_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¡Que viene el club!

El anuncio de la constitución de algunas plataformas independientes de pensamiento político ha producido una cierta crispación en algunas zonas de ciertos partidos políticos. Algo así como un grito de alarma: «¡Que viene el lobo!». ¿Es la cosa para tanto?Desde una ciudad provinciana, llena de parados y de turistas policromos, como es Málaga, podemos ofrecer un sentimiento de tranquilidad y de serenidad a los alarmistas. Aquí llevamos ya tres años funcionando con nuestro modesto Club Demos 78. Apenas tenemos infraestructura, pero, sin embargo, en estos tres años Demos 78 tiene a su haber un historial brillante y positivo. Ni que decir tiene que nuestra relación con todos los partidos políticos ha sido óptima. Aún más: nuestra plataforma ha hecho posible mesas redondas. diálogos y discusiones interpartidistas, que difícilmente se hubieran logrado desde la iniciativa aislada de alguno de los partidos.

En una palabra nuestra experiencia malagueña demuestra: 1) que un club de opinión (llámese Fundación o Lola la Piconera) no pretende, ni remotamente, hacerles la competencia a los partidos ni presentar, mucho menos, una alternativa nueva a los ya existentes, y 2) que los partidos salen reforzados en su democraticidad por la existencia semejantes plataformas.

Siguiendo los consejos de la profesora húngara Agnes Heller, discípula y colaboradora de Luckács, el partido es una pars (parte) que presupone la existencia de otras partes, y trata por ello de conquistar una posición de poder para conseguir realizar su programa o una parte de su programa.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

El partido -piensa A. Heller- debe actuar dentro del marco de la democracia formal y respetar sus reglas históricamente desarrolladas. Una vez llegado al poder no debe pensar que no ha de perderlo nunca. La expresión «conquista del poder» es peligrosamente ambigua. Por el contrario, desde el poder se debe tender a realizar unas transformaciones y reformas sociales que puedan garantizar tanto la reelección mediante el consenso popular como la irreversibilidad de los cambios estructurales realizados.

Este es verdaderamente partido parlamentario, democrático, aunque no basta con ello. Ha de ser al mismo tiempo un partido que consiga movilizar a los hombres, que utilice también medios externos al Parlamento Y que, sobre todo, abra espacios para el nacimiento de movimientos autónomos de masas, naturalmente en el marco del Estado de derecho. Con estos movimientos -opina la profesora marxista húngara- hay que tener buenas relaciones.

Para Agnes Heller, un partido leninista se diferencia del que no lo es porque aquél, aun en el caso de que actúe en sistema pluralista, se considera el partido por excelencia. Por el contrario, el no leninista se considera como uno entre los demás, y en este sentido el leninista no sería siquiera un partido, sino una secta (a veces, una gran secta). En una palabra, el partido leninista sólo pensaría en alcanzar el poder y no dejarlo nunca, sea cual fuere la opinión de los electores. Si no hubiere consenso popular, se suprimirían las elecciones.

No entro ni salgo en el problema de si el adjetivo leninista bloquea a un partido, en el sentido en que lo piensa la marxista húngara. Solamente me atengo a la tesis general: un partido es democrático en tanto en cuanto se considera a sí mismo solamente como parte y no pretende la conquista del poder para desmantelar violentamente desde la cumbre las demás opciones políticas.

Esta tentación del poder absoluto es inherente a la naturaleza humana, tanto en sus individuos como en sus estructuras. Por eso nada tiene de extraño que el ciudadano de a pie, que ha votado democracia y sueña con ella, se preocupe por los partidos, para que éstos sigan siendo eso: partidos.

Todas estas plataformas de opinión -clubes, fundaciones, etcétera- presuponen como algo esencialísimo la existencia de los partidos. Aun más: pretenden contribuir a su buena forma e impedir su fácil erosión y deterioro. No tratan de ofrecerse como alternativa a ellos: esto equivaldría a desmantelar la democracia con la que sueñan y a la cual miman cuidadosamente. La mayoría de los miembros de estas plataformas son personas interesadas por la política, pero carecen de la erótica del poder. Esta última es un carisma que se concede a unos cuantos, y los que no lo poseemos admiramos a los que aceptan las consecuencias y los riesgos de su ejercicio. Pero, de ninguna manera los envidiamos. Solamente queremos ayudarles a que lo ejerzan en bien de la comunidad.

En una palabra: este tipo de asociación extraparlamentaria -club, fundación, aula cultural, etcétera- no es ningún lobo feroz que intente devorar a los que el pueblo ha elegido para que construyan la maraña de un Estado de derecho, sino todo lo contrario: una especie de ángel de la guarda para ayudarles a los partidos a que sigan siempre siendo partidos y superen la peligrosa tentación democraticida de convertirse en enteros.

José María González Ruiz, teólogo, es miembro de la Fundación para el Progreso y la Democracia.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_