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Reportaje:

Taxistas "piratas" hacen negocio a costa de Renfe e Iberia en las "fechas punta" del verano

Las vacaciones, los puentes y las salidas masivas de los madrileños fuera de la ciudad son, sin duda, las mejores épocas para Renfe y para Iberia. Pero también lo son para unos particulares, unos cuarenta taxistas y propietarios de coches a gasóleo que, con licencia para hacer viajes, consiguen sus clientes, pirateándoselos a las dos compañías estatales, dentro de las estaciones y el aeropuerto, bajo el atractivo de cobrar doscientas o incluso quinientas pesetas menos que aquellas. Son los piratas de las estaciones.

En un fin de semana aglomerado, como éste, la estación de Atocha hierve de ajetreo. Maletas, pasos apresurados, cruces de gente, empujones, largas colas esperando turno en la ventanilla. En fin, un puente. Y mientras, en una de las de largo recorrido, un cliente quiere ir a Málaga. La ventanilla se le cierra con un lacónico "no hay billetes". De golpe, entre sigilos, recibe una oferta de transporte.-¿Va para Málaga? Hay un coche que por 3.000 pesetas le podría llevar. Es la única posibilidad si quiere llegar hoy, porque no hay billetes ni en Iberia.

La oferta la ha hecho un taxista madrileño, en plena retirada del cliente de la cola de Renfe o cuando el viaje aparece ya como imposible. Y mientras el taxista intenta convencerlo, de perfil, va siguiendo uno a uno los movimientos uniformados y apostados en la entrada de la estación de la brigadilla de Renfe. Vigilando la circulación de la estación o especialmente a ellos: a los casi cuarenta conductores piratas, la mayoría taxistas de profesión o propietarios de grandes coches con licencia para hacer viajes de largo recorrido. Son unos verdaderos profesionales que, entre susurros de precios módicos o más baratos que Renfe, acuden a Chamartín y Atocha a buscarse los viajeros, a pesar del riesgo de tener que pagar de 50.000 a 100.000 pesetas de multa, o incluso el precinto del coche, si les sorprende la brigadilla pirateando los clientes a Renfe.

-Tres mil pesetas es caro; el Talgo, en segunda, son 2.480.

-Ya, pero el trabajador tiene que ganarse una peseta. Además, por quinientas pesetas de diferencia no merece la pena perder un día del puente.

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El acuerdo de precio entre el viajero malagueño y el taxista se ha conseguido: el viajero se acerca a un rincón de entrada en la estación, junto a cuatro viajeros más; a un pequeño corro reliado entre el petate verde del chico que hace la mili en Valladolid y que después de dos meses sin ver a los padres y la novia baja a Vélez-Málaga, su pueblo, pero sin billete, y los apuntes de los tres tabajadores andaluces de la Telefónica, que, agobiados de cursillos en Madrid, iban a ver a sus familias, pero también se quedaron sin billetes.

Defendidos desde cerca por la mirada morena y vigilante del taxista, al acecho de la competencia o, sobre todo, de la brigadilla de Renfe, los cinco clientes, tras el acuerdo de precio, quedan como una subestación dentro de la estación. Como clientes de un transporte más pequeño y paralelo a Renfe, que, ejercido desde la misma estación, se rige por una única regla: si Renfe tiene billetes, se cobra más barato que la empresa pero si no hay, se cobra más, al menos hasta donde resista el regateo con el cliente.

La profesión de taxista

"La profesión de taxista da dinero, pero si no te dedicas sólo a subir y bajar la bandera. Si, por ejemplo, en Madrid te vas a coger al turista y no tiene hotel, le llevas a uno que tú conoces y que te da un tanto por ciento por cada cliente que lleves; o si quiere comprarse un abrigo de pieles, pues le llevas a una tienda con la que tienes el mismo acuerdo. O si busca una chica, llamas a una amiga tuya a ver si tiene una libre y encima te tomas un whisky mientras el taxímetro sigue corriendo. O dedicarte a los viajes. Y eso supone tener psicología para conocer a los clientes y ver quién tiene mucha prisa por llegar y quién no, para poder cargar el precio. Y luego, conocerte todos los horarios de los trenes, para no volverte de vacío. Que el coche son muchas horas en carretera, y la familia, en Madrid, y eso, si no es por dinero, no compensa".El taxista, hablando de su profesión, con el grupo siguiéndole a la espalda, atraviesa la pista de los trenes. Ya saliendo de la estación, frente a un bar, espera al conductor que los llevará a Málaga. Una mano a los clientes, otra a las bolsas, y, ante un gesto de recelo por parte de un viajero al tener que dejar su maleta sin subirse él al coche, una aclaración: "Por poco dinero, hasta el momento de salir, los bultos pueden esperar en el bar". Es una especie de consigna de todo como en Renfe, pero en casero, que se ahuma de boquerones y aceite.

Se paga siempre al final

Una de las claves del éxito de este tipo de negocio es precisamente él hecho de que el conductor no recoge el importe del viaje hasta que han llegado al destino previsto. Lógico. ¿Qué pensaría la policía de unos individuos que se suben a un coche, propiedad de uno de los viajeros, que cobra una buena cantidad de dinero de una forma poco clara.

"Ahora no se paga. Nosotros no cobramos por adelantado; el dinero lo dan cuando estén en Málaga".

Después de la frase, el taxista madrileño, juntándose con más taxistas que deciden matar el tiempo vacío de trenes en el cine, a ser posible viendo una película "S", se despide y se va. En el bolsillo 2.500 pesetas bien guardadas y fácilmente adquiridas. Todo por hacer de enganche de clientes y buscárselos al conductor cordobés, y por cada uno ha conseguido quinientas pesetas de ganancia, ajustadas previamente entre el conductor y el taxista madrileño.

"Quitando las 2.500 pesetas que le he dado al compañero, las 4.000 pesetas de ida y vuelta del gasóleo y el tener que dormir en Málaga en vez de en el pueblo, limpias me llevo a casa unas 8.000 pesetas, y eso porque tengo un coche de siete plazas, que si lo tuviera normal, de cinco plazas, no llegarían a las 6.000 pesetas". En un recuento de rentabilidades de un día de trabajo, 8.000 pesetas. Pero hay, además, que contar que fueron dos los viajes realizados; que, de madrugada, subiendo de Córdoba a Madrid, trajo cinco viajeros -total, 10.000 pesetas- y al mediodía, amortizando ilegalmente el viaje de retorno con más viajeros, de Madrid a Málaga, 12.500 pesetas. "Al final, de las 22.500 pesetas de los dos viajes, sin el gasóleo y los gastos, volver al pueblo con 18.000 pesetas después de un día de trabajo".

Pero estos cálculos sólo sirven para la temporada de vacaciones. En invierno la profesión se resiente y los viajes escasean -uno o dos por semana- hasta que llega la Semana Santa. A partir de entonces, sobre todo los meses de verano, cargados de vacaciones y de agobiados madrileños deseosos de salir, la media de viajes semanales sube. Como las ganancias. Hasta se puede llegar, trabajando duramente, a las 130.000 pesetas, incluso algunos, más sacrificados, alcanzan las 150.000 pesetas mensuales de ganancia.

"Venga, vámonos ya, que tengo ganas de estar en Málaga".

La voz del chico que hace la mili, la más impaciente por llegar, cerró la conversación. Fuera ya del bar, entre los muchos coches que subieron de madrugada a Madrid, espera el siete plazas, alargado en dos asientos de más y 200.000 pesetas de arreglo en un taller, a amortizar entre viajes y kilómetros de largo recorrido.

El viaje comienza, aún no se sabe si terminará de acuerdo con lo previsto. No sería la primera vez que el experimentado conductor pierde algún viajero en el recorrido. "Hay algunos que se creen muy listos, y prefieren quedarse a mitad de camino, sin avisar y sin pagar".

Los "peligros" del negocio

Y es que, "ya no es la gente como antes. No se conforman con que se les lleve de un sitio a otro, cuando no podrían viajar más que de esta forma. Como parece que taripoco les importa que un sufrido trabajador se deje los nervios y la vista en plena carretera sólo y exclusivamente porque quiere hacer un favor a unos pobres indefensos".Al final, todo volvió al lugar de origen: el chico que hace la mili en Valladolid se encuentra entre los suyos; el viajero malagueño puede, al fin, disfrutar de la sal marina, y el resto de los hombres de la diligencia de gasóleo han cubierto sus objetivos. Como el conductor. Tras una noche "fuera del pueblo" vuelve, como siempre al punto de partida, la única diferencia apreciable es que sus bolsillos han engordado un poco y los de sus viajeros están más flacos que de costumbre, porque de Renfe o Iberia "ni hablar. Ya tienen siempre bastantes viajeros.

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