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Profunda renovación de directivos en la Radiotelevisión Francesa

En dos meses y medio de poder, el Gobierno socialista ha corregido los males mavores, o más simbólicos, del monopolio audiovisual francés. Nadie ha hablado de caza de brujas, pero no han faltado torpezas desagradables y, en algún caso, hasta parece que se han producido ajustes de cuentas a la hora de limpiar la radio y la televisión del giscardismo más desafiante.

El ministro de la Comunicación, Georges Fillioud, ex periodista radiofónico liquidado por el poder gaullista allá por los años de la revolución de 1968, ha maniobrado sin dar pruebas de finura, y ha provocado situaciones que han inspirado inquietudes para el futuro.De todas maneras, en conjunto, y en espera de la nueva ley que reglamentará el funcionamiento de los medios audiovisuales en Francia, a partir de los primeros días de 1982, ni se ha producido la explosión de la venganza que sospechaba la derecha liberal ni los socialistas han operado como era de suponer, es decir, sin tocar a nada ni a nadie, hasta que, a principios de 1982, entre en vigor la nueva ley sobre los medios audiovisuales que ya se está redactando y q ue pretendería, de una vez para siempre, cortar el cordón umbilical que ha unido al Gobierno y a los medios de comunicación estatales.

Durante los últimos días del mes de julio, el Gobierno terminó de efectuar los cambios necesarios en las emisoras de radio y televisión del monopolio estatal. Esas modificaciones han afectado a los dos niveles más altos. Los caídos son los directores generales de cada uno de los tres canales de televisión y sus directores de información, y los directores generales de las emisoras de radio. Todos los licenciados eran fieles servidores de la información giscardizada que el poder precedente había acuñado con talento y sin escrúpulos a lo largo de los siete años de mandato del ex presidente Valéry Giscard d'Estaing.

Salvo en el caso de la directora general de Radio Francia, Jacqueline Baudrier, que es periodista profesional y dirigente del monopolio desde el inicio de la V República, los demás son altos funcionarios o, en todo caso, no eran periodistas al hacerse cargo de sus altas funciones de dirección. Por el contrario, los directores de información de los canales de televisión y de radio eliminados, en mayor o menor grado se habían acreditado como profesionales de gran envergadura. Este detalle no ha facilitado su exclusión.

La guerra en los medios audiovisuales del Estado estalló el mismo día en que François Mitterrand fue elegido presidente, el 10 de mayo. Esa noche, durante el espectáculo mágico-wagneriano-socialista que se desarrolló durante toda la noche en la plaza de La Bastilla, ya apareció un cartel lleno de presagios simbólicos: «Fuera Jean-Pierre Elkabach». Aquel grito se reveló pronto como todo un programa, que el Gobierno lo interpretó así: «Los franceses piden el cambio, y en los medios audiovisuales del Estado, antes que nada». Y había que realizar el cambio, pero Mitterrand había prometido lo contrario en su campaña electoral: él aseguró que nada sería tocado antes de que fuera efectiva la nueva ley sobre los media.

Pero la guerra que empezara en La Bastilla avanzó rápidamente, y veinticuatro horas después las redacciones de estos medios profesionales eran escenarios de batallas encarnizadas. Pierre Elkebach, profesional indiscutible, pero símbolo, por exceso de protagonismo, del amordazamiento giscardiano de la información, fue durante unos días el hombre al que se le perdonaba la vida, pero no su pasado. El mipistro Fillioud clamó y repitió su filosofía: «No le pedimos a nadie que se vaya, pero tampoco le pedimos a nadie que se quede». La fórmula sibilina desencaden en el interior de las redacciones todas las explosiones. Incluso se afirmó que el ministro, por no querer dar la cara personalmente, azuzó a los redactores para que boicotearan a sus jefes hasta agotarles, hasta que se fueran. El procedimiento fue criticado incluso por representantes socialistas. Este sistema de linchamiento incruento dio lugar a escenas poco ejemplares.

En el clima de inseguridad y de una cierta inquietud creadas, los nuevos responsables socialistas, suavemente a veces, y sin deseos manifiestos de purgar dramáticamente el pasado, uno a uno, separaron de sus puestos a los mandos de radio y televisión. Todos ellos fueron indemnizados sustanciosamente. Los altos funcionarios retornaron a su Administración de origen y a los periodistas se les ofrecieron puestos de relieve.

Para reemplazar a los dimisionarios, el Gobierno, juridicamente, ha procedido como el poder anterior, empleando el m étodo que siempre criticó, es decir, eligiéndoles a dedo en el Consejo de Ministros. La diferencia reside en que el Gobierno de Pierre Mauroy, hasta la fecha, ha colocado al frente de los canales de televisión y de las emisoras de radio a hombres y mujeres catalogados en el país como grandes periodistas y que no son militantes del partido socialista.

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