La "finlandización" no existe
EL NOMBRE de Urho Kekkonen, que acaba de dimitir de la Presidencia de la República de Finlandia por razones de salud -81 años-, está estrechamente relacionado con lo que la semántica de la guerra fría ha denominado finlandización: una neutralidad sometida y dependiente a la Unión Soviética. Una palabra que se sigue usando como piedra de propaganda, sin ningún apego a la real¡dad: la propia Finlandia -y personalmente Kekkonen- ha rechazado siempre la idea de que estuviese finlandizada. El pequeño, difícil y valeroso país ha conocido a lo largo de su historia la independencia como una lucha permanente por conquistarla más que como una reali dad establecida en breves períodos. De la influencia y dominio suecos pasó a los de los rusos bajo el imperio zarista; las guerras exteriores han tenido siempre un do ble de guerra civil, y desde diciembre de 1917, semanas después de la Revolución de Octubre en Rusia, es una república independiente. La política de Kekkonen como presidente de la República -continuación de la de su predecesor, Paasikivi, y de sí mismo como primer ministro que ha sido once veces antes de llegar a la Presidencia- ha tenido dos reglas de oro: que la política exterior es más importante que la política interior y que, dentro de ella, "lo esencial es convencer a la Unión Soviética de que en ningún caso su seguridad exterior estará amenazada por Finlandia o a través de Finlandia". Esta última frase es la que levantó siempre la hostilidad de la parte dura de Occidente, que en lugar de considerarla neutral quiso verla como una parte de la coraza defensiva soviética. La realidad no ha sido así. Kekkonen ha mantenido siempre una estricta neutralidad, generalmente admitida por la mayoría de la nación, aunque haya una parte en la que el odio a Rusia-URSS, ancestral y justificado por las invasiones y las represiones de un pasado próximo, no acepte esa neutralidad. Odio que llevó a esa parte de la nación a faseistizarse y a alinearse con la Alemania nazi en la segunda guerra mundial y, en consecuencia, a una guerra civil. El predominio de los antinazis fue el que consiguió que Finlandia no fuera tratada como enemiga al final de la guerra y que se garantizase su paÍy su independencia. Un reconocimiento universal de la neutral¡dad finlandesa fue el que se le confiara la organización y la sede de la Conferencia sobre la Seguridad y Cooperación en Europa, que lleva familiarmente el nombre de su capital: Conferencia de Helsinki. Sin embargo, la sospecha, la exisitencia del tratado de paz con la URSS, la importanc ¡a del partido comunista en el Parlamento, el intercambio frecuente con la URSS en comercio y cultura, han sido suficientes para que no recibiera los beneficios de su neutralidad, que han favorecido a otros países, -Austria, especialmente-, y ha quedado por detrás de las naciones escandinavas. Es decir, que ha tenido que pagar por su independencia.
La desaparición de Kekkonen no parece suponer un cambio importante en la política exterior de Finlandia ni en la interior. Aunque las elecciones generales (1979) indicaron un progreso de los sectores conservadores, el Gobierno está formado por una coalición de centro-izquierda (con inclusión de la Unión Democrática del Pueblo Finiandés, influida por los comunistas), con un amplio respaldo parlamentario. Las elecciones presidenciales se celebrarán en enero; protocolariamente, el Gobierno presentará su dimisión al nuevo presidente, y es probable que éste le confirme en sus puestos,
La finlandización no existe en la realidad. Es, sin duda, cierto que muchos finlandeses, quizá la mayoría, desearían ver reducida o anulada la relación de su país con la URSS; pero personas como Kekkonen han conseguido que esta relación no sea opresiva ni de dependencia.
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