en relación con esta muerte "ante la galería", sólo se había detenido para contemplar el espectáculo.
Un desajustado instinto de autoprotección lleva hoy al hombre corriente a zafarse del anciano mal trajeado que acude a pedir ayuda, muchas veces con la sola y secreta intención de hablar con alguien, de romper su soledad por unos minutos.Precisamente en esta soledad, elegida voluntariamente o impuesta, cada vez son más las personas de edad que llegan a sus momentos finales en las grandes ciudades de los países industrializados. Durante cuatro años consecutivos nadie ha debido necesitar nada de Antonia Alonso Mediero, cuyos restos aparecieron momificados en su cama el pasado miércoles, cuatro años después de su muerte. Una vez localizado un hermano de la difunta, éste se ha negado rotundamente, a través de una empleada de hogar, a explicar las razones por las que durante tan largo tiempo no se decidió a desvelar el paradero de Antonia, enferma mental, según los vecinos de la casa en que vivía, en el paseo de Extremadura, de Madrid. Esta vez no hubo espectadores, como en Oklahoma, sino una absoluta soledad y un buzón repleto de folletos publicitarios.
Se busca al moroso
En noviembre de 1976, los funcionarios del Juzgado de Instrucción número 2 de Zaragoza se disponían a proceder al desahucio de Pilar Ferrer, de 89 años, por impago del importe de alquiler durante más de dos años, cuando al entrar en la vivienda en que iban a actuar hicieron un macabro descubrimiento. Pilar Ferrer no había abonado puntualmente sus mensualidades por la sencilla razón de que había muerto y su esqueleto yacía bajo un calendario correspondiente a 1974.El factor que normalmente lleva a este tipo de descubrimientos suele ser una reclamación por impago. Con todo, la burocracia a veces coopera con la tragedia involuntariamente, al no acudir en busca del moroso con mayor celeridad. Cualquiera podría preguntarse si un anciano que vive en absoluto aislamiento, como los citados, tuviese sus pagos domiciliados en un banco con cargo a una cuenta suficientemente provista para sus gastos fijos durante varios años.
El director del Instituto Anatómico Forense de Madrid, Antonio Haro Espín, que desempeña su especialidad desde hace más de treinta años, ha confesado que nunca se había encontrado con un caso como el de Antonia Alonso, ni cree que la masificación de la gran ciudad facilite precisamente este tipo de muertes en solitario. Los ancianos suelen desear vivir solos, sin gentes que interfieran en su mundo de recuerdos. Pero en general estos ancianos se han creado su círculo propio, tienen sus amistades y mantienen unos hábitos sociales. Aunque dos meses después de su fallecimiento, Basilia Moreno fue encontrada por la policía madrileña, un día de junio de 1978, gracias a que sus vecinos llevaban semanas sin encontrársela en la escalera.
Aunque el anciano desee "vivir su vida", y en la provincia de Madrid hay unos 12.000 solitarios en edad avanzada, a los que añadir otros tantos en la capital, esta aspiración es la antítesis del papel tradicional jugado por él en la sociedad familiar. Del "placer de envejecer" tan acariciado por Cicerón hasta la soledad del anciano de hoy, sentado ante el televisor en su pequeño piso o en su buhardilla, hay un largo trecho. Desaparecida la sociedad patriarcal, en la que el anciano se sentía depositario de todos los consejos, sólo parece abierta la vía del retiro pleno, quizá en compañía de un animal doméstico.
Justamente por este carácter subsidiario de la compañía del animal resulta doblemente dramático el caso de Carmen Monje Fernández, una anciana de 66 años, cuyo cadáver apareció mutilado por su perro un día después de la muerte de la anciana. Quién sabe si, precisamente gracias a un perro, no hubiera sobrevivido al frío otra mujer de edad, Dolores Ferrer Pérez, de 74 años, fallecida por la inclemencia del tiempo, el pasado 4 de diciembre, en un descampado situado en el kilómetro 9 de la vía férrea Madrid-Barcelona.
Las muertes de ancianos en sus domicilios, y totalmente solos, se han convertido en los últimos tiempos en uno de los problemas más importantes con que se enfrenta la sociedad. Los contínuos descubrimientos de cadáveres de personas de avanzada edad han puesto de manifiesto, sin lugar a dudas, la carencia social de medios idóneos para cubrir la última etapa en la vida de la persona. Los ancianos se convierten en una traba no sólo en el plano social, sino de forma destacada, en la mayoría de los casos, en un impedimento para sus propios familiares. El resultado es evidente: los 12.000 ancianos solitarios de Madrid carecen de todo tipo de solidaridad social, incluso en el momento de su muerte.
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