Teatro de verano
EL AYUNTAMIENTO de Madrid ha conseguido congregar algo más de 100.000 personas en los siete espectáculos teatrales al aire libre de su campana de teatro de verano, que finaliza el domingo. Aparte de algunos resquemores críticos sobre algunos aspectos de calidad y hasta de localización (alguno calcinado por el sol del día, metido en ruidos nocturnos de camiones de basura, televisores de vecinos o canciones de noctámbulos), el resultado es excelente en comparación con años anteriores. Puede considerarse una ayuda oportuna a un arte antiguo que languidece en Madrid.El teatro es madrileño desde hace siglos, y aquí, ahora, es donde parece que se acaba. Las grandes compañías en viaje por las capitales españolas han encontrado en ellas, generalmente, mucho más público y mucho más entusiasmo que en Madrid, hasta el punto de que, en la actualidad, los empresarios consideran como dudoso cualquier negocio teatral que, no vaya a tener prolongación en provincias. Este fenómeno tiene mucho de satisfactorio por lo que supone de expansión del arte teatral; es directamente el público de la periferia el que ayuda, con su presencia, la descentralización. El perfil inquietante es que todavía la fuerza centrípeta de Madrid en este aspecto es muy considerable: el número de habitantes de la aglomeración, urbana y la domiciliación madrileña de autores, actores, directores y empresarios, montados sobre la antigua tradición, hace todavía que el teatro nazca aquí, aparte, naturalmente, el esfuerzo meritísimo de los grupos locales en cada ciudad o región; y si aquí no nace, mal va a llegar fuera de aquí. La crisis de espectadores madrileños tiene una forma ahora muy especial: algunas cuantas obras tienen cifras muy elevadas de espectadores, pero otras muchas, aun con méritos, se ven abandonadas. Lo que parece una justa selección natural revela un cambio de costumbres considerable: antes, el madrileño iba al teatro; ahora va a ver ciertas obras. Y la selección que hace no siempre es enteramente justa; depende, a veces, más de modas que de calidades. Hay algunas razones para esto. Por una parte, el presupuesto familiar para ocio se ha visto muy reducido en los últimos años; por otra, la diversificación de las tentaciones del ocio es mucho mayor. Incluso la necesidad psicológica, social y cultural del arte dramático le está llegando por otras vías; el teatro ya no es más que uno de los varios portadores de este gran espejo en el que la sociedad se ve a sí misma. Pero su especialización, su idiosincrasia, su matiz, sigue teniendo la misma validez. El hecho de que Londres o Nueva York, que tienen aún más desarrollada la diversificación del ocio y la oferta del arte dramático, tengan los teatros llenos es un motivo de reflexión; mucho más importante -para nosotros- es que este mismo fenómeno esté ocurriendo en Bilbao, Gijón o San Sebastián.
Hay una crisis de espectadores en Madrid, y por eso es importante que el Ayuntamiento esté tratando de crear una costumbre de ir al teatro -de volver a la vieja tradición- con el "tinglado de la antigua farsa" abierto en plazas y jardines, y a unos precios relativamente reducidos, pero todavía dudosos para muchos (la concurrencia de las trescientas pesetas de estas sillas metálicas con las doscientas con que ofrece sus mullidas butacas cualquier cine bien refrigerado, que ofrece otra forma de la cultura dramática, es perjudicial para el teatro);, puede crear espectadores. Es encomiable. Lo será más el día en que el Ayuntamiento dé el paso que le falta: que el teatro veraniego, al aire libre y con obras que se pretenden populares (y mejorando la programación) sea enteramente gratis. Es un esfuerzo relativamente modesto: el de añadir a sus prestaciones actuales -unos veintidós millones de pesetas- los aproximadamente treinta millones que este verano han entrado por las taquillas. de los tinglados. Puede encontrarse con la oposición de los empresarios que temen la devaluación del precio del teatro, con la idea de que lo que se ofrece una vez gratis ya no se puede ofrecer, pagando, nunca más. Aparte de que lo que se ofrezca luego pagando será algo de mucha más riqueza de lo que se da en el teatro al aire libre, la creación de espectadores es mucho más importante. Hace falta reaprender aquí que la forma característica que ofrece el teatro en cuanto a comunicación dramática tiene unas riquezas muy diferenciadas en cuanto a las demás, y que son insustituibles. Un aprendizaje que se puede conseguir desde el teatro infantil al teatro de verano; una forma de hacer sentir al espectador que un escenario es algo muy importante y muy enriquecedor. Como lo saben ya los espectadores de Londres, Nueva York o Bilbao.
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