Democratas del Santo Oficio
El nacimiento de la fundación y la revitalización de la vida de los partidos, con la incorporación de cualificados militantes, son temas de amplia discusión en la vida política nacional. Los dos partidos. mayoritarios, PSOE y UCD, acogieron, en un principio, con mal disimulada reticencia la creación de otros cauces y organizaciones para participar en las actividades públicas. Hoy centra este tema, la página dedicada por EL PAÍS a Temas para debate, que ocupará todos los domingos la sección de «Opinión» de este periódico. Carlos Alonso Zaldívar, responsable de la política municipal del Partido Comunista de España, y Luis González Seara, ex ministro de Universidades e Investigación, escriben hoy sobre la fundación, los partidos y los cauces de participación.
Por la vida política española circulan en demasía los inquisidores frustrados. Es cierto que las características clericales de la política y los aspectos políticos de la clerecía favorecen la proliferación de ese tipo humano, empeñado en descomunal batalla por salvar a toda costa lo que él estima verdad incontestable. Pero, de todos modos, España lleva siglos acumulando excedentes de tan singular producto y no se divisan en lontananza ningunas nuevas Indias donde poder dar cabida al exceso. Vamos a tener que enfrentarnos solos con el problema y estudiar con cuidado un posible reciclaje de los sobrantes.No es menos notoria la escasa imaginación y la falta de mentalidad utópica en una buena parte de nuestra, clase dirigente. Y ello desde hace siglos. ¿Cuántas ideas políticas del mundo occidental han surgido en España? Ni siquiera la de que el liberalismo es pecado, que no se le ocurrió al padre Sardá, sino a la curia romana. Así se comprende nuestra tendencia a aferrarnos a lo existente, como demuestra ese antiutópico, conservador y garbancero refrán: «Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer», y así se explica el recelo ante cualquier idea o cualquier proyecto que vengan a perturbar el orden existente, incluso si se trata no de creaciones originales, sino de simples copias y plagios de lo que circula por el mundo.
Esa circunstancia no nos ocurre por querer ser diferentes, como algunos piensan, porque se puede ser diferente inventando un mundo nuevo. Esa circunstancia se produce por no querer cambiar, por preferir lo malo conocido a lo bueno por conocer, por pensar que, dada una situación, toda mudanza es mala y lleva a la perdición y a la condena.
Un buen ejemplo de ello es la reacción que están provocando los intentos de crear unos clubes y unas asociaciones de tipo cultural y político. Los clubes liberales, la fundación para el progreso y la democracia, el centro de estudios Dionisio Ridruejo, el Club de los Mil y otras iniciativas parecidas pretenden la participación y la movilización cívica de algunos españoles que no se sientan paralizados por el síndrome de Tejero y la ola de desencanto para ayudar a consolidar nuestra democracia y llevarla hacia adelante. ¿Cuál es la respuesta? El recelo inmediato de los partidos políticos establecidos, las descalificaciones por parte de algunos políticos y órganos de opinión y, como no podía ser menos, la acusación de que sus promotores deben de ser frustrados, masones, marginados y desestabilizadores. En una palabra: herejes del sistema. Y por eso se producen las llamadas del buen pastor a las ovejas descarriadas para que vuelvan o se integren en los partidos que profesan la fe revelada y fuera de los cuales no hay salvación democrática. Confieso que casi llegué a emocionarme leyendo en EL PAÍS el sermón de un conspicuo socialista dirigido a la salvación de demócratas desorientados. Lo mismo que me pasó con un editorial del diario Ya, al parecer tremendamente apesadumbrado por el daño que las asociaciones y los clubes pueden hacer a los partidos y a la democracia. Pero, hombre, ¿y ahora qué vamos a hacer con la ACNDP? ¿Cree el Ya que perjudica y sobra? ¿Y el Club Siglo XXI? ¿También desestabilizan la democracia las conferencias que pronuncian en él Manuel Fraga, Santiago Carrillo, Felipe González o Agustín Rodríguez Sahagún? ¿Conviene hacerles una llamada para que se dirijan a sus mesnadas sólo en los locales del partido?
Claro que, bien mirado, estas interrogantes carecen de sentido. Tanto la Asociación Católica de Propagandistas como el Club Siglo XXI ya existían en el franquismo y por tanto, se nos puede decir que se trata de una tradición a conservar. Lo peligroso, lo desestabilizador, parece ser la creación de algo nuevo. Las cenas políticas del siglo XXI, presididas, como es sabido, per una fotografía del general Franco, se inscriben en el conjunto de actos que consolidan y dan fuerza a la democracia. En cambio, unas cenas con Adam Smith o Julián Besteiro al fondo pueden ser altamente desestabilizadoras. Al menos, eso parecen pensar los pequenos y grandes inquisidores de nuestra democracia. Aunque otros, heréticamente tal vez, pensemos de otro modo.
En una democracia moderna, los partidos políticos son indispensables e insustituibles -como expresión del pluralismo político y como instrumentos para la participación política-, y así lo proclama nuestra Constitución. Necesitamos unos partidos fuertes y consolidados si queremos disfrutar de una democracia firme y eficaz, y debemos todos saber que la oposición a los partidos o el menosprecio de los mismos pasan siempre por alguna forma de fascismo o de dictadura. Pero, igualmente, una democracia será débil y tendrá poco arraigo si la participación política y las inquietudes sociales y culturales de los ciudadanos se agotan en los partidos políticos.
Hace siglo y medio, Alexis de Tocqueville indicaba la importancia que las asociaciones tenían para la buena salud democrática de Estados Unidos. Vale la pena recordar algunos textos de La democracia en América: «No hay país donde las asociaciones sean más necesarias, para impedir el despotismo de los partidos o el arbitrio del príncipe, que aquellos cuyo estado social es democrático». «La mayor parte de los europeos ven aún en la asociación un arma de guerra que se const ituye apresuradamente para ir a ensayarla inmediatamente en el campo de batalla... No es así como se entiende en Estados Unidos». «Siempre que a la cabeza de una nueva empresa se vea, por ejemplo, en Francia al Gobierno y en Inglaterra a un gran señor, en Estados Unidos se verá, indudablemente, una asociación». «En los pueblos democráticos, las asociaciones deben ocupar el lugar de los particulares poderosos que la igualdad de condiciones ha hecho desaparecer».
Estos y otros textos nos hablan de la importancia del fenómeno asociativo americano en los días de Tocqueville. Desde entonces, esa peculiaridad se ha acentuado. España se hallaba, y se halla, en el polo opuesto, y no podemos emular aquí, de golpe, el ejemplo americano. Pero sí parece conveniente estimular la constitución de fundaciones, clubes, asociaciones y organizaciones de todo tipo, que faciliten e impulsen la
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participación ciudadana en la consecución de una forma de vida democrática. No se trata de competir con los partidos, ni menos de suplantar su función. Por el contrario, se trata de favorecer la democratización del conjunto social para que los partidos políticos puedan asentarse en una firme conciencia cívica y en una comunidad sólidamente vertebrada.
Muchas personas que no quieren afiliarse a ningún partido político están dispuestas a formar parte y a prestar su colaboración en clubes y asociaciones. Están en su perfecto derecho al hacerlo y no tiene ningún sentido criticarlos y sermonearlos por no profesar la fe partidista. Algunos otros pueden pertenecer, a la vez, a los partidos y a distintas asociaciones, y nada hay de malo en ello, salvo si se trata de asociaciones secretas, prohibidas por la Constitución. Son muchas las actividades y las funciones que puede desempeñar una asociación, para las que no sirven los partidos políticos. Y ello deberían saberlo todos cuantos sienten inclinación por el Santo Oficio en la democracia. Lo que sí ocurre es que en las asociaciones y en los clubes muchas personas no persiguen intereses concretos, como pueden ser los de alcanzar o conservar el poder, propios de los partidos. Sencillamente, tratan de conseguir que algunas ideas y algunas realizaciones se abran camino en la selva del discurrir histórico. A veces, de modo ingenuo, pues, como ya señaló Carlos Marx en La Sagrada Familia, «la idea ha quedado, siempre en ridículo cuando se ha divorciado del interés». Pero también es cierto que a muchos no les preocupa cubrirse de ridículo si están convencidos de servir a una causa noble. Y sin duda lo es luchar por el progreso, la democracia, la libertad, la justicia y el bienestar de los hombres.
Queda el argumento de que, bajo la cobertura de una fundación o de un club, se esconda un partido político., En este sentido, no hay nada que impida a un futuro partido comenzar como un club, y la creación de los partidos políticos es libre. Por ahora no hay, afortunadamente, numerus clausus, ni monopolio de partidos. Para su carta de ciudadanía basta con que sean democráticos. Y si alguien opina que no es buena la existencia de muchos partidos siempre se le puede decir que empiece por suprimir el suyo. Otra cosa es lo que, después, ocurra en las elecciones. Pero para eso ya se ha hecho una ley electoral que prima a los grandes, partidos y estamos a punto de mejorarla para disuadir a los románticos de la política de cualquier tentación innovadora. Lo que no se puede hacer es llamar desestabilizador y enemigo de la democracia a todo el que quiera crear un nuevo partido o asociación.
Por otra parte, en algunos casos, como la Fundación para el Progreso y la Democracia, la asociación nace con la voluntad expresa de no ser un partido político. Y basta leer los nombres de los primeros firmantes para concluir que difícilmente puede salir de ahí un partido. Pero sí puede ser una tribuna y un lugar de encuentro para posiciones ideológicas plurales, que quieran debatir grandes y pequeños temas nacionales, con voluntad de clarificar las cuestiones y de contribuir a la creación de una conciencia democrática preocupada por el progreso y el desarrollo de la sociedad española.
Pretender que esas iniciativas debilitan a los partidos, confunden a la opinión o desestabilizan la democracia, es una clara muestra de estrechez mental y de ignorancia política que suele anidar en mentes inquisitoriales. Con la agravante de que, en una democracia, sobra el Santo Oficio. Los aspirantes a comisarios del mismo deberían ir pensando en cambiar de empleo.
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