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Tribuna:TEMAS PARA DEBATE: La última encíclica de Juan Pablo II
Tribuna
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Una civilización del trabajo

Hay un principio fundamental de toda la encíclica Laborem exercens. Es el siguiente: "la jerarquía de valores, el sentido profundo del trabajo mismo exigen que el capital esté en función del trabajo, y no el trabajo en función del capital" (número 23). El documento papal no es otra cosa que un esfuerzo por probar y consolidar este principio y un intento por extraer del mismo algunas importantes consecuencias.Con aquel principio, el Pontífice se alinea precisamente con el Concilio Vaticano II: "El trabajo humano que se ejerce en la producción, en el comercio y en los servicios económicos es muy superior a los restantes elementos de la vida económica, pues estos últimos no tienen otro papel que el de instrumentos. Pues el trabajo humano, autónomo o dirigido, procede de la persona, la cual marca con su impronta la materia sobre la que trabaja y la somete a su voluntad" (Gaudium et spes, número 67).

La doctrina social cristiana continúa, pues, queriendo convertir la vida productiva en una dinámica arraigada en el esfuerzo humano como categoría personal. Lo cual, por otra parte, está muy de acuerdo con los principios clásicos de la economía política, que consideran al trabajo como raíz de todo el proceso productivo de bienes: "La suma anual de trabajo de cada nación", escribe el fundador de la economía política, A. Smith, "constituye el fondo que le provee originariamente de todo lo que consume cada año para atender a las necesidades y a las comodidades de la vida, y que es siempre o bien un producto inmediato de aquel trabajo, o bien algo que con él se compra a otras naciones". Estas son las primeras palabras de La riqueza de las naciones.

Carlos Marx, al atribuir sólo al trabajo la totalidad del remanente de la empresa, llevó al más alto grado la valoración del factor trabajo en la misma empresa, pero parcial y unilateralmente, puesto que desconoce en la práctica la importancia de la labor empresarial y las funciones del propietario aportador de los elementos materiales del proceso productivo; sólo cuenta para él el trabajo asalariado. Hipótesis, si se quiere, cierta, cuando se tiene en la mente la imagen del empresario-explotador y del propietario-bandido que Marx al escribir tenía, reflejando notablemente las condiciones del capitalismo europeo liberal de hace poco más de un siglo. Pero a medida que el sistema de libertad de empresa se haga más social; el empresario, menos explotador, y el propietario, menos bandido, será más equitativo que empresario y propietario entren a la parte con el trabajo por cuenta ajena en el remanente de la empresa.

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Juan Pablo II toma ambos sistemas, el capitalismo, que llama rígido, y el colectivismo de Estado de los países del Este, como puntos extremos de partida para una convergencia.

Al primero le recuerda que desde "la subjetividad de! hombre en la vida social... sigue siendo inaceptable la postura del rígido capitalismo, que defiende el derecho exclusivo (del capital) a la propiedad privada de los medios de producción como un dogma intocable de la vida económica" (número 14). De donde concluye la necesidad de una reforma de tal régimen capitalista en la siguiente dirección: "propuestas que se refieren a la copropiedad de los medios de trabajo, a la participación de los trabajadores en la gestión y/o en los beneficios de la empresa, al llamado accionariado del trabajo y otras semejantes" (lb.).

También rememora al capitalismo rígido que "la traclición cristiana no ha sostenido nunca este derecho (de propiedad privada) como absoluto e intocable. Al contrario, siempre lo ha entendido en el contexto más amplio del derecho común de todos a usar los bienes de la entera creación: el derecho a la propiedad privada como subordinado al derecho al uso común, al destino universal de los bienes" (lb.).

Estimamos que el actual Pontífice, en materia de reformismo capitalista, reitera las posiciones de sus antecesores en encíclicas anteriores, pero que no avanza más allá de lo que aquéllos lo hicieron. Unicamente aporta conio nuevo, a nuestro juicio, el enfoque: el deducirlo todo del concepto y del sentido del trabajo humano subjetivo, como que es "una clave, quizá la clave esencial, de toda la cuestión social, si tratamos de verla verdaderamente desde el punto de vista del bien del hombre" (número 3).

Socialización satisfactoria

Pero ¿qué sucede en el otro extremo de partida, el colectivismo? En primer lugar, el Papa lo describe someramente: "Los medios de producción dejan de ser propiedad de un determinado grupo social, o sea, de propietarios privados, para pasar a ser propiedad de la sociedad organizada, quedando sometidos a ... otro grupo de personas que ... disponen de ellos a escala de la entera economía nacional, o bien de la economía local" (número 14).

Pues bien; según el Papa, tal gestión socializada puede ser satisfactoria: "Este grupo dirigente y responsable", dice, "puede cumplir su cometido de manera satisfactoria desde el punto de vista de la primacía de trabajo" (lb.). Esta -creemos- es una afirmación totalmente nueva y original en la historia cle la doctrina social de la Iglesia el admitir la posibilidad de una sociaIización total acorde con la dignidad del trabajo según aparece en las fuentes de la filosofía y de la teología.

Juan Pablo II concreta más su pensamiento, primero de una manera negativa y después afirmativa. Negativa: "el mero paso de los medios de producción a propiedad del Estado, dentro del ,sistema colectivista, no equivale ciertamente a la socialización timamos que se sobreentiende satisfactoria) de esta propiedad". Afirmativa: "se puede hablar de socialización (entendemos de nuevo que satisfactoria) única mente cuando quede asegurada la subjetividad de la sociedad, es decir, cuando toda persona, ba sándose en su propio trabajo, tenga pleno título a considerarse al mismo tiempo copropietario de esa especie de gran taller de trabajo en el que se compromete con todos" (lb.). En definitiva, pensamos que para Juan Pablo II se puede salvar la dignidad de la subjetividad del trabajo humano como categoría personal en una sociedad colectivizada, no a nivel de Estado, sino a nivel intermedio entre el Estado y el individuo, a nivel de sociedad.

Ofrece para ello un camino: asociar, en cuanto sea pos Ible, el trabajo a la propiedad del capital y dar vida a una rica rama de cuerpos intermedios con finalidades económicas, sociales y culturales: cuerpos que gocen de una autonomía efectiva respecto a los poderes públicos, que persigan sus objetivos específicos manteniendo relaciones de colaboración leal y mutua, con subordinación,a las exigencias del bien común, y que ofrezcan forma y naturaleza de comunidades vivas" (lb.).

La realidad actual de Polonia ha estado, sin duda, presente en la elaboración de este sentido de la convergencia desde el colectivísmo, pero con ello ha introducido el Papa, en el campo de la doctrina social de la Iglesia, una nueva y luminosa perspectiva.

Javier Gorosquieta sacerdote, es doctor en Ciencias Económicas, director de Revista de Fomento Social, profesor del ICADE y miembro del centro Loyola.

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