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La sierra norte resultó más perjudicada que beneficiada por el desarrollo económico de Madrid

"Tampoco es que la sierra norte de Madrid se haya empobrecido en los últimos años, sino que nunca ha estado realmente promocionada ni sus gentes han podido mirar al futuro con optimismo". Son palabras del alcalde de uno de los pueblos para los que la Diputación Provincial ha solicitado hace escasos días la declaración de comarca de acción especial, lo que significa, en síntesis, que la sierra norte de Madrid ha descendido un grado más, de una situación de pobreza a otra de pobreza absoluta, de una economía de supervivencia a la necesidad imperiosa de emigrar en busca de trabajo. Paradójicamente, el desarrollo económico de Madrid y su área metropolitana ha constituido uno de los factores claves para el empobrecimiento de las 44 localidades del norte de la provincia que forman la comarca.

La zona denominada como sierra norte forma el triángulo superior de la provincia de Madrid, limitada por sus dos lados por la demarcación con Guadala ara al Este, y con Guadarrama y Somosierra al Oeste. Al Sur el límite es más impreciso, pero se puede utilizar como tal el formado por los términos de los municipios de Rascafría, Bustarviejo, Navalafuente, Venturada y Torr'elaguna, que configuran una línea más o menos recta que forma la base del triángulo.Hasta la época del desarrollismo, a partir de los años sesenta, la sierra atravesaba dificultades económicas similares a las del resto del país, aún no repuesto de la sangría de la guerra civil. La población subsistió como buenamente pudo a base de explotar sus pocos recursos naturales,con mucho trabajo y poco rendimiento. La Acebeda, un pequeño pueblo situado casi en el vértice de la provincia, en las estribaciones de Somosierra, es un buen ejemplo de ello. La tierra era y sigue siendo mala para la agricultura, pero no había otro sitio donde ir y sus habitantes se esforzaban en roturar los pocos espacios cultivables y plantar patata y centeno, principalmente, aparte de cuidar sus cabezas de ganado vacuno, o cabras u ovejas, de las que cada familia tenía unas cuantas. Era una economía de subsistencia, pero sin las agresiones de la televisión, canalizadora principal de las múltiples formas que hoy adopta el consumismo y sin que existiera un sentimiento de subdesarrollados respecto al resto del país, pues, quien más quien menos, todos tenían dificultades.

A partir de los años sesenta, Madrid comienza a actuar como un gigantesco sumidero que reclama mano de obra barata para sus industrias y para el boyante negocio de la construcción, y la mayor parte de la provincia es influida por el crecimiento de la capital, con sus ventajas e inconvenientes. La zona oeste, a lo largo del eje de la carretera de La Coruña, se convierte en la receptora del turismo interior. Al Este se crea el corredor industrial Madrid-Guadalajara. La sierra norte, sin embargo, perjudicada por su alejamiento geográfico de la capital, continúa con su situación de aislamiento y padece los aspectos negativos del desarrollismo sin tener opción a los positivos. En La Acebeda, como en el resto de los pueblos, los jóvenes se marchan a la capital en busca de un trabajo menos duro, relativamente, y de unas posibilidades de diversiones y de relación social que allí no tenían. Automáticamente las tierras dejan de cultivarse y en pocos años los matojos recuperan el terreno perdido. Ya no se corta ni se recoge tanta leña, las masas forestales dejan de estar limpias y aptas para que entre el ganado y adoptan de nuevo una fisonomía salvaje. Se reducen, por tanto, las zonas de pastos y, unido a la crisis de la ganadería y al escaso rendimiento de la misma, el pueblo se va empobreciendo lentamente.

En 1960, en La Acebeda había 201 personas censadas. Hoy quedan setenta, de las cuales sólo ocho mantienen una actividad productiva, en el sector agropecuario o en la construcción. El resto son jubilados que viven de las pensiones y de la ayuda de sus hijos, casi todos ellos trabajando en Madrid. Es la experiencia que ha vivido Andrés Galindo, un jubilado que ahora ronda los setenta años. Su hijo mayor se marchó a la capital a los dieciséis años a trabajar en unos laboratorios, donde aún continúa, y poco después su hija hizo lo mismo y se gana la vida, junto con su marido, en la contrata del bar de una facultad de la Universidad Complutense de la que su padre no recuerda el nombre. La mujer de Andrés está también en Madrid, cuidando a sus nietos, y él se lamenta de la profunda sensación de soledad y aislamiento que reina en el pueblo en cuanto comienza a atardecer: "que no se te ocurra tener un accidente en el campo, porque te puedes morir sin que nadie se dé cuenta".

En La Acebeda quedan hoy cinco niños en edad escolar y dos jóvenes que estudian formación pro fesional en Buitrago, que se mar charán en cuanto acaben sus estudios.

La "maldición" de la instrucción

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La sierra norte ha perdido su fuentes tradicionales de trabajo su población con el despegue in dustrial del país, y lo está recupe rando con la crisis actual, pero siempre en peores condiciones qu en el escalón anterior. Es el caso de Navarredonda, donde la pobla ción se dedicaba mayoritariamen te en los años treinta y cuarenta la conversión del carbón vegetal Tal actividad desapareció drásti camente con las nuevas modalida des de calefacción doméstica y sis temas de energía industrial, y la gente tuvo que buscar su sustento en otros sitios. Curiosamente ahora, el encarecimiento de los productos energéticos ha hecho volver los ojos a los recursos naturales, y la situación de paro en Madrid y en las zonas industrializadas de la provincia desaconsejan la salida del pueblo. Es una permanencia, sin embargo, adobada de una carga importante de frustración, agravada por la convicción, cierta hasta ahora, al menos, de que los poderes públicos nunca se han preocupado por la comarca.

En Buitrago tuvo que ser un cura enraizado en el pueblo, el padre Francisco, quien se preocupara por crear la escuela de Formación Profesional, primero en la casa prestada por un vecino; luego, en una finca que compró con ayuda de los donativos del pueblo, y finalmente, la Caja de Ahorros promovió la construcción de una escuela mejor acondicionada. Durante varias promociones, los jóvenes de Buitrago y de los pueblos cercanos aprendieron el oficio de maestro albañil, delineante, electricista, tornero o mecánico. Las chicas pudieron estudiar electrónica, química o cursos de administración. Y cuando terminaron su preparación, se marcharon. Un vecino del pueblo sacó a relucir la paradoja: "Para nuestros pueblos, la instrucción y la carretera fue la gran sangría".

La desmoralización es el sentimiento reinante entre las escasas 25.000 personas que habitan los 44 pueblos de la comarca de acción especial. Lo que es comprensible si se piensa que una familia dedicada todo el año al cuidado de unas cincuenta vacas, que ha invertido unos dos millones de pesetas más o menos en el ganado, más otro millón en instalaciones, puede obtener un beneficio neto de unas 400.000 pesetas anuales. Es decir, un salario de 425 pesetas diarias, posiblemente menos de lo que obtiene un mendigo pidiendo limosna a la puerta de una estación de metro madrileño, sin que se pretenda llevar más lejos la comparación.

Pequeñas y eficaces soluciones

La falta de peso político, económico y social de la sierra norte madrileña y su indefensión ante otras instancias más poderosas o mejor preparadas le ha llevado a la enajenación casi gratuita de sus escasos bienes potenciales. Ni en Madrid capital ni en una localidad de cierta importancia sería concebible la venta de un valle enorme, de gran valor paisajístico, situado a escasa distancia de Miraflores de la Sierra, por apenas un millón de pesetas, casi a peseta el metro cuadrado, como ha ocurrido en Bustarviejo. O como en La Cabrera, donde sus famosos manantiales han sido comercializados por Fonsana, que nos vende el agua embotellada que antes consumían los vecinos del pueblo, sin apercibirse de que ahí mismo tenían una fuente de riqueza y trabajo.

Así sucede también que, según los informes realizados por la Diputación Provincial, quince pueblos de la sierra no dispongan de agua corriente en ninguna de sus viviendas: El Berrueco (180 casas), Gargantilla del Lozoya (512), Torremocha (89), Horcajue lo (110), Patones (210), Piñuécar (74), Puebla de la Sierra (treinta), Robledillo de la Jara (sólo una de sus sesenta viviendas cuenta con agua en su interior), Serna del Monte (57), El Atazar (3 l), Berzo sa de Lozoya (veinticinco), Cervera de Buitrago (setenta), Gascones (37), La Hiruela (65) y Madarcos (32), cuando es precisamente en esta zona donde se encuentra el mayor número de embalses que abastecen de agua a la capital. E.. Pinilla del Valle, los agricultores han desistido de sembrar sus tierras, por la sencilla razón de que casi ningún ´año tienen agua para hacer las últimas regadas, poco antes de la recogida de la cosecha. La paradoja surge cuando se sabe que Pinilla del Valle cuenta con un embalse, el del río Lozoya, situado a unos veinte metros escasos de las casas del pueblo.

A poca capacidad de contestación, poca atención de los poderes públicos. Si a las difíciles condiciones económicas sumamos la carencia de infraestructura sanitaria, cultural, posibilidades de ocio, etcétera, no es extraño que la meta de la escasa población juvenil de la comarca sea abandonarla lo antes posible. En Madarcos ir al médico cuesta caro: o coger el autobús, y perder todo el día, aunque sea sólo para entregar en un hospital madrileño una muestra de sangre, o utilizar un coche particular, lo que te supone unas mil pesetas e gasolina. El ahorro familiar en la sierra norte no supone dejar de ir al cine, puesto que, entre otras cosas, no hay cines, sino aprovechar el resplandor de la chimenea de leña para alumbrarse y no gastar luz.

Para todos los especialistas consultados, las soluciones a los múltiples problemas apuntados no son demasiado complicadas, en teoría, pero requieren una decidida voluntad de abordarlos y la existencia de una coordinación entre los diferentes organismos públicos. Una idea básica que hay que manejar de principio es que la sierra norte nunca será el solar de grandes asentamientos de población, ni nadie lo pretende. Se trata, pues, de crear las condiciones para que la que permanece aún y los pocos que puedan regresar encuentren un nivel de vida digno y unas condiciones de futuro aceptables. La pequeña localidad de Gandullas conserva sus gentes, simplemente porque a la Compañía Telefónica se le ocurrió instalar allí su estación espacial de seguimiento de satélites, lo que ha creado una treintena de puestos de trabajo (vigilantes, señoras de la limpieza, mantenimiento, etcétera), que bastan para alejar el fantasma del paro. La sierra norte podría rejuvenecer su población ofreciéndose como localización de industrias medianas, no contaminantes, que absorberían al escaso personal de técnicos medios o profesionales que sus habitantes pueden generar.

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