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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
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El retorno de la ética

José Luis Leal

Los recientes comentarios sobre el triunfo electoral del partido socialista en Francia apenas han insistido sobre un elemento fundamental del mismo: el retorno a una ética política que la tecnocracia de Giscard había marginado. Dejando al margen su personalidad, que seguramente influyó, la combinación de una buena política económica y una discutible política general no convenció al electorado francés, que aspiraba a un cambio más profundo.Por paradójico que ello pueda parecer, es muy posible que haya sido la moral cristiana el factor decisivo en las elecciones francesas. El peso de los protestantes en el nuevo Gobierno es importante; de un cierto tipo de protestantismo que, por haber sido siempre minoritario, ha necesitado una fuerte raíz moral para subsistir.

Dos ministros encarnan este retorno de la ética como factor dominante en la política tras el cinismo, real o imaginario, de la tecnocracia: Rocard y Jobert. Para muchos franceses, Rocard representaba mejor que Mitterrand las aspiraciones al cambio de una gran parte de la sociedad francesa. En la pugna que mantuvieron por el liderazgo del partido socialista, la experiencia de Mitterrand triunfó sobre el idealismo de Rocard. Este, maestro de origen, realizó una brillante carrera administrativa que le llevó a uno de los cuerpos que dominan el Estado francés: los inspectores de finanzas. A pesar de ello, lo que predomina en su imagen no es el aspecto técnico, sino más bien el rigor moral de sus opciones. Y lo mismo ocurre con Jobert, ministro en su día con Pompidou, hombre intransigente con sus ideas, inteligente y honesto. Su grupo político -no es socialista- se caracteriza por su escasa implantación. Pero su personalidad atrae por su sinceridad y rigor.

La inteligencia de Mitterrand ha consistido en saber movilizar a estas personalidades, cuyo aporte es más bien de orden moral. Al hacerlo así ha sentado las bases para una renovación de la vida política francesa, cuyas consecuencias podrían ser duraderas y profundas. La elección de Mitterrand la decidió una fracción golista que negó su voto a Giscard. Y estos votos, que Chirac creyó poder recuperar para la derecha en las elecciones legislativas que siguieron a las presidenciales, se orientaron hacia lo que representan personas como Rocard o Jobert. Conviene no olvidar, por, otra parte, que la CFDT, el sindicato minoritario que apoya al partido socialista, cuenta en sus filas con un gran número de militantes cristianos, próximos a esa moral de la resistencia inmortalizada por Solyenitsin en el Gulag, y que no se debe confundir con otros movimientos, como los sacerdotes obreros o la teología de la liberación, que obedecen a plantea-

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José Luis Leal, ex ministro de Economía y militante de UCD.

El retomo de la ética

Viene de página 9mientos y problemas muy diferentes.

Ello explicaría la aparente paradoja de Giscard; su política económica convirtió a Francia en una gran potencia tecnológica e industrial, consolidando su avance sobre el Reino Unido y acercándola aún más a la República Federal de Alemania. Pero el resto de sus actuaciones, especialmente al final de su mandato, aparecieron marcadas por un conservadurismo que los franceses han rechazado.

El fenómeno francés no es único en Europa: en la RFA, la base sociológica del Partido Liberal la forman los notables locales, en general pequeños empresarios de tradición protestante que desde siempre se opusieron al conservadurismo de la CDU y que, a su manera, son el equivalente germánico de esa fracción de golistas que cambió su voto en las pasadas elecciones francesas.

¿Y en España? En nuestro país la fracción que hubiera podido desempeñar este papel fue la Izquierda Democrática dé Ruiz Jiménez. Como se recordará, aquella formación fue destrozada en las urnas en 1977, y sus militantes se repartieron entre UCD y el PSOE.

No quiero con ello proponer su resurrección, pues el actual sistema electoral prima a los grandes partidos, y no me parece probable que en la práctica sea factible construir el célebre partido bisagra con el que algunos sueñan, al menos mientras UCD y el PSOE se mantengan unidos, cosa, por otra parte, sumamente deseable. Más bien el problema -o el reto- consiste en saber cuál de estas dos formaciones podrá canalizar, en su día, este retorno de la ética como factor dominante en la política.

Lo que está en juego a medio plazo son las próximas elecciones, pero más allá de éstas, el problema que tiene planteado nuestra clase política es el de su enraizamiento en el pueblo para proponerle unos objetivos de cambio económico y social que sean asumibles y realizables. Para conducir ese cambio se necesita recuperar una credibilidad que sólo otorga la fuerza, moral. Esta es la lección de las elecciones francesas, y este es el desafío que, por encima de los avatares políticos cotidianos, tenemos hoy planteado.

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