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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Déficit, déficit, ¿de quién es el déficit?

Sólo conozco a Tobin, último Nobel de Economía, a través de algunos de sus escritos y de la foto que estos días ha publicado la Prensa. Puede que esté equivocado, pero se me antoja que su perfil humano responde bien a los rasgos que Linda Goodman describe para los hombres nacidos bajo el signo de Piscis: "... Con ojos líquidos, salientes, de párpados pesados y llenos de luces extrañas. De alma vieja que ha pasado por muchas vidas reteniendo la sabiduría de cada una de ellas, razonablemente escéptico S, con el arma secreta del humor y de la sátira (deliciosos sus debates académicos con Friedman), capaces de lanzar observaIciones brillantes en forma despreocupada y sin que valoren para nada el rango o el poder...". Con .esa perspectiva, no creo que le importe al profesor de Yale que le plagie el título de un artículo que escribió hace quince años (Deficit, deficit, who's got the deficit? Natiohal Economic Policy. Yale University, 1966. Traducción española del Instituto de Estudios Fiscales en 1971).El plagio del título en cuestión no tiene nada de casual. Como tampoco lo tiene el que vaya a citar gran parte del artículo, todo lo que aparezca desde ahora en cursiva. La gran mayoría de la gente no entiende bien los profundos desacuerdos entre los "expertos", puestos de manifiesto en lapolémica desatada sobreel déficit previsto en los Presupuestos del Estado para 1982. Es posible que Tóbin, el de las observaciones brillantes, ayude a vulgarizar el problema. Cualquiera diría que su artículo, publicado en 1966 en Estados Unidos, ha sido escrito en España la semana pasada.

¿Qué es el déficit?

¿Qué es eso tan complicado del déficit? Para que haya un comprador tiene que haber un vendedor, y por cada deudor o prestatario, un acreedor o prestamista. El gasto de un individuo es el ingreso de otro. Mi debe es tu haber; mi déficit, tu superávit. Y como mucha gente piensa que los papeles de deudor y prestatarió son particularmente inapropiados para el Gobierno, una buena parte del país se siente frustrado y de mal humor.

Desgraciadamente, las decisiones vitales de política económica reflejan con demasiada frecuencia reacciones ciegas ante estos séntimientos, sin que se pongan de manifiesto los verdaderos problemas. Las perogrulladas de que el tomar prestado es la contrapartida de prestar y de que los déficit son la contrapartida de los superávit se olvidan en las discusiones populares y del Congreso acerca de los impuestos y presupuesto del sector público.

Aclaremos un poco las ideas usando cifras recientes de la economía española. En 1980, la renta nacional bruta disponible fue de 15,2 billones de pesetas. De esa renta se dedicaron al consumo de bienes y servicios 12,3 billones', ahorrándose la diferencia, es decir, 2,9 billones. A nivel desagregado este ahorro se descompuso así: las empresas ahorraron 1,9 billones; las familias, 891.000 millones, y las instituciones financieras, 123.000 millones, mientras las Administraciones públicas (Estado, organismos autónomos de la Administración, corporaciones locales y Segutidad Social) gastaron 9.000 millones más que la renta de que disponían, con lo que su ahorro fue negativo por ese importe.

A pesar de que en España no se invierte lo suficiente en los últimos años (ahí está el problema del paro para demostrarlo), en 1980 la inversión ascendió a 3,2 billones de pesetas, cifra que no se pudo financiar en su totalidad con el ahorro generado. La economía española acabó teniendo un déficit global de financiación de 371.000 millones. Para cubrir este agujero hubo que endeudarse por el mismo importe con el resto del mundo. (Para los especialistas, esa cifra de 371.000 millones de pesetas equivale al déficit de nuestro comercio exterior, exceso de las importaciones sobre las exportaciones de bienes y servicios, en la parte no cubierta con disminución de las reservas de olo y divisas acumuladas en la época de vacas gordas).

Para no marear demasiado al lector con cifras astronómicas, vayamos al resumen final. Si llamamos sector público a las Administraciones públicas (lo que no es exacto, porque las empresas de propiedad pública no están incluidas ahí), y sector privado al resto, el déficit totalde la economía española financiado, como se ha dicho, por el resto del mundo se, desglosa en 1980 en un déficit de 515.000 millones para el sector público y en un superávit de 144.000. millones para el sector privado. En 1981, probablemente el déficit del sector público será de unos: 830.000 millones, y el superávit del seqtor privado, de unos 350.000 millones, en pesetas corrientes, con lo, que la economía española será financiada por el resto del mundo en unos 480.000 millones. (En el gráfico se puede ver la evolución de esas cifras durante la últíma década).

¿Quién quiere el déficit?

En su conjunto no es concebible que las familias (las economías domésticas) lleguen a presentar en ningún momento un déficit. Si se tiene este hecho en cuenta, el lector que haya tenido la paciencia deseguirme puede sin dificultad deducir una moraleja inevitable, aunque sorprendente. Si se quiere que el déficit del Gobierno sea menor, el déficit de las empresas debe ser mayor. ¿Quiere usted que el Gobierno tenga superávit y reduzca su deuda? Entonces el déficit de las empresas debe ser lo bastante grande como para absorber ese superávit,'así como los fondos disponibles de las economías domésticas y de las instituciones financieras.

Evidentemente, decir que las empresas aumenten su déficit no significa que deban incurrir en pérdidas. Normalmente hablando, las empresas asumen un déficit financiero -amplían los capitales, emiten obligaciones o se endeudan con los bancos- cuando, sus programas de inversiones exceden de su capacidad de financiarlas conlos recursos generados por el propio negocio. Y ¿cuándo incurren las empresas en grandes déficit? Los datos son claros: cuando los negocios van viento en popa, cuando las ventas están presionando fuertemente sobre la capacida'd, cuando los hombres de negocios ven que habrá mayor expansión en el futuro.

La conclusión es obvia, aunque para muchos sea decepcionante: la recesión, la capacidad ociosa, el desempleo, la inactividad económica, esos son los enemigos de un presupuesto público equilibrado.

Ante esta situación son muchos los caminos elegidos por los diferentes países para tratar de poner remedio al problema. El gran fracaso de la ciencia económica, hasta ahora, ha sido no encontrar uno que se haya demostrado suficientemente válido. Y si no que se lo digan a mister Weidenbaum (presidente del Consejo de Asesores Económicos de Reagan), que debe andar estos días revisando la validez de sus convicciones teóricas y de las de su equipo.

Sí usted, amable lector, gasta más de lo que ingresa, el remedio es inmediato. Todo lo que tiene que hacer para equilibrar el presupuesto familiar es vivir resueltamente dentro de los márgenes de su renta, bien gastando menos, bien trabajando más -si es usted tan afortunado de- encontrar dónde- para incrementar sus ingresos. Puede tranquilamente ignorar el efecto de una u otra vía de acción sobre las rentas y gastos de los demás. Podría pensarse que el sector público está en condiciones. de hacer otro tanto. Aumentar los impuestos o cortar los gastos parece ser el modo evidente de equilibrar el presupuesto. Pero, aun suponiendo que estuvieran dispuestos a aceptarlo los grupos económicos y sociales afectados nada asegura que.el resultado final no fuese el opuesto al esperado, por los efectos inducidos de esa actuación sobre el resto de las variables económicas. La lógica de relaciones causales que se deduce de los modelos de la economía teórica hay que ponerla en entredicho. Demasiada experiencia reciente hay en el mundo. (Por cierto, de muchos escritos de Tobin se desprende ese saludable escepticismo cuando pone en la picota a los que se aferran a relaciqnes teóricas entre posibles causas y efectos).

Todo esto puede parecer paradógico y quizá lo sea. Pero no está nada claro que pueda aplicarse a la economía como untodo la mal llamada sabiduría casera. Si todo lo anterior es cierto, surge una pregunta inevitable: ¿a qué viene la polémica sobre el déficit? Si éste es consecuencia de la crísis y, guste o no, habrá que convivir con él, ¿para qué discutir sobre algo que nos viene impuesto?

Quizá merezca la pena explicitar algunas de las razones profundas que no aparecen suficientemente.elaras en el apasionamiento de la discusión. En primer lugar, el hecho de que una situación como la descrita sea a corto plazo inevitable no significa que los desequilibrios financieros sectoriales sean fenómenos sin importancia práctica, porque las diferenciasen la distribución de los recursos disponibles también afectan de manera compleja al proceso de inversión. La economía española no puede financiarse indefinidamente con déficit exteriores y es necesario un desplazamiento claro en el sentido de la renta, aumentando. ¡as tasas de ahorro hasta niveles, superiores para acelerar el proceso inversor.

La eficiencia del sector público

En segundo lugar, se duda del sector público como motor "eficiente" del gasto nacional. La experiencia histórica no es demasiado halagüeña que digamos. Y es bueno que las críticas sirvan de acicate para conseguir una gestión eficiente en el futuro.

Pero la trascendencia última del debate está en algo mucho más ,profundo y con horizonte a largo plazo, sobre lo que la sociedad española en su conjunto -no sólo los expertos y los políticos- debe estar en condiciones de manifestarse. ¿Qué modelo económico queremos para el futuro? ¿El de la libre asunción del riesgo por los individuos o el del Estado paternalista y benefactor? En el primer caso se echa todavía en falta una política a largo plazo decididamente tendente a corregir los desequilibrios, para que el peso del sector público en la economía -claramente creciente con la crisis y quizá inevitable- sólo sea temporal. Si el modelo que queremos es el segundo, podríamos decir -no sin cierto aire cínicoque la permanencia de.la crisis económica nos está facilitando grandemente el camino.

Tobin el académico, el escéptico Piscis que sólo por un tiempo se salió de la universidad para colaborar en la política activa con la Administración Kennedy, pero se aburrió muy pronto, no aporta ninguna "observación brillante" para facilitarnos la elección. Ya decían los sofistas, griegos que la duda le viene bien al sabio y, con más motivo, al que no lo es.

Yo no soy Piscis, pero Voy a tener que profundizar en mi "carta natal" para ver si descubro alguna influencia indirecta de ese signo, porque,no oculto que la idea del "escepticismo saludable" me llama poderosamente la atención.

Manuel Martín es economista y secretario general técnico del Banco Popular.

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