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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

En defensa de Israel

Cuando fuera de España me preguntan si en este país hay prejuicios raciales o religiosos, no me es fácil responder. Los hay -cómo podría no haberlos, si los españoles son seres humanos-, pero aquí los prejuicios tienen un matiz que les confiere una curiosa duplicidad, la misma con que uno se ve forzado a juzgarlos.La razón de esta duplicidad es sólo una: la ignorancia, una ignorancia que se atribuye con demasiada facilidad a los cuarenta años de aislamiento y desinformación fascistas. Es cierto que en caso de gente con exigua preparación no puede haber gran diferencia entre prejuicio e ignorancia. Pero en el caso de los españoles cultos, invocar los cuarenta años es mera coartada. La ignorancia de un intelectual como Juan Benet («La transmisión del miedo», EL PAIS, 17 de julio de 1981) no puede atribuirse a un prolongado aislamiento. Su primer deber de intelectual es el de estar informado. Informado, Juan Benet puede adoptar las posturas que le sean más gratas, declarar los prejuicios que prefiera, pero ha de hacer frente, en pie de igualdad, al cuestionamiento que ello provoque.

La razón de estas pocas líneas es informar a Juan Benet acerca de dertos hechos, y luego cuestionar, algunos de sus prejuicios.

Todo. bombardeo es innoble. Los hay particularmente odiosos. Otros, siendo innobles, indignan menos, por tener poco de inesperados. Entre. estos últimos figuran los bombardeos en tiempo de guerra. El Estado de Irak está en guerra con el Estado de Israel, y éste es un primer hecho que Juan Benet parece ignorar.

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Por otra parte, la central nuclear de Tamuz, últimamente destruida por la aviación israelí, estaba destinada a la construcción de bombas atómicas. El reactor Osirak -del tipo de los Osiris- debía, si no lo hubieran destruido antes, llevar carga de uranio-235 casi puro (al 93%), directamente utilizable para fabricar bombas. Su carga, unos treinta kilos, hubiera sido más que suficiente para fabricar una bomba., Irak ha intentado (en vano) que se le entreguen varias cargas simultáneamente. Además, Osirak no era un reactor experimental. El reactor experimental de Israel tiene una potencia de 5 MW. El de Africa del Sur, de 20 MW. El de Grenoble, en Francia, que es el reactor universitario más potente del mundo, de 57 MW. Osirak tiene una potencia de 70 MW, sin equivalente en ningún país.

Recordemos también que, a falta de uranio-235, isótopo raro, se pueden fabricar bombas atómicas con plutonio, un elemento que se obtiene mediante la irradiación, dentro de un reactor, del abundante isótopo 238 del uranio. Irak ha comprado cien toneladas de uranio natural a Nigeria, 130 a Portugal, cantidades secretas a Italia y Brasil. Este uranio natural sólo sirve para, fabritar plutonio dentro de un reactor como Osirak. Para la extracción del plutonio altamente radiactivo hace falta un complicado sistema de manipulación remota, exactamente el que Irak le compré a Italia, cuyo valor es estrictamente militar.

Cabe agregar que, aunque Irak ha firmado el pacto internacional de no proliferación, prohibió el acceso a sus instalaciones, en noviembre de 1980, a los inspectores de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, acceso que estaba sin embargo previsto en el mismo pacto. La CIA, por último, consideraba que Irak lograría tener su bomba atómica para 1985. Estos son hechos (Michel Bosquet, Le Nouvel Observateur, 22 de junio de 1981) que Juan Benet también parece ignorar.

Pero, indudablemente, todo bombardeo es innoble. Y el estado de guerra no sirve de excusa para las víctimas. ¿Cuál es la razón del bombardeo de Tamuz? La guerra, claro está. Pero las guerras en las que se ha visto mezclado Israel desde su creación, en 1948 -guerras declaradas o provocadas, pata el caso da igual-, tienen una particularidad, que nos lleva al aspecto ideológico del artículo de Juan Benet. Y es que Israel es el único país del mundo para el que perder una guerra podría significar desapArecer como país. Esto también tiene su explicación, y se resume en una palabrota, mal escogida, peor utilizada, profusamente explotada: holocausto.

Para Juan Benet, como para mí, las conmemoraciones carecen de todo interés y sirven para poner de manifiesto las debilidades que las originan. Desgraciadamente vivimos en un mundo al que le gusta conmemorar. Es verdad que comparar el supuesto orgullo de quienes han sobrevivido a los campos de exterminio con el de quitnes han tenido la experiencia «formativa»- del colegio de jesuitas, de la legión y de la alferecía es grotescamente inepto.

Pero Juan Benet no me tiene consigo cuando ve la prueba de la criminalidad de Israel en el hecho de que mantenga viva la memoria del holocausto. Los pueblos olvidan fácilmente, sobre todo la historia cercana. Por muchas conmemoraciones oficiales que organicen los poderes, los pueblos tienen sus preocupaciones cotidianas y por lo general «están en otra cosa». No así el pueblo judío. Porque no hay común medida entre las efemérides (que, en general llevan fecha) y el holocausto (que no tiene fecha). Porque el antisemitismo no es un fenómeno de la historia cercana, sino un hecho milenario. Porque el odio a losjudíos es cosa de hoy, de nuestros propios días. Porque al pueblo judío no es que le falte enemigo, amigo Juan Benet, sino que le sobran muchos, los de siempre, cuyas intenciones, métodos y resultados hemos constatado a lo largo de una sangrienta e injusta historia, siempre proclamados y documentados minuciosamente, enemigos que se dicen listos para lo peor, hoy mismo, aquí o en Tamuz. La memoria del holocausto, amigo Juan Benet, no la mantienen viva los judíos, sino los antisemitás. Que el Estado de Israel conmemore oficialmente y recupere, en beneficio de sus intereses ideológicos, la masacre hitieriana de judíos (y sólo esa) no ha de ser obstáculo para que todos contribuyamos a mantener viva la memoria del holocausto junto con la memoria de tantas otras masacres a lo largo de la historia, cuyo recuerdo, hoy, cumple una función ideológica imprescindible.

Dicho lo cual, entendámonos: Menájem Beguin no es el depositario de la trágica historia del pueblo judío, sino un siniestro estadista de derechas que está llevando a su país por las peligrosas vías de la carrera armamentística nuclear. Y Juan Benet no es un antisemita, sino un intelectual español mal informado./

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