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La minifalda y lo psicodélico, renacen, después de diez años, en Inglaterra

Andrés Ortega

El renacer de la minifalda está con nosotros. La Campaña para el Desarme Nuclear (CND) ha recuperado su fuerza perdida después de un gran impulso inicial a principios de la década de los sesenta. Ahora se habla del resucitar de lo psicodélico. Nostalgia de tiempos pasados. Vuelta a las antiguas modas de Carnaby Street, una calle ya sólo para turistas despistados.

Con su blanca palidez, los nuevos románticos se han quedado ya viejos. Sus delicados maquillajes y atuendos, sus chorreras ya no sirven para los que ahora frecuentan los martes la discoteca The Blitz, donde hasta hace poco se reunían los románticos que no habían leído a Byron, y centro en los años sesenta de la revolución psicodélica. Las tradiciones son novedosas. La novedad es tradicional. Uno se queda con la amargura del déjà vu. La música suena con aire ya antiguo. The Grateful Dead, una banda psicodélica por excelencia, vuelve a llenar el teatro londinense The Venue. Es de los pocos grupos que no ha cambiado de estilo ni de personal. Su travesía del desierto de los años setenta queda ahora recompensada. Por poco tiempo, es de temerse.El psicodelismo vuelve a hacerse con Londres. Surgen nuevas bandas musicales, aquí y del otro lado del Atlántico, que vienen a dar al traste con la llamada nueva ola. Una banda lanzada en 1981 que intenta volver a 1966 es algo "divertido" e "inesperado", comenta Robin Wilis, compositor y bajo de The Barracudas.

Miles Over Matter, High Tide -la vuelta al peace and love (amor y paz)-, Silence, Future Dyas, -Mood Six, Total Exposure (promocionados por la CND) son otros tantos nombres del nuevo movimiento. Música que viene de tiempo atrás, con caras jóvenes. ¿Quién recuerda la cubierta del Sargento Peppers de los Beatles? Todo el mundo, puede decirse. Y para el que lo hubiera olvidado, ahora vuelven esos trajes y colores. Cuanto más vivos, mejor, pero sin llegar al mal gusto. Las mangas, anchas. Las faldas, cortas. Los pelos, largos. The Regal, la ciencia de la nueva vieja moda, donde el algodón ha reemplazado al nailon, está en el mercado de Kensington. Kings Road queda ya a trasmano.

Este es el nuevo reflejo de la crisis británica. La inflación no ha afectado, sin embargo, al precio de una gota de LSD. Pero estos jóvenes no saben, no pueden -el paro se lo impide- crear. Tan sólo recrear y recrearse. Por ello, vienen y se gastan quinientas pesetas una vez a la semana para entrar en The, Blitz, The Groovy Cellar o The Clinic, para una noche de rojo satén. Vuelven a sus fuentes, recordando cuando Londres dictaba su moda al mundo. El norteamericano Jim Morrison, cerebro de los Doors, fallecido en Francia hace años en tristes condiciones, parece levantarse de su tumba discográfica y resucitar su mítica figura. Dense prisa y pasen a presenciar el espectáculo, el nuevo circo, sólo para minorías. Quízá sea ya tarde, pues estos movimientos son efimeros. Una concentración inestable de energía, como algunas partículas subatómicas. "El fin" está próximo, como cantan The Doors en la película que les sacó del olvido, Apocalipsis.

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