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Reportaje:

Malos tratos a la infancia: niños sacrificados en nombre de una serie de tabúes sociales

El proyecto de la diputada canaria puede cubrir una laguna legislativa dentro del campo de la protección al menor. Por el momento, el Código Penal sólo se ocupa del tema en su artículo 584, en el que se contempla el delito privado de padres, tutores o guardadores que maltrataren a sus hijos o pupilos menores de dieciséis años para obligarles a mendigar o por no haber obtenido suficiente producto de la mendicidad.Algunos países de Europa y América se han preocupado con anterioridad de la seguridad del niño. En 1871 se creó en Nueva York una Sociedad para la Prevención de la Crueldad hacia los Niños. En 1883, los británicos fundaron una entidad con las mismas competencias y cuarenta años después dictaron una ley que atendía específicamente a la protección del menor. En Suecia rige actualmente la ley Ekdhal, que se vuelca en el bienestar de los pequeños: el propio niño maltratado puede ir a la policía a presentar la denuncia correspondiente.

El índice de malos tratos está relacionado de desarrollo y culturización de la comunidad: cuanto más civilizado y culto es un país, menos casos se registran. Los avances en materia pedagógica, educativa y sociológica han implantado la creencia de que los niños son personas merecedoras de respeto, atención y opinión. Los adultos, influidos poco a poco por estos progresos ideológicos, van modificando su comportamiento hacia los menores, que, a sus ojos, van dejando de ser una «cosa propia» para convertirse en seres humanos independientes. Es muy difícil conocer datos exactos sobre niños maltratados, en un congreso celebrado en París para abordar el tema se llegó a la conclusión de que en los países donde se elaboran estadísticas al respecto, que no son todos, habría que multiplicar las cifras resultantes por diez. Porque tales estadísticas se realizan en base a los datos aportados por médicos y auxiliares clínicos, y hay que tener en cuenta que no todos los niños maltratados y lesionados acaban en una sala de urgencia.

Así pues, y conforme a esta norma del Congreso de París, en España, donde se señalan oficialmente 4.000 casos de malos tratos a menores anualmente, cabe suponer que se producen por lo menos 40.000. Sin embargo, los que llegan ante el juez son poquísimos. Durante el año 1980 el Tribunal Tutelar de Menores de Madrid tramitó veinte expedientes, que afectaban a 47 niños, una cifra ridícula en comparación con las que se presumen reales.

Silencio de la sociedad

La pregunta que el profano se hace a la vista de estos datos es ¿por qué no se denuncian los malos tratos a los niños? El maestro que tiene al chaval en clase todos los días, el médico que le atiende, los vecinos que le oyen gritar, los parientes que saben lo que ocurre en esa familia, ¿por qué no hacen la denuncia?«La sociedad no hace todas las denuncias que debiera hacer», manifiesta Conchita del Carmen, juez del Tribunal Tutelar de Menores de Madrid; «en las escuelas, en los centros clínicos, debiera haber una norma que obligase a los profesionales a denunciar los casos de malos tratos al juzgado de guardia, lo mismo que acostumbran denunciar cuando llega un niño herido por haberse peleado con otro en la calle».

En un artículo de Mme. Evi Underhill, antigua magistrada, publicado en el número 21 de la Revista Internacional del Niño, se explica el motivo de esta omisión: «A lo médicos no les gusta intervenir y se sienten a veces atados por las relaciones confidenciales que tienen con sus pacientes. Los trabajadores sociales temen perder la confianza de los padres. Y los educadores no quieren mezclarse con ese tipo de cosas. Resumiendo: el niño es sacrificado en nombre de un cierto número de tabúes sociales».

Las ideas de la intimidad familiar inviolable, de la absoluta pertenencia de los hijos a los padres y de la libre disposición de éstos para manejar a sus vástagos, prevalecen en el ámbito social, impidiendo la eficacia de las entidades dedicadas a la protección de los pequeños. Solamente cuando los malos tratos adquieren proporciones desmedidas, incluso irreversibles (lesiones cerebrales, rotura de miembros, defunción), las personales que conocían de antemano los hechos se deciden a hablar y a denunciar. Pero, para el niño, quizá ,ea ya demasiado tarde.

Malos tratos psíquicos

Sí, como más arriba se dice, la legislación española apenas se de tiene en el delito de infringir malos tratos físicos a la infancia, el de infringir malos tratos psíquicos ni siquiera lo reconoce. Y, no obstante, los niños maltratados psíquicamente son mucho más numerosos que los que reciben castigos corporales.Desgraciadamente son muy abundantes los casos de niños que viven en un ambiente inhóspito, carentes de cariño y cuidado paterno, expuestos constantemente a la regañina y el menosprecio; niños que se sienten absolutamente solos y que comprenden, pese a su corta edad, que estorban en su casa. «Según nuestra experiencia, los niños que padecen malos tratos son, en un 99%, hijos de viuda casada por segunda vez, hijos extramatrimoniales, que viven con el marido o compañero de su madre, hijos no deseados». Son palabras de Joaquín Hevia, secretario de la Junta Tutelar de Menores.

En términos generales, parece ser que los malos tratos, por lo menos los casos que salen a la luz, se dan entre gente de clase social baja, en familias con grandes problemas económicos y un nivel cultural muy deficiente.

«Mi tesis es que los malos tratos físicos y psíquicos», añade Joaquín Hevia, «se dan en todas partes. Unicamente se detectan éstos porque para los ricos hay colegios caros a donde se envía al niño, para librarse de su presencia. Cuando una madre viene a la Junta para pedir protección para su niño, porque el padre lo maltrata, es porque la familia no tiene medios para afrontar el problema por sí misma».

Juan Pundik, presidente de Filium, sociedad empeñada en la prevención de los malos tratos y el infanticidio, es radical en sus planteamientos respecto al tema. «La mayor parte de los casos de minusvalidez, deficiencia mental y autismo tienen que ver con los malos tratos psicológicos más que con problemas orgánicos o congénitos. Nosotros consideramos que el autismo, que alcanza altos índices en España, no es estrictamente una enfermedad. Es un estadio provocado por una situación de abandono de los padres. Cuando nosotros cogemos en consulta a un niño de cuatro, cinco o seis años, con predisposición de los padres y del grupo familiar a cambiar la situación ambiental del niño, resolvemos el problema del autismo en el 100% de los casos. ¿Por qué? Porque el autismo responde a una actitud de los padres».

La pena judicial para los padres y tutores que maltraten a sus hijos o pupilos consiste en una multa poco cuantiosa, un período de arresto menor y una suspensión temporal en el ejercicio de su derecho a la guarda y educación del pequeño. Este ingresará en un establecimiento de beneficencia, dependiente del Consejo de Protección de Menores. Pero este organismo no posee la capacidad y recursos económicos suficientes como para solventar todos los casos de malos tratos físicos y psíquicos que se producen en España.

Una posible solución a la situación conflictiva de gran número de chavales sería la adopción. «Los padres adoptivos», dice Juan Pundik, «suelen ser mejores padres que los naturales, porque son personas ansiosas por tener un hijo, y lo han intentado ya muchas veces, por todos los medios. Son padres que se preparan muchísimo en una sociedad que no prepara a sus miembros para la paternidad». En España hay una gran demanda para adoptar niños, pero las normas legales entorpecen el proceso. No se puede adoptar al crío hasta que no se le considere abandonado o hasta que sus padres naturales no den permiso. Y, por extraño que parezca, los progenitores de niños maltratados, despreciados y no deseados no acceden a que otras parejas los adopten. Prefieren que se queden en centros estatales hasta los dieciséis años antes que entregarlos a familias que, seguramente, les proporcionarían el cariño y cuidado que tanta falta les hace. Y por el momento la sociedad respeta más la prepotencia de los lazos de la sangre que el bienestar de la infancia.

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