La Hungría de los 80 bajo el signo de la austeridad y el reformismo económico
En la reunión parlamentaria de otoño del pasado año, el primer ministro húngaro, Gyorgy Lazar, hizo hincapié en una frase de su discurso: "Hay que mantener el nivel de vida". Ocho meses antes, Janos Kadar, primer secretario del Partido Socialista Obrero Húngaro (PSOH, comunista), pidió a la población, durante el 12º Congreso del partido, que se "ajustase el cinturón" en términos casi dramáticos.El plan quinquenal 81-85 estableció un aumento del 9% de crecimiento nacional, las últimas correcciones lo sitúan entre el 3 y el 4%. La inflación "importada" por el gran volumen de intercambios con Occidente, la amplia liberalización de precios en el mercado y el incremento del precio del petróleo soviético, que los húngaros pagan más caro que el resto de los aliados, entre otras razones, obligan a un plan de austeridad capaz de mantener las cosas como hasta hoy, como mínimo.
Por una buena aplicación de un programa de reformas descentralizadoras en la gestión económica, el denominado Nuevo Mecanismo Económico (NEM), Hungría experimentó un crecimiento vertiginoso en el nivel de vida de sus escasos habitantes (poco más de 10 millones y medio) en los últimos quince años, y un saneamiento económico en el que influye un comercio exterior que supone el 52% de toda la actividad económica del país.
Hoy, los magiares no hablan de "una vía húngara al socialismo", prefieren referirse al "mecanismo socialista de mercado", que supone la ausencia de colas en los almacenes, vitrinas bien surtidas de alimentos e incluso de electrodomésticos. Como comenta un diplomático, "se puede ser marxista sin que por ello se renuncie al coche, las vacaciones o un chalé".
Legitimación del régimen
Toda la vida política e ideológica del régimen, excepto su política exterior, calcada de la URSS, gira en torno al NEM, es la legitimación social del régimen. Los jóvenes húngaros, más deseosos del último disco de rock que de consignas políticas, tienen su opinión sobre la entente social conseguida por Janos Kadar, el hombre que el 1 de noviembre de 1956 pactó con Jruschov, Mikoyan y Suslov el camino de "normalización" para Hungría, en una dacha de Ucrania, tres días antes de que las tropas soviéticas entrasen definitivamente en el país. "Hay", explican, "un pacto no escrito por el que el Gobierno hace su política en paz a cambio de elevar el nivel de vida de la sociedad".
Un nivel que pasa por dificultades desde hace un año, pero que las autoridades tratan de paliar adecuando los mecanismo de mercadó semi-libre, aumentando los precios anualmente desde 1986, con hasta el 20% para los alimentos, sin que ello haya provocado explosiones populares y las protestas se encauzaran oficialmente con prontitud.
El sistema, basado en concepciones del checoslovaco Otta Sik, proscrito desde 1968, y el polaco Bruss, entre otros, nunca fue del agrado de Moscú, que frenó el proceso a raíz de los acontecimientos de Praga (1968), y diez años después consiguió casi paralizarlo, lo que motivó una explosión de nacionalismo en los estamentos del PC húngaro.
La puesta en marcha del NEM implicaba además de las medidas estrictamente económicas, una "profundización de la democracia socialista" con medidas autogestionarias reales y una independencia paulatina de los sindicatos. Estos últimos aspectos políticos nunca han sido bien visto desde Moscú.
La pugna, acrecentada entre los años 75 y 79, parece zanjada después del 12º Congreso, donde los elementos más prosoviéticos y contrarios a la heterodoxia imperante en el sistema productivo fueron depurados, como los encargados de organización de cuadros, Sandro Borbel, de propaganda, Imre Gyori y el Suslov húngaro, Bela Biszku, sustituidos por los reformistas, Ferenc Havasi, Mihaly Korom y Karoly Mehes.
Un somero análisis a las más altas estancias del comunismo húngaro, trece miembros del Buró Político y seis del Secretariado, muestra el acrecentado poder de los funcionarios proveniente del campo económico. Así, los tres mencionados anteriormente, además de Kadar, forman parte de los dos organismos simultáneamente, con lo que poseen una autoridad acrecentada, que repercute en el mantenimiento del reformismo económico como directriz de toda la política húngara.
Antes de llegar a esta institucionalización del particularismo político húngaro, Moscú intentó presionar a Kadar para que Lazar, impulsor actual del NEM, abandonara el cargo de primer ministro, círculos oficiales de Budapest reconocen aún hoy que Lazar "no es del agrado de Moscú".
La armonización actual en la cúspide del régimen húngaro ha posibilitado que la crisis polaca no provoque reajustes más o menos importantes, como ocurre con el resto de los paises del Este. El virus polaco, al que no es inmune ningún país del área de influencia soviética, ha sido enfocado por el gobierno de Budapest con la entrada en vigor de Medidas liberal¡zadoras que estaban previstas y otras nuevas, tales como la semana de cinco días o los proyectos de ley de mejora en las condiciones sociales de los pequeños empresarios privados y el fortalecimiento de la inciativa privada agrícola.
Una oposición intelectual
"Claro que tenemos una oposición al régimen", asegura una fuente oficial húngara, que deja entrever una contestación activa, "especialmente entre los círculos intelectuales". No en vano los estudiantes e intelectuales iniciaron la insurrección del 56 la mañana del 23 de octubre, y no se caracterizan por sus simpatías hacia el régimen.
Hoy la "rebelión" intelectual húngara, salvando todas las distancias, hace recordar que la "primavera de Praga" comenzó en la Sociedad de Escritores checoslovaca, en septiembre de 1967. Fue una ligera protesta que, sumada a otras, acabó cuatro meses después con el neoestalinismo del régimen de Antonin Novotny.
Hasta el momento, Kadar mantenía una política de tolerancia hacía estos círculos intelectuales, incluso fue intermediario de un documento a favor de los disidentes checos de Carta 77 redactado por intelectuales húngaros en 1979.
Hoy, las medidas se han endurecido, a las prohibiciones de que determinados círculos de escritores establezcan contacto con Solidaridad, se unen los registros policiales en casa de algunos de ellos y una mayor vigilancia sobre aquellos que firmaron el documento de apoyo a Carta 77. El tema, que no reviste caracteres alarmantes, parece lo suficientemente importante para que el partido haya solicitado una investigación sobre el malestar que reina entre los intelectuales.
Sin descuidar los métodos policiales, los líderes húngaros no escamitan gestos liberales. Lajos Mehes, influyente miembro del Buró Político y de quien se habla como aspirante a la sucesión de Kadar, revocó hace semanas una órden de censura a una publicación oficial, el presidente de los sindicatos húngaros, Sandor Gaspar, escribió a Walesa, aceptando conversaciones entre ambas organizaciones y se ha hablado publicamente del derecho de huelga reconocido en la Constitución. Gyorgy Aczel, el ideólogo del reformismo, ha ratificado que el camino húngaro es irreversible.
Para los húngaros, los sucesos del 56 quedan muy lejanos, pero como un símbolo de su historia reciente; nadie ha remendado los agujeros de la metralla en Lenin Korut, o el Gran Bulevar de Budapest. Mientras el caos recorre Polonia, el pan falta en Rumania y la represión se acrecienta en Checoslovaquia, el ciudadano húngaro encuentra los almacenes repletos y, por el momento, solamente los intelectuales sienten algo de envidia por las aires de libertad política que soplan en Varsovia.
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