Maritain
Existir es actuar. Este es uno de los principios básicos de la filosofía de Jacques Maritain, figura decisiva del pensamiento católico contemporáneo, que estas semanas ha ocupado relieves tipográficos desusados en las páginas de información política nacional. Calvo Sotelo se colocó casi bajo la advocación de Maritain al inaugurar en Santander los cursos de la Menéndez y Pelayo. La clase política -que en todas las latitudes suele ser bastante inculta- se quedó perpleja ante lo que, al principio, se consideró un toque cultista del presidente del Gobierno en los claustros universitarios de la Magdalena. Pero pronto algunos comentaristas menos ignorantes advirtieron un claro mensaje político en las referencias entusiastas de Leopoldo a Maritain. Al parecer, este mensaje iba dirigido a los díscolos democristianos del sector crítico de UCD.Maritain (1882-1973) fue uno de los más celebrados escritores católicos del siglo. Católico liberal, fue ferviente luchador en favor del aggiornamento ideológico de un catolicismo agarrotado excesivamente por el integrismo ideológico. Defendió con vigor el pluralismo social: le parecía claro que los hombres de diferentes creencias podían y debían trabajar juntos en la formación y mantenimiento de las instituciones democráticas, que para el pensador francés eran las válidas y moralmente justas en el tiempo en que vivimos. Su filosofía de corte personalista se enfrentó sin desmayos contra toda laya de totalitarismos: proclamó siempre y en todo lugar la prevalencia de la persona humana más allá de los límites de la comunidad política. No fue progre: sintió aversión por las alegrías cosmológico-teológicas de un Teilhard de Chardin.
No fue, sin embargo, dogmático: para él no había vías privilegiadas para el conocimiento. En su doctrina, la ciencia, la filosofía, la poesía, la mística eran otras tantas vías legítimas de acceso a la realidad humana.
Ideológicamente, Maritain fue un liberal-conservador. Su amplia formación tomista no le Impidió aprovechar los hallazgos de las filosofías de la existencia. En principio parece un buen patrono para Calvo Sotelo. Pero, al pronto, nos asalta un temor ante la efigie que de sí mismo -de quiet man, de hombre impasible- gusta de reiterar Calvo Sotelo ante la opinión pública. Porque si Calvo Sotelo busca a Maritain como modelo de inspiración política, que no olvide que para Maritain existir es actuar. Y la gobernación de los asuntos españoles no sólo exige grandes dosis de sangre fría, sino también chorros de acción. Calvo Sotelo tiene que demostrar ya que no sólo es prudente en la concepción de la estrategia política, sino que está dispuesto a pisar fuerte en la cancha. El fragor de la contienda política es poco elegante y exquisito, según los cánones del humanismo de salón; pero es inevitable en cualquier compromiso serio con el destino nacional.
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